-Felicidad, Alegría, Sonrisas y Brindis.
-Romeritos, Bacalao, Pavo, Postres.
-Nochebuena y Navidad con Bisnietos.
Alfa-Omega
A veinticuatro meses de tu viaje a la eternidad, Mane querida, estás, espiritualmente, con nosotros.
Han transcurridos dos años, este domingo 21, de tu ausencia física, Chacha Linda.
Desde el sitio celestial, al lado de Nuestro Señor Jesucristo, adorada Esther Lilia, nos envía tus bendiciones a la Familia que formaste con todo tu amor, con inmenso cariño.
Siempre sonriente. Alegre desde el amanecer hasta el anochecer. Escuchando la música de tu agrado, entonando las canciones de tu preferencia.
Mane, como cariñosamente te llamamos, nos enseñaste a disfrutar la vida.
Siempre mantuviste la unión familiar. Disfrutamos primero a hijas e hijos, después los nietos y se sumaron las esposas de Jorge Luis y de Marquis, los nietos mayores.
Tuviste en tus brazos al primer bisnieto, Diego Farías Suárez. El 11 de marzo cumplirá 3 años. Marquis y Karen, debutaron como papás. Marco y Claudia al igual que Alfredo y Angélica, recibieron al primer nieto.
Te gustó viajar por todo el mundo. Conocer lugares, dentro y fuera de tu querida Toluca. Vacacionamos en muchos lugares de la hermosa República Mexicana.
Retornaste, con especial alegría, a El Vaticano, paseaste por las calles de París, recorriste sitios históricos del Viejo Continente. Visitamos la región Bávara, partiendo de Munich. Estuvimos en Oslo y en Berguen, Noruega, disfrutando bellos paisajes cubiertos de nieve. En Copenhague, Dinamarca, “nos perdiste” cuando visitamos un museo.
IMBORRABLES RECUERDOS
Desde la tarde de ese jueves 21, nada fácil aceptar tu ausencia, Gordita Linda. En lo espiritual, estás presente en las veinticuatro horas. Percibo tu compañía,permanentemente.
La nueva etapa, después de convivir 63 años y ocho días, aunque los últimos diez días fueron los más dolorosos, está envuelta en múltiples recuerdos. Los momentos de alegría, la que siempre nos contagiabas, son una llama encendida por siempre.
En nuestro primer nido matrimonial, modesto y pequeño departamento, nació la Familia Herrera Navas.
Con nosotros, Doña Esthercita. Tu cariñosa madre. Para mí, la suegra más preciosa, bondadosa y de carácter fuerte. Once años permitió Dios que conviviéramos los tres, con las hijitas Lilia Georgina y Claudia Leticia, el primogénito Jorge y el olímpico José Ramón, nació en el año de los Juegos Olímpicos del 68.
Trizia Esther llegó diez años después de que su abuelita Esthercita estaba en el cielo.
Jorge empezaba a caminar. Tendría año y medio cuando “desapareció” y mi querida Lilia “enloquecía”. Sucede que estaba abierta la puerta del edificio, vivíamos en la planta baja.
El niño se salió y de pronto los gritos de angustia. Los pensamientos “negros”. Pasaron los minutos y, al fin, el bebé fue localizado; se metió a un edificio próximo al nuestro. Una vecina abrió la puerta y le habló a la mama: “señora aquí está su niño”.
Jorgito estiró los brazos y corrió a abrazar a su mamita. Lágrimas. Sollozos. La historia la conocí al regresar a casa.
En julio de 1967 nevó en el Distrito Federal, en plena zona urbana. El asfalto de las calles quedó cubierto de nieve; en algunos sitios hasta diez centímetros de grosor. En los prados de los camellones y en los parques, una capa blanca.
Frente a la casa, había un pequeño prado. Salí con mi pequeño y se divirtió e inclusive hicimos un muñeco. No ha vuelto a nevar en nuestra Ciudad de México. Sí, ha nevado en el Cerro del Ajusco, al Sur de la Capital Mexicana.
BAILAR Y DECLAMAR, SU PASIÓN
Mi querida esposa, además de guapa y siempre cuidadosa de su figura, era la que animaba las reuniones con sus amigas Gena Estrada, Carmelita Contreras, Lupita Ávila y Micha García López.
Lilia disfrutó mucho bailar. Me contó que Octavio Chávez, uno de sus amigos toluqueños, le enseñaba baile regional.
Le fascinaba bailar al ritmo del chachachá. Ejecutaba pasos con mucha agilidad y hasta nos enseñaba que “es muy fácil bailarlo”.
Otra sorpresa, fue cuando por primera vez le oí declamar el poema de Juan de Dios Peza, “Reír llorando”. Composición poética de catorce estrofas. Estábamos en una cena con padres de familia y profesores de la escuela Primaria, donde estudiaban los hijos.
A partir de entonces, surgía la petición para que nos declamara esa romántica poesía. En las reuniones familiares hijos y amigos le pedían que declamara Garrick y oíamos:
Viendo a Garrick –actor de la Inglaterra-
el pueblo al aplaudirle le decía: “Eres el más gracioso de la tierra y el más feliz…”.
Y el cómico reía.
Ese era el inicio y final, así: «El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas aquí aprendemos a reír con llanto
y también a llorar con carcajadas».
EN LA CAPILLA DE LOS DOLORES
El refrán popular de “En Martes No Te Cases, Ni Te Embarques, Ni De Tu Casa Te Apartes”, lo pasamos por alto.
Mi hermosa novia, con quien tomaba café en el restaurant El Rey, en los Portales de Toluca, planeó que el casamiento sería un martes 13, porque no éramos supersticiosos.
Desde antes de que me diera el “si” como novios, acostumbrarnos escribirnos diario una carta y creo que juntamos casi cien. En una de ellas, la del 13 de enero de 1960, me comunicó que no quería perder el tiempo y que deseaba nos casáramos en ese año.
Se llegó la fecha. Pasé mi última noche de soltero en el Hotel San Carlos, ahí en los altos de Los Portales. Me sentía muy emocionado. Salí del hotel hacia la casa de mi novia. Caminé hacia Allende 217 B, a dos cuadras del céntrico hotel.
Don Polo Estrada, el casamentero número 1 en Toluca, presidió el enlace civil. Todavía se leía la Epístola de Melchor Ocampo. Mis papás, Gonzalo y Matilde, mi queridísima suegra, doña Esthercita y el profesor Filiberto Navas Valdez, presentes. Los testigos y los padrinos, puntualísimos.
También estuvieron mi cuñado Edmundo Navas Ruiz y su esposa María Fernanda Hernández. Mundito y Rosario, quienes serían mis sobrinos y convivimos con ellos.
A la Capilla de los Dolores, a unos pasos de la casa, llegué caminando y la novia en coche. Monseñor Pascual Ruiz García, tío de Lilia, ofició la misa. Mundito, niño de unos cuatro años, corría detrás del altar e interrumpía la ceremonia.
Sencilla fue la recepción, después de la boda civil. En el coche del ingeniero Héctor Medina Neri nos trasladamos a la Ciudad de México y estuvimos unas horas en la casa de mis papás.
Por la tarde salimos de luna de miel, por vía aérea, al Puerto de Acapulco, donde tenía alquilado un departamento, porque antes del casorio, estuve comisionado por La Prensa para cubrir el movimiento estudiantil que derrocó al gobernador Raúl Caballero Aburto.
Gloria Díaz González en su columna de sociales, “Crinolina”, del diario El Mundo, en Toluca, reseñaba todo lo nuestro. Firmaba como “Maricel” y le mando un cariñoso saludo a la Decana de los Periodistas del Estado de México.
PADRES E HIJOS, UNIDOS
Comparto lo siguiente: Lilia, Lí le llamaban sus sobrinas Lichita y Vicky Castañón, forjó a la Familia Herrera Navas. Nada la detuvo para crear el ambiente cariñoso de esposa, madre, abuela y unos días de bisabuela. Logró su propósito, unidad familiar. Sólido y fuerte pilar.
Fuimos un matrimonio apreciado en los círculos sociales. Convivimos y “conbebimos” con varios grupos: el de los papás de nuestros hijos de la escuela, con mis compañeros reporteros, los compadres y el denominado “Familia Gamos” que fundamos en 1975, cuando los hijos jugaban fútbol americano, en una liga infantil-juvenil del CUM.
Hicimos días de campo. Viajamos por varios Estados. Íbamos a eventos deportivos. No nos perdíamos funciones teatrales ni los estrenos cinematográficos.
En esa forma se dio la relación entre mamás, papás, hijas e hijos. Eran otros tiempos, muy bonitos. La convivencia familiar tuvo como resultado que hoy, perdón por el yo, gozo de mis hijas e hijos un cariño tan grande como el que recibió Mane.
“A mi abuelita, materna, le gustaba que le dijéramos Mamá Grande” y se redujo a Mane. A mí me gusta que así me digan los nietos”, decía mi inolvidable Lilia.
Jorge Luis, el primer nieto, “nos bautizó” como Mane y Vito.
DICIEMBRES DOLOROSOS
Diciembre, el final de año, es de tristes recuerdos. Hay que superar ese ánimo, dando gracias a Dios, para disfrutar el tiempo que andemos este convulsivo mundo. Recordar los momentos alegres, los éxitos, las vivencias de felicidad, es lo mejor.
En el diciembre de 1970 mi querida suegra, doña Esthercita Ruiz Pacheco, se agravó del cáncer en el estómago. Faltaba poco para la Nochebuena y, desde su lecho, le habló a mi esposa: “Lilia, ¿ya vas a hacer la cena, los romeritos, el bacalao?” y ante la respuesta de “no”, le indicó “te voy a decir cómo la harás?
Así mi querida Gordita Linda y mi concuña María Fernanda se pusieron a trabajar, atendiendo las instrucciones de Esthercita. Cenamos muy rico. La señora no pudo saborear los romeritos ni el bacalao. Fue su última Nochebuena.
La tarde del día 1 de enero de 1971 su cuerpo no resistió más y el Señor la recibió en su Reino.
Habríamos de tener otro diciembre, el de 2023, de profunda tristeza.
Tras casi siete meses de diversos tratamientos médicos, motivados por una bacteria que le cayó en la sangre, mi Chacha Linda, contra su voluntad, el domingo 10, quedó encamada en el Hospital de la Nutrición. Era necesario dar ese paso.
La mañana del jueves 21, el reporte médico nos alegró. “Ha mejorado. En dos horas podrá salir a casa”. Falsa ilusión, porque a las 11:30 le llamaron a mi hija Georgina. La situación variaba. El amoroso corazón de Lilia empezó a fallar y esa tarde, falleció.
Dos hechos quedaron grabados en mi mente. El día 13 estuve gran parte del día con ella. Cumplíamos 63 años de casados. Platicamos. “Sácame de aquí. Quiero irme a la casa”, me repetía.
Dios estaba con nosotros ese jueves 21. ¿Por qué lo escribo? Porque en la habitación nos reunimos las hijas, los hijos, los nietos. No se permite eso en los hospitales, pero el destino nos juntó al lado de la cama.
Al ser descubiertos, dieron la orden de que saliéramos.
Uno a uno le dimos un beso en la mejilla. Mi Gordita se quitó la mascarilla de oxígeno y nos dimos dos besos. Jamás imaginé que nos estábamos despidiendo para siempre. Cinco minutos después de llegar a la casa, telefónicamente me dieron la noticia.
Durante los meses previos al deceso, se adaptó una habitación para dar el servicio de hospital. Tuvimos enfermeras de planta, muy humanas, Wendy y su hija Alondra. Lilia se distraía oyendo música, viendo películas en la tele y conversando con Araceli Vargas Reyes, quien trabaja en la casa.
No olvido que mi abuelita, Aurelia López Montes. Murió el 25 de diciembre de 1981.
jherrerav@live.com.mx