Es bien conocido el antiguo adagio “Divide y vencerás”, el cual, de diferentes formas, se ha empleado como táctica en diversos periodos históricos, desde el propio inicio de la civilización humana, lo mismo en el ámbito político que en el militar.
En El arte de la guerra, de Sun Tzu, que data aproximadamente del siglo V a. C., se puede leer: “Si está unido, divídele. Clavad una cuña entre el soberano y sus ministros; o, si no, enemistadle con sus aliados. Sembrad entre ellos las sospechas mutuas, de manera que reine en ellos el malentendido. Así podréis conspirar contra ellos”. Esto implica centrarse en las diferencias o inconsistencias de un grupo, a fin de buscar la división, y después aprovecharlas para la eventual extinción o disolución de éste.
En el plano político de México se han podido constatar consecuencias palpables de la división de algún grupo en particular. Durante el proceso electoral de 2018, por ejemplo, la actual oposición enfrentó situaciones de este tipo; recuérdese que los desacuerdos con las cúpulas dirigentes ocasionaron fricciones con diferentes integrantes, cuyo capital político era de relevancia, para posicionarse como aspirantes serios a la Presidencia de la República, lo que a la postre mermó la unidad y arrojó como resultado una jornada electoral ríspida, ante los ataques intestinos entre correligionarios.
De igual modo, en su momento, se supo que el grupo que arribó a la Presidencia de la República para el periodo 2012-2018 posicionó únicamente a personajes afines al círculo del poder, dejando de lado o ignorando al resto de sus bases sociales, con lo que fue perdiendo apoyo de manera acelerada. El resultado para las elecciones de 2018 fue contraproducente, por la falta de cohesión entre las bases y la élite dirigente, lo cual provocó que las primeras no se involucraran como en otras ocasiones para realizar labor de campo entre la ciudadanía.
El triunfo de la 4T en las urnas el 2 de julio de 2018 fue resultado, en buena medida, de la persistencia durante poco más de 35 años con que todos los movimientos políticos de protesta y de resistencia civil lucharon para encumbrar un gobierno popular que estuviera al servicio de las mayorías y no de una minoría que, por décadas, amasó fortunas mientras gran parte de las familias mexicanas empobrecían.
Considerando que en el gobierno de la 4T se han manifestado diversas opiniones en cuanto a la viabilidad de proyectos, programas sociales, inversiones para infraestructura, educación, salud, entre otros asuntos, se debe reconocer la importancia -y preservar la riqueza- de la pluralidad política e ideológica que le permitió a MORENA llegar a Palacio Nacional. Tratar de imponer visiones particulares, nociones específicas o un canon determinado, sobre todo en estos tiempos electorales, tan sólo ocasionará fracturas y divisiones infructuosas.
Como se ha mencionado con antelación, la imposición de candidatas y candidatos afines a ciertos grupos o intereses dentro de las filas de MORENA desvirtuaría, de manera importante, la lucha que durante años se ha llevado a cabo, y convertiría en estéril el sacrificio de innumerables mujeres y hombres que entregaron su vida para lograr el establecimiento de una real justicia social al interior del Estado mexicano.
Norberto Bobbio nos legó una definición de democracia, que vale la pena citar: “es un conjunto de reglas que permiten tomar decisiones colectivas, vale decir, decisiones que se refieren a toda una colectividad, con el mayor consenso posible de las personas a las que estas decisiones se aplicarán”.
Y, respecto del consenso, aclara: “Toda colectividad necesita tomar decisiones que se refieren a todos sus miembros y que son precisamente las decisiones colectivas. Estas decisiones deben ser tomadas sobre la base de algunas reglas […], la decisión que cada uno toma por sí mismo, la elección que hace de un comportamiento, no requiere de ninguna regla, una decisión colectiva requiere de reglas”.
Las personas involucradas en la actividad político-electoral dentro de MORENA estamos inmersas en la necesidad de participar, de acuerdo con Bobbio, en la elaboración de las reglas que serán aplicadas para la competencia interna, cuya transparencia e integridad legitimarán sin duda a quienes aspiren a abanderar al partido para contender por un puesto de elección popular.
Buscar la transparencia y legalidad de los procesos internos no tiene nada que ver con la deslealtad hacia el proyecto de transformación que se encuentra en el centro de las pretensiones de MORENA ni con quienes lo encabezan desde las posiciones estratégicas del Gobierno de México.
Estamos a la mitad del camino, de cara al proceso electoral que tendrá lugar en 2024. Si ponemos atención a los ejemplos recientes, resulta necesario refrendar el compromiso por la transformación profunda de la vida pública nacional y de la lucha institucional para lograr una verdadera justicia social, por encima de los intereses personales o de grupo, so pena de desvirtuar un movimiento auténticamente popular, avalado por una mayoría ciudadana.
Permitir que el mal de la corrupción, el influyentismo y el favoritismo socaven al movimiento desde su seno, comprometería la unidad de MORENA y daría lugar a la fragmentación y posterior aparición de tribus, cuyo propósito sectario representaría el estadio último de descomposición del hasta ahora robusto instituto político de izquierda.
La disyuntiva está entre la unión y la división; no puede haber en forma alguna un punto medio entre ambas y hay que entenderlo pronto. Es obligación de todas y todos reflexionar y actuar bajo principios de razón en favor de una auténtica democracia, cuyo ejercicio no sólo sea verificable en las urnas, sino en las manifestaciones o expresiones de justicia y bienestar social para el pueblo de México.
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