Por: Ricardo Monreal Avila
En el 2006, el ahora presidente fue declarado perdedor en unas elecciones federales ampliamente cuestionadas desde el primer momento por el constante intervencionismo del entonces titular del Ejecutivo y los notables esfuerzos de la cúpula político-económica por frustrar la candidatura del otrora jefe de Gobierno del Distrito Federal.
Recuérdese también el juicio de desafuero al que fue sometido, con el propósito particular de despojarlo de sus derechos políticos para evitar su participación en las elecciones presidenciales.
Muchos mexicanos y mexicanas aún tenemos en la memoria aquel pequeño margen del 0.58 por ciento con el cual se justificó la entrega de la Presidencia en 2006. No en vano la consigna más escuchada durante los meses posteriores a la justa electoral fue: “¡Voto por voto; casilla por casilla!”, demanda legítima que fue ignorada por las autoridades competentes.
La imposición dio como resultado que se diversificaran las formas de manifestación del repudio social. La presión más paradigmática se llevó a cabo en el plantón indefinido al que convocó el hoy presidente de la República en el Paseo de la Reforma.
La ocupación de una de las avenidas más importantes y bellas del mundo fue una forma de manifestación pacífica no vista hasta entonces, que expresó el repudio generalizado de una sociedad hastiada de la corrupción, y consciente de que la continuidad del régimen garantizaría la impunidad y el esquema de desigualdad, algo que ya no sería admitido por quienes decidimos permanecer en aquel campamento.
¿Cuál fue la reacción del conservadurismo? Campañas de desprestigio y ataques mediáticos que desde las altas esferas del poder político y económico se fraguaron para vilipendiar a quienes acudieron al llamado para defender la legalidad y legitimidad de los resultados.
Desde los medios de comunicación se buscó configurar en la opinión pública una idea sesgada de la movilización y la resistencia civil que estaban teniendo lugar, ante la imposición de una Presidencia carente de legitimidad y, por tanto, inerme ante una gobernabilidad diezmada.
La movilización siguió en pie de lucha para contrarrestar la estrategia comunicativa de descrédito, y enfatizó que la ocupación se debía a la solicitud de que se contaran, de manera escrupulosa, los votos depositados por la ciudadanía en las urnas aquel 2 de julio de 2006.
La gran deuda histórica cayó por su propio peso; el ahora presidente de la República, después de una larga lucha pacífica y por la vía democrática, asumió la titularidad del Poder Ejecutivo el 1 de diciembre de 2018, con una legitimidad apabullante, la cual incluso le valió al Movimiento Regeneración Nacional (hoy, partido Morena) convertirse en la primera fuerza política en ambas cámaras del Congreso de la Unión.
La 4T había llegado al seno mismo del poder central del Estado mexicano, mediante la promoción de principios éticos y morales en el servicio público, e inhibiendo la creciente corrupción heredada del modelo aplicado por algo más de treinta años por las élites políticas y económicas dominantes en el país.
Corregir el curso que se le había dado a México es la misión y el propósito del cambio de régimen que ya está en marcha; no obstante, la consecuencia inequívoca de propiciar un cambio de tal profundidad es la generación de resistencias por parte de quienes se beneficiaban del anterior statu quo.
Como es natural, la movilización de los sectores conservadores no se hizo esperar, y desde diferentes trincheras han tratado de incursionar en un terreno que históricamente les ha sido desconocido: el de la movilización y la protesta social.
Existen acusaciones de que el Gobierno actual está limitando la libertad de expresión, sin embargo, no hay evidencia de que alguna de las personas críticas de la 4T haya sido amenazada, despedida o perseguida, como sí ocurrió en administraciones anteriores.
Todas y todos los comunicadores tienen plena libertad para expresar sus ideas y, del mismo modo, el presidente de la República, el derecho de réplica para contrarrestar la crítica, fomentar el debate y, finalmente, enriquecer la opinión pública ciudadana, con base en un juicio mucho más objetivo. La libertad de expresión ya no está monopolizada.
En días pasados, el Frente Nacional Anti-AMLO (FRENAAA), organización que se autoproclama apolítica, convocó a una manifestación del Monumento a la Revolución a la plancha del Zócalo de la Ciudad de México, este último, espacio en el que históricamente se han expresado los reclamos de diversos movimientos sociales surgidos en el país.
El propósito de la movilización era levantar un plantón en la plaza constitucional para exigir la renuncia del presidente López Obrador al cargo que le fue conferido democráticamente por el pueblo de México.
Los plantones han sido utilizados en nuestro país como método de presión de la sociedad organizada, para lograr que el Gobierno atienda demandas legítimas; son el sello característico de la resistencia social y la lucha cívica pacífica en contra de los abusos del poder.
Los organizadores de FRENAAA intentan, a través de sus convocatorias, replicar formas de movilización social utilizadas por la izquierda mexicana a lo largo de su historia y que, por ende, les resultan desconocidas, lo que les ha dado resultados poco favorables.
La mencionada marcha fue detenida por elementos de Seguridad de la Ciudad de México, para evitar que se confrontara con otra movilización que se daba al mismo tiempo, y el campamento se levantó en Avenida Juárez; curiosamente, éste fue abandonado casi de inmediato por las personas asistentes, y las tiendas de campaña permanecen en la vialidad, muchas de ellas, vacías, al momento en que se escriben estas líneas.
La derecha mexicana criticó y se mofó en su momento de los métodos de resistencia social pacífica utilizados por el ahora presidente. Ahora el conservadurismo pretende incursionar en un terreno que antes le causó escozor, pero del cual seguramente no podrá cosechar muchos frutos, porque no hay causas sociales de por medio que den legitimidad a sus demandas.
Con todo, resulta favorable para la democracia mexicana que los propios conservadores estén legitimando las formas de manifestación de un auténtico luchador social, como el hoy primer mandatario.
Sin embargo, y para su fortuna, ellos sí pueden experimentarlo en un escenario mucho más a modo, con una sobreexposición en medios de comunicación y en un régimen respetuoso de los derechos de sus gobernados, tolerante y con sentido social.
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