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Papá Noél, o Santa Claus, personaje  entrañable en el vecino país del norte, figura reciente en los países católicos, es hijo de la imaginación de dos escritores neoyorquinos y figura  real, gracias a un dibujante satírico y la publicidad de la Coca-Cola.

Esta es su historia:

Santa llegó a New York en 1621, junto con los emigrantes holandeses de votos de  San Nicolás, Santo conocido por su generosidad con los niños en la Europa medieval, desde el siglo XIII.

En 1809 Washington Irving escribió una sátira “Historia de New York” en la que deformó al Santo Patrón holandés -Sinter Klaas- hasta transformarlo en el precedente de Santa Claus

El personaje de Irving, se hizo más popular al publicarse en 1823 un poema de Clement C. Moore, que terminó de redondear el mito de este personaje navideño, que regalaba juguetes a los niños, lo que motivó a un dibujante satírico, Thomas Nast, entre 1863 y 1886,  crear  progresivamente la imagen básica de Santa Claus, a través de sus ilustraciones publicadas en la revista Harper’s; pero sin su vestimenta roja.

Esta vestimenta surge a finales del XIX como consecuencia del desarrollo de las técnicas de impresión en color.

Ya de rojo y popular Santa Claus llegó a la Gran Bretaña en el siglo XIX, luego a Francia, donde se fundió con el Bonhomme Noël.

Ahora que, la imagen actual de Santa Claus o Papá Noél fue creada por la Coca-Cola, cuya empresa que en 1931 le encargó al pintor Habdon Sundblom hiciera de Santa Claus un personaje más humano, atractivo y creíble.

Sundblon contrató para ello a un vendedor jubilado: Lou Prentice quién fue su modelo  entre los años 1931 y 1966 para popularizar la figura moderna de Santa Claus, a través  de  la publicidad navideña del refresco y el cine norteamericano.

Si nos hemos ocupado de “Santa” no podemos dejar a un lado la historia del Arbol de Navidad, la cual se remonta al Roble, árbol sagrado y venerado, en años remotos, desde Grecia hasta Noruega, como representante de Zeus.

En aquellos tiempos los griegos solían celebrar sus compromisos importantes bajo su sombra de un roble.

De ahí la costumbre de «tocar madera» para protegerse de algún «mal».

Con el cristianismo se cambió al macizo Roble por el Abeto, porque según los misioneros, la forma triangular de su enramada correspondía al Padre, el Hijo y el Espíritu Santo.

Este «tres» mágico caló bien por ser un número venerado por muchos pueblos, miles de años antes de la venida de Jesús.

De esta manera bastante singular, se impuso el Abeto y con el correr de los siglos ¡EL PINO DE PLASTICO!

taca.campos@gmail.com