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Por: Ricardo Monreal Avila

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA

De acuerdo con el sociólogo de origen húngaro Karl Mannheim, el conocimiento no existe por sí mismo, es decir, su producción no es ajena a la realidad social, sino una expresión de las relaciones sociales, de lo que se conoce o lo que se percibe, de lo que se cree o se estima dentro de las diferentes cosmovisiones.

El conocimiento es tal, porque en él se sintetizan las diferentes concepciones de la realidad que diversas personas tienen para concretar ideas o premisas de carácter general. En otras palabras, el conocimiento es un producto de naturaleza colectiva.

La afirmación de Mannheim enriqueció la discusión teórico-filosófica de su época; sin embargo, sus reflexiones siguen vigentes en la actualidad y es importante retomarlas por las cuestiones que implica la generación de conocimiento en una época en la que se privilegia el desarrollo tecnológico para el establecimiento de comunidades virtuales.

Puesto que el conocimiento es de carácter social y producto de las relaciones intersubjetivas, se entiende que su validez se da socialmente, respondiendo a una construcción cultural y a las necesidades que tiene cada grupo social de explicar su mundo. De ello depende que el conocimiento adquiera cierto “prestigio”, pues su función es contestar las preguntas que surgen en cada sociedad, para tratar de explicar cuestiones que no sean obvias o evidentes, como el origen del universo; su validez dependerá de las creencias que permeen a nivel general y de las respuestas que cada agrupación espera recibir.

En la era moderna, el conocimiento desplazó las creencias de carácter metafísico, sustituyendo a Dios por la razón humana, y derivó en relaciones de poder mucho más acentuadas que en la Edad Media, época en la cual no era plausible el cuestionamiento del mundo fuera de los cánones de la Iglesia. De esta manera, la razón y el conocimiento se volvieron una fuente de poder asociada al crecimiento del capital como sistema económico; un medio de acceso al dominio del otro de una manera legitimada.

El conocimiento como producción social se tornó en un instrumento de dominación legítima: quien tiene el poder de influir en el conocimiento de los demás, posee los recursos más importantes para gobernar o imponer una voluntad, ya sea individual o grupal; por otro lado, quien conoce más es quien sabe qué decisiones tomar y cuáles son los caminos a seguir para alcanzar —teóricamente— los mejores beneficios para determinada colectividad.

Esto no quiere decir que el conocimiento tenga un sentido socializador en sí mismo, sino que se asocia a un discurso que legitima el proceder de cierto grupo o sujeto en el poder (es un tipo de capital simbólico, en términos del sociólogo francés Pierre Bourdieu, determinante en las relaciones de poder); ello brinda un consenso que permite la toma de decisiones que pueden ser o no benéficas para una sociedad en particular.

Ahora bien, es interesante ver que el conocimiento o las formas de acceder a él no son estáticos y cambian a lo largo del tiempo, de la misma manera en que se reconfigura la construcción de las relaciones sociales. El conocimiento, al no ser estático, necesita una renovación constante, sobre todo en la época moderna —o posmoderna, como la denominan otros teóricos—; la necesidad de actualización constante se ha vuelto uno de los negocios más productivos para el capital; estamos inmersos en la era de la información, en la cual, quien carece de ella queda de facto excluido de muchas de las dinámicas y los procesos sociales contemporáneos.

Aunque es cierto que esta concepción efímera del conocimiento que ha devenido en la información por la información misma ha sido impuesta por las dinámicas seguidas por el sistema del capital, también es verdad que ha gozado de un consenso casi generalizado, sobre todo en las poblaciones urbanas a las cuales se les ha vendido la idea de la comodidad, aceptando lo que el mercado produce u ofrece, bajo el discurso del bienestar individual.

Mannheim realiza una crítica hacia las formas de gestionar el conocimiento por los grupos que persiguen intereses específicos; esto se observa en el seguimiento que hace del cambio en las concepciones religiosas experimentado en occidente, que derivó en una visión de mundo distinta. Cuando surgió el protestantismo, hubo una reinterpretación de los textos fundamentales; al entenderse a Dios de una manera diferente a lo expresado por la Iglesia, cambiaron las maneras en que las relaciones sociales, económicas y culturales se desenvolvían en el mundo occidental.

De acuerdo con ciertas interpretaciones religiosas, se consideró que estaba permitido que los “escogidos” practicaran la usura, pero no entre los integrantes de ese mismo grupo, sino con quienes no formaban parte del colectivo privilegiado. Por tanto, el espíritu del capital descansa en un principio de la usura, arropado por conocimientos novedosos, en su momento, que hacían las veces de capital simbólico.

Mannheim manifestó una visión muy peculiar e importante de la producción social del conocimiento y del modo en que funciona; es de llamar la atención que aquello que carece de una validez social consensuada se desecha, pues no cumple con los criterios que exige el imaginario colectivo para ser tomado en cuenta o para lograr cierta trascendencia al interior de los grupos sociales.

A la luz de las reflexiones de Mannheim, hemos entrado a otra era en la producción de conocimiento; los cambios que estamos presenciando en esta materia serán muy importantes en los años que vienen, pues el conocimiento ha pasado de ser una herramienta o un recurso propio de las clases elevadas o los poderosos, a una necesidad para tener derecho a “existir” como sociedades y como sujetos individuales.

Es necesario repensar el discurso con el cual se legitimaron las acciones de parte de la élite político-económica que, durante largo tiempo, se asumieron como el faro que daría luces a la vida de las mexicanas y los mexicanos, y que derivó en el desastre heredado en la actualidad.

Reflexionar sobre estos tópicos permitirá a quienes propugnamos por la Cuarta Transformación establecer las bases de los cambios que se buscan para el país. Además del carácter performativo del discurso, no se puede pensar en un cambio de rumbo sin el cuestionamiento de los antiguos paradigmas y el establecimiento de nuevas fuentes de conocimiento que guíen los ánimos transformadores.