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Por: Octavio Raziel

La vida como es…

Los ángeles y arcángeles son seres luminosos a quienes atribuyen poderes de cuidadores y hay quienes creen que son las almas que siguen vagando por el etéreo; algunos están perdidos y otros muy cerca de uno. Los seres humanos nos encomendamos a todos ellos: los del pueblo de Israel, los católicos, los musulmanes y a los de todas las filosofías de todos los tiempos.

¡Shaalom Alejem! “Vengan ángeles del Shabat; los necesitamos, los queremos…”

Ángel de mi guarda, dulce compañía, no me desampares ni de noche ni de día…

Ángeles que visitáis mi mezquita, no te olvides de mi alma…

El budismo y el zoroastrismo fundamentan mucha de su filosofía en estos seres de luz y en la Biblia se les menciona más de 300 veces.

La palabra Malaj (Ángel en hebreo) significa mensajero, y también se puede traducir como trabajo. Sobresalen en el misticismo judío Mijael, Gabriel, Uriel y Rafael. En la Cábala, el arcángel Raziel es el Guardián de los secretos, el Secreto de Dios y el Arcángel de los Misterios. Es el sabio, el invocado por el agnosticismo pues es el que puede ver la verdad o cualquier cosa mirando a los ojos. Nos ayuda a abrir el tercer ojo, ser más intuitivos.

¿Realmente habré sorbido algo del quien llevo su nombre? He sembrado mi mente con libros escritos por sabios que quedaron en el pasado, pero también abrevado de los conocimientos de mis amigos que me quieren y comparten su sabiduría. Tanto por leer, y tampoco tiempo.

Leer y escribir son espejos de nuestra existencia; nos enseñan el arte amargo de mirar más adelante, de mostrarnos lo que viene después. Enigmas, misterios, cuestiones que no se captan a simple vista. Las letras son almas que se acumulan en nuestro cerebro, unas veces como dioses, otras son demonios o héroes. Espíritus que me han permitido alejarme de la soledad en la que vive la sociedad contemporánea; la “hamada” como le dicen los saharauis a ese vacío carente de vida, en la vida misma.

Leer me permite crear una crítica bioluminicente, como la de los lampírides o luciérnagas que atraviesan la noche de la ignorancia.

León Weiner Khan, amigo de mi padre y mío, hace muchos años me dedicó su novela (en 1960) titulada El cerebro Vacío, que contaba la historia de un vagabundo que presumía de tener en su mente la más grande obra literaria de todos los tiempos. Cuando murió el indigente, un pasante de medicina le hizo la disección craneal y descubrió que no había una sola línea de la novela mencionada en ese cerebro. Estaba vacío.

Espero que dentro de mi cráneo encuentren millones de palabras leídas, además de frases, cuentos, reflexiones, novelas y otros miles de escritos a través de mi vida.

octavio.raziel2@gmail.com