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Se cuenta que Cleopatra reina de Egipto, acudió a recibir a Marco Antonio, su conquistador, envuelta en embriagadores perfumes orientales y que el conquistador, a la primera olida, resultó conquistado.

En la antigüedad indios de India, chinos, israelitas, cartagineses, árabes, griegos, romanos usaban esencias para limpiar diferentes partes del cuerpo, aligerar  problemas de la piel y  embellecerse.

Esto se comprobó en la apertura de la tumba del faraón niño Tutankamon, (1,350 años antes de Cristo) de quién se cuenta que cuando, en 1992 los antropólogos ingleses, y de otras nacionalidades abrieron su tumba fueron sorprendidos por el buen olor que despedían un gran número de tarros que contenían sustancias aromáticas, que aún conservaban su fragancia intacta. 

Esto se debía al éxito de los ingredientes de las esencias, las cuáles hoy como ayer, llegan a los laboratorios perfumeros de todo el mundo, en cantidades increíbles. 

Por ejemplo, se necesita un millón doscientas veinticinco mil rosas para producir medio litro de aceite esencial de rosas y ochocientos kilos de jazmín para un medio litro de aceite de esta florecita que cuesta 40 mil dólares. Este es otro mejunje básico para la mayoría de los perfumes más finos y caros.

Todas las flores que se utilizan para los perfumes se cosechan a hora temprana del mismo día en que se van a meter a laboratorio, pues su fragancia se debilita a medida que el sol asciende sobre el horizonte. 

En los laboratorios se hierven en enormes calderos para extraerles el aceite o bien se mezclan con un solvente volátil, como el éter del petróleo. 

Un buen perfumero reconoce más de dos mil olores diferentes y en sus combinaciones   maneja de cincuenta a setenta ingredientes básicos, además de tener la capacidad para idear una nueva fragancia, anotando paso a paso la fórmula en un papel, de forma similar a la que un músico crea una melodía sin acercarse al piano.

Actualmente, nada de lo que se vende carece de perfume, los aromas tocan todo; aerosoles, detergentes, cremas de todo tipo, incluso para afeitar, champús para el pelo, dulces, papel de baño, etc. Esto obedece a exigencias masculinas. Los hombres gustan más de los aromas que las propias mujeres, por ello un poeta y filósofo de principios de siglo que solía expresar: “La mujer que no usa perfume, no tiene futuro”.