La relación México-Estados Unidos no puede ser de vecinos distantes, distintos o diferentes, pues comparten una de las fronteras más extensas entre dos países, por donde se registran los cruces peatonales y vehiculares diarios más numerosos del planeta, cuyas Aduanas reportan ingresos fiscales considerables para el presupuesto de ambas naciones, y tienen una población conjunta de 93 millones de personas: 70 millones en los cuatro Estados fronterizos del sur de la Unión Americana y 23 millones en los seis Estados de la frontera norte de México (por sí mismos y por sus dinámicas socioeconómicas, estos Estados conforman una región importante a escala global, no solo nacional).
En México tenemos la obligación de convivir, cooperar y colaborar con nuestro vecino del norte -ahora que la geopolítica volvió a ser una variable importante en las decisiones nacionales- pero sin subordinación ni amagos.
Como sabemos, es una relación bilateral asimétrica, porque hablamos de la interacción entre una de las potencias mundiales y nuestra nación, que busca consolidarse como economía emergente sin perder su soberanía, independencia e identidad nacional.
Desde el inicio de la actual administración de la Casa Blanca, se han empañado, principalmente, las relaciones económicas entre ambas naciones. La ofensiva arancelaria y la propuesta de un impuesto a las remesas enviadas por personas migrantes indocumentadas desde EE. UU., como parte de la primera iniciativa de impuestos y gasto presupuestal del Presidente Trump, son solo algunos ejemplos de un sistema de política exterior caracterizado, entre otros aspectos, por actos contrastantes.
Lo anterior revela de manera elocuente la dualidad moral y discursiva que ha distinguido la relación bilateral con nuestro vecino del norte, evocando una versión actualizada de” la política del garrote y la zanahoria”, táctica que no se veía con tal brío desde la Guerra Fría y que refleja justamente la naturaleza asimétrica de esa relación.
Vale decir que, a lo largo de su historia, el vecino país del norte ha desplegado un repertorio de estrategias de influencia internacional que se adaptan flexiblemente a sus intereses geopolíticos.
Entre ellas pueden mencionarse las presiones económicas, a través de sanciones o restricciones comerciales o financieras para forzar cambios de conducta, o las armas comerciales, usando aranceles y Tratados Internacionales como instrumentos de presión.
De ahí la frase “Estados Unidos no tiene amigos, sino intereses”, adaptación de un concepto ampliamente atribuido a uno de sus ex Secretarios de Estado y Asesor de Seguridad Nacional Henry Kissinger, quien durante la Guerra Fría popularizó la idea de que la política exterior de su país debía guiarse por intereses estratégicos, más que por lealtades emocionales o ideológicas.
Esta dialéctica de coerción y seducción no es nueva, pero su aplicación contemporánea contra México evidencia un manual de dominación rehecho para el siglo XXI, en el que las formas cambian, pero el fondo permanece: la búsqueda de subordinación de la soberanía ajena a los intereses de un poder que se asume como hegemónico.
En esencia, lo que hoy vivimos es la puesta en escena de un libreto antiguo, donde el vecino del norte alterna entre el puño de hierro y la mano tendida, según convenga a sus designios. Con el añadido de una serie de estrategias entreguistas, por parte de una nueva
generación de los llamados “polkos”, lo que explicaría la recurrencia en ciertos medios del riesgo latente de que EE. UU. emplee la fuerza militar, para resolver cuestiones que escapan a su Agenda de Seguridad Nacional intramuros.
Precisamente, en el contexto actual, tres temas mantienen el foco de atención y tensión en esta relación entre ambas naciones vecinas: comercio, migración y tráfico de drogas (especialmente, Fentanilo). El comercio está encontrando su punto de arreglo en un nuevo orden bilateral y a la espera de la actualización del T-MEC el próximo año.
Los flujos migratorios irregulares llegaron a sus mínimos niveles, como no se veía desde la década de 1960. Y en lo que respecta al combate al tráfico de drogas también se registran avances, pero es, sin duda, el tema que más ha envenenado la relación bilateral actual, contaminándolo todo: la salud, la seguridad, la diplomacia y la política.
Y no deben soslayarse otros focos de tensión o temas relevantes y áreas de disputa estratégica que reflejan desafíos globales y dinámicas domésticas en ambos países, como lo son la seguridad energética y las disputas comerciales (se ha alegado la violación al T-MEC, propiamente al Capítulo 8, por las reformas relacionadas con CFE y PEMEX); armamentismo y tráfico de armas (más del 70 % de las armas incautadas en México provienen de EE. UU.); cambio climático y gestión del agua (conflictos por el cumplimiento del Tratado de Aguas), y soberanía tecnológica o salud.
Sin embargo, justo cuando se está adelantando en un acuerdo de seguridad que contemple las prioridades de ambas naciones, y se avanza de manera sustancial en el combate a los cárteles criminales -nacionales e internacionales- que producen, trafican y distribuyen drogas ilícitas, surgen voces e intereses en ambos lados que intentan dinamitar el arreglo.
Y precisamente eso buscan quienes apuestan, demandan y exigen una intervención militar directa de fuerzas extranjeras en territorio mexicano.
Si la sola insinuación de esta salida ofende a millones de mexicanas y mexicanos, y también a ciudadanas y ciudadanos estadounidenses que quieren y respetan a México, su concreción abriría una herida nacional de más de 180 años, que la diplomacia, el comercio y la política de buena vecindad lograron mitigar, pero nunca borrar de la conciencia de nuestro pueblo.
Lo más lamentable de este nuevo episodio de tensión es que “los polkos” de ayer, aquellos que aplaudieron y hasta salieron a vitorear la invasión de 1846-1848, tienen a sus descendientes muy activos en el México de hoy.
Son los mismos que apuestan a que a nuestro país le vaya mal o le vaya peor, con tal de obtener por la fuerza del asalto al poder público lo que no obtuvieron por la fuerza de las urnas.
Hoy, más que nunca, la integridad de la nación mexicana es el valor supremo que debemos defender en la vida pública, donde, además de la historia que inspira a nuestro Himno Nacional, contamos con la solidez y la fortaleza del liderazgo de la presidenta Claudia Sheinbaum.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
X: @RicardoMonrealA