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Hace miles de años en un barrio pobre de Zhenghoug, provincia de China, vivía el longevo  más feliz y sano del mundo.

Ricos y  poderosos le ofrecían palacios y joyas para que les revelara el secreto de su felicidad, pero el venerable, al sentir y observar su insaciable codicia, se mantenía en silencio.

Los envidiosos, ansiosos  de apoderarse de la bienaventuranza del venerable, que le permitía recibir y gozar de tantos dones del cielo, una noche oscura y fría, mientras él dormía plácidamente, asaltaron su choza para encontrar la fórmula mágica con que había logrado ser tan feliz; la cual, suponían, estaba escondida dentro de un viejo cofre que adornaba la parte trasera de la choza.

Así que robaron ese cofre y otro más que estaba abandonado en el jardín del anciano. 

En cuanto amaneció, en un terreno baldío, lejos de la casa del venerable, los ladrones  abrieron los cofres y  ¡oh sorpresa!: solo encontraron piedras, polvo y basura, pero en cambio, a partir de ese día, una gran desdicha se apoderó de su vida personal. Así que  optaron por olvidarse del anciano.

Corrieron los meses, los años y un día  el pequeño más feíto, desnutrido e infeliz de la aldea llegó hasta la choza del venerable feliz. Tocó varias veces y con apuro, una campanilla deteriorada para que le abriera puerta y cuando el anciano lo hizo,  lo  enfrentó para decirle:

“Abuelo, abuelo por favor quiero ser, aunque sea un ratito, tan feliz como tú. ¿Dime  qué   hacer para lograrlo?”.

El viejo conmovido por la sencillez del niño, contestó:

-“A  ti si voy a descubrirte el secreto de mi  felicidad. Ven conmigo y presta atención”.

Salieron de la choza. Se pararon frente a un jardincito coloreado por crisantemos  amarillos y el  venerable empezó hablar:

“Quiero que sepas muchachito que no solo tengo un cofre, tengo dos cofres, para guardar en ellos el secreto de mi dicha, salud y longevidad.

-¿Qué, no te los robaron abuelo?

-No, no, muchacho, estos cofres los tengo conmigo: uno se llama mente y el otro corazón. En ellos guardo mi fe, mi actitud y a cada rato los abro, indistintamente, para recordar que existe la presencia de Dios en todas las cosas de la vida y darle las  gracias  por lo que tengo.

-En mis cofres esta la historia de cómo aprendí a quererme y a decirme que soy importante, que valgo, que soy capaz, inteligente, cariñoso. Que espero mucho de mí,  que no hay obstáculo que no pueda  vencer”.

-También dentro de ellos están las reglas que pongo en práctica todos los días.

Si pienso  que soy  inteligente actúo en consecuencia.

Si pienso  que soy capaz  hago lo que me propongo.

Si pienso que soy cariñoso expreso mi cariño.

Si tengo  obstáculos, me propongo metas y lucho hasta lograrlas.

De verdad  niño: no envidio a nadie por lo que tiene o por lo que es. Ellos alcanzaron sus metas, yo me esfuerzo por lograr las mías.

No albergo en mi corazón rencor hacia nadie. Dejo que las leyes de Dios hagan justicia. Me acostumbré a perdonar y olvidar.

No tomo lo que no es mío. Si lo hago estoy convencido que al día siguiente alguien me  quitará algo de más valor.

No maltrato a ningún ser vivo. Todos los seres del mundo tenemos derecho a ser  respetados y amados.

Por último,  me levanto con una sonrisa, observo mí alrededor y descubro en todo, el lado bueno y hermoso.

Piensa pequeño lo afortunado que serás con estos regalos que hoy te obsequio y más aún lo serás cuando en el futuro puedas ayudar a otras personas a encontrar su bienaventuranza, sin esperar nada a cambio.

¡FELIZ NAVIDAD AMIGOS DE CANDELERO….!

taca.campos@gmail.com