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Por: Ricardo Monreal Avila

El 10 de abril de 1919 se le arrebató la vida a Emiliano Zapata Salazar, el Caudillo del Sur. El legado de este protagonista de la Revolución mexicana ha trascendido a lo largo del tiempo; su figura continúa evocando la búsqueda de la justicia social, al tiempo que se sigue utilizando como estandarte en importantes movilizaciones de protesta que tienen lugar en nuestro país.

Zapata se adhirió al Plan de San Luis, redactado y proclamado por Francisco I. Madero en octubre de 1910. Este documento urgía a la población a levantarse en armas en contra de quien había permanecido inamovible en el poder por poco más de treinta años: Porfirio Díaz. Pero además, en su Plan, Madero prometía la restitución de tierras y la indemnización a quienes fueron despojados de ellas, en su mayoría indígenas, lo cual alentó al pueblo de México a sumarse a la causa maderista.

Así, Madero se granjeó el apoyo de importantes sectores de la población —en un país que en ese momento era eminentemente agrario—, los cuales, sin dudarlo, escucharon el llamado a las armas, con la esperanza de recuperar sus tierras cuando se depusiera a Díaz de la Presidencia de la República.

En el estado de Morelos, el problema agrario se agudizó considerablemente durante el porfiriato; las condiciones de vida en las comunidades campesinas se habían deteriorado por el arduo trabajo al que eran sometidas en las haciendas y por su constante endeudamiento mediante la economía de raya.

Zapata, oriundo de Anenecuilco, Morelos, nació el 8 de agosto de 1879, en el seno de una familia que había participado activamente en dos eventos importantes de la historia de nuestro país: el movimiento de Independencia y la Intervención francesa.

A los dieciséis años perdió a sus padres y comenzó a trabajar como labrador y arriero; desde temprana edad se familiarizó con el grave problema que representaba para los campesinos el despojo de sus tierras.

A partir de 1906, Zapata comenzó a participar activamente en los movimientos por la defensa de la tierra al interior de su Estado. En aquel año se integró a un Comité que propuso actuar para resolver el problema del despojo de tierras, del cual habían sido objeto las comunidades campesinas de Morelos durante toda la administración porfiriana.

Tres años después, en septiembre de 1909, fue elegido como presidente de la Junta de Defensa de las Tierras de Anenecuilco, su tierra natal; desde esta posición pudo establecer contacto con intelectuales que fueron precursores ideológicos del movimiento revolucionario: Ricardo Flores Magón, Paulino Martínez y Otilio Montaño.

En algún momento previo al estallido del movimiento armado, Zapata se había enlistado en el Ejército federal, pues se incorporó al Regimiento de Cuernavaca en 1908, donde sólo estuvo seis meses.

En 1909, comenzó a incursionar en la política de su Estado; en ese año tuvo una intensa participación en el proceso electoral para la designación de gobernador. Zapata apoyó al candidato de oposición, cuando se alzó con el triunfo el candidato oficial Pablo Escandón. Esto le valió a su comunidad la represión por parte del gobierno del Estado.

En los primeros meses de 1910, Zapata se dedicó a recuperar la posesión de tierras por la fuerza -entre ellas las que se había adjudicado la Hacienda del Hospital- para repartirlas en parcelas entre las comunidades de Villa de Ayala; por esa razón sufrió la persecución y el acoso por parte del gobierno del Estado.

Al estallar el movimiento revolucionario convocado por Madero, Zapata se incorporó a las fuerzas de aquél y asedió desde el sur la capital de la República. Con la renuncia de Díaz en mayo de 1911 y la eventual elección de Madero en noviembre del mismo año, se esperaba que el reparto de tierras prometido en el Plan de San Luis se diera de manera rápida y efectiva, sin embargo, tal postulado no figuró entre las prioridades del gobierno federal, lo que en buena medida exasperó y radicalizó la postura del importante grupo armado que ya comandaba para 1911.

Ante la negativa del gobierno de Madero por darle cumplimiento al Plan de San Luis para resolver el problema de los repartos de tierra, Zapata, junto a personajes como José T. Ruiz, Otilio E. Montaño, Francisco Mendoza, Jesús Morales, Eufemio Zapata y Próculo Capistrán, quienes fueran Generales del Ejército Libertador del Sur, así como otros Coroneles y Capitanes, redactó el Plan de Ayala el 25 de noviembre de 1911.

En ese documento se estableció el alcance político y social del zapatismo, el cual se centró en el desconocimiento del gobierno maderista, el reconocimiento de Pascual Orozco como líder del movimiento armado o, en su defecto, del propio Zapata, y la reivindicación de los pueblos que habían sufrido la barbarie de la época porfiriana.

Fue así que el zapatismo se enfrentó al gobierno de Madero y, cuando este último fue asesinado, la lucha se encaminó en contra del usurpador Huerta. Aunque fue debilitado considerablemente por el ascenso del carrancismo en 1916, Zapata continuó siendo una molestia para el representante del primer jefe del Ejército Constitucionalista, hasta el día de su muerte el 10 de abril de 1919.

A cien años del asesinato de Zapata en la Hacienda de Chinameca, en su natal Estado, su legado pervive en la búsqueda de la justicia social que no termina por cuajar en nuestro país.

No es casualidad que su figura, dentro del imaginario colectivo, se asocie a la lucha social: la vigencia de las demandas zapatistas han sido expuestas por numerosos grupos que han denunciado a lo largo de los últimos cien años el despojo de tierras, una constante que se agudizó con la llegada del neoliberalismo a territorio mexicano en las últimas dos décadas del siglo pasado.

Zapata puede ser considerado como el ícono revolucionario popular más reconocido en nuestro país. Su mirada, severa, acuciante, pero honesta, es la mirada de México.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA