Compartir

Por: Octavio Raziel

octavio.raziel2@gmail.com

La vida como es…

Pero… ¿hubo alguna vez once mil vírgenes? (1931); con esta frase, Enrique Jardiel Poncela concluye una de sus mejores obras, jocosa historia al tiempo que es una reflexión sobre la pérdida irremediable de la pureza de una sociedad que busca, desquiciada, apartar la vista de todo lo que es bello.

El tema y el título fue tomado de una leyenda que nos remite a una lápida del siglo IV, descubierta en una capilla de mártires en Colonia, y que habla de las XI. M. tomado como once mil vírgenes. Al parecer, la inscripción fue leída equivocadamente como undecimilia, once mil, cuando debía ser once mártires, que fueron las doncellas que acompañaron a Santa Úrsula para ser masacradas por los hunos.

La virginidad ha sido motivo de prejuicios, de leyendas, virtudes junto con condenas de todo tipo.

Los griegos escogían a las niñas más perfectas para que a su llegada a la juventud fueran consagradas a la pura e inmaculada Vesta, también conocida como Hestia, diosa del fuego y la chimenea familiar. Las Vírgenes Vestales eran las sacerdotisas cuya principal función era mantener vivo el fuego sagrado de Vesta.

San Ambrosio (340-397), arzobispo de Milán que tanto influyó en el emperador Teodosio y en la conversión de San Agustín, decía que la virginidad no es para ser mandada, sino aconsejada y deseada, como cosa que sobrepuja las fuerzas humanas y puede ser objeto de voto, pero no materia de precepto. “… la virgen consagra enteramente su pensamiento a Dios, para ser santa en el cuerpo y en el espíritu”.

Así, la iglesia católica ha venido propiciando desde los primeros siglos de nuestra era la conservación del himen como divisa de virtud. Claro está que éste, el himen, se puede desgastar por razones diversas y diferentes a las relaciones sexuales, como el montar a caballo o bicicleta, practicar ballet, hacer gimnasia o hasta por un fuerte golpe, y la susodicha ni enterada que así perdió el tesorito.

En algunas religiones, como la judía e islámica, puede ser un factor muy importante del valor espiritual y un requisito para el matrimonio. En algunos países se ha hecho común restaurar la virginidad quirúrgicamente, es decir, mediante una reconstrucción del himen. Esto, además, ha permitido que algunas chicas vívales se aprovechen de chicos no tan vivos.

En el pasado siglo XX, cuando se llevó a cabo el Concilio Vaticano II, la Congregación del Culto Divino se reunió con el Papa Pablo VI para solicitarle la renovación de su orden, dentro del “Ritual de la consagración de las Vírgenes” (31/mayo/1970) (ordo consecrationis) consecuencia de ello el entonces Papa Benedicto XVI recibió en la ciudad del Vaticano a 3,000 vírgenes consagradas a mantener intacta la conservación de salva sea la parte con el propósito de vivir su vida, tal como les exhortó el Pontífice, “de tal manera que siempre irradiéis la dignidad de ser esposas de Cristo”.

En esa ocasión se les entregaron insignias de la virginidad consagrada: anillo, velo y el libro de la Liturgia de las Horas, ante el morbo y la torva mirada de curiosos que las imaginaban las más feas o que por alguna razón emocional se negaban a gozar del placer que su mismo Dios les había dado.

El tema ha dado motivo para novelas y películas de todo tipo. La más sonada fue la historia real novelizada y luego llevada al celuloide, de “Las vírgenes suicidadas”, esto es, las hermanas Lisbon que prefirieron la muerte antes que sacrificar su himen ante cualquier chamaco. Cecilia, la más pequeña (10 años) se lanza al vacío y cae sobre los hierros de la verja. Meses después Bonnie, Therese, Lux y Mary se suicidan también ante el temor de enfrentar el sexo.

Recordemos “El rincón de las vírgenes”, “El castillo de la pureza” y tantas otras cintas que han intentado mantener la virginidad a salvo de la lujuria o el deseo de los hombres –aunque, al parecer, a las chicas lesbianas es uno de los detalles que menos les importan-

En mi juventud, tuve la brillante idea de montar una agencia que otorgara título de virgen calada a la chica que lo solicitara. La oficina no prosperó pues la mayoría de mis amigas ya no requerían del certificado, y otras no cumplían con el perfil estético que les exigía.