La ideología y la política racista, xenófoba, antiinmigrante y, particularmente, antimexicana, no es algo reciente en el desarrollo discursivo o retórico de la clase política estadounidense, sobre todo la relacionada con los grupos que propugnan por la prevalencia de las ideas retrógradas de la supremacía blanca.
Por eso no puede soslayarse cuando figuras públicas en posiciones influyentes promueven el odio o este tipo de retórica discriminatoria, alentando con ello a otros grupos a replicar los comportamientos violentos y la vulneración sistemática de los derechos humanos de personas residentes, migrantes o incluso ciudadanas.
Recuérdese la promoción de cierto activismo racial y cultural desde la pluma de intelectuales como Huntington, cuya preocupación por las crecientes olas migratorias, principalmente de mexicanas y mexicanos, refrendaba la agenda de los grupos supremacistas. Esto se concretó durante la gestión del anterior presidente de Estados Unidos y sus más cercanos colaboradores, como el que fuera su fiscal general, Jeff Sessions, y el asesor principal de políticas, Stephen Miller.
En efecto, la retórica explícitamente racista, xenófoba y antiinmigrante fue el denominador común, en particular durante los primeros 18 meses de la administración de quien en 2017 se convirtiera en el cuadragésimo quinto presidente de la Unión Americana, en gran parte, por su abierta apelación al sentimiento antimexicano y xenófobo de sus bases electorales.
Tal fue el uso electorero de ese discurso que, desde la carrera presidencial de 2016, se distinguió como el más mexicanofóbico de todos los candidatos republicanos de los que se tiene memoria. Con tono ofensivo, en términos raciales y étnicos en general, hizo de nuestro país el principal blanco de sus ataques, tipificando a los migrantes como delincuentes, narcotraficantes, violadores y “hombres malos”.
Incluso rebasando sus límites legales y jurisdiccionales, refirió en repetidas ocasiones que el Gobierno mexicano debía pagar por un muro fronterizo, amenazando constantemente con salir del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) si nuestro país no ponía un alto al flujo de drogas y personas.
La retórica violenta, así como las amenazas y el acoso continuo del ex presidente estadounidense dañaron la relación bilateral. Sin embargo ahora, en vísperas de las elecciones concurrentes en ambas naciones, esa retórica ha sido traída de vuelta, esta vez auspiciada por voces ciudadanas que promueven el enojo y la insatisfacción, a partir de la idea de que la presencia de inmigrantes indocumentados perjudica su cultura y economía.
Aunque no son propiamente tiempos electorales, el ala republicana en la presente administración se lanzó de nueva cuenta a la ofensiva, retomando los prejuicios contra México y su población.
Si durante la administración Trump las acusaciones y percepciones falsas sembraron las condiciones para convertir el entorno en terreno fértil para el racismo y la xenofobia, esta vez los graves daños a la salud ocasionados por el consumo de fentanilo han servido como pretexto para exhibir a los expansionistas o colonialistas del más rancio conservadurismo estadounidense.
Así, nuevamente, nuestro país aparece en la coyuntura como un pretexto oportuno, una bandera de preocupación pública o issue de campaña. Ya es como manía tomar a México insisto, como pretexto, prejuicio o premonición para llevar agua al molino de cada candidato y atraer votos, práctica a la que recurren más los republicanos que los demócratas.
En 1988, el tema fue el asesinato del agente de la DEA Enrique Camarena; en el 2000, el NAFTA, que estaba llevándose a México los empleos de los estadounidenses; en 2012, la guerra contra el narcotráfico, que convirtió a nuestro país en un peligro para las y los ciudadanos de la Unión Americana, y en 2024, podría ser el fentanilo.
Ciertamente, ninguna de esas situaciones son falsas. Existen y se presentan, pero el truco está en el uso electorero y el usufructo propagandista. Por ejemplo, el tratamiento político sobre el fentanilo, que es en una verdadera epidemia de salud pública, no debería tener cabida sino desde una óptica de cooperación internacional.
A medida que se acerca la elección presidencial en EUA, se incrementan los ánimos antiinmigrantes y antimexicanos. Ahora mismo, el problema del fentanilo está siendo el motivo para atizar los prejuicios que alimentaron las campañas y las aspiraciones políticas de diversos candidatos en los comicios pasados, quienes señalan que el problema viene de fuera, de los carteles en nuestro país; que los introductores son las personas migrantes que van a buscar trabajo, y que nuestro Gobierno ha sido tolerante y está cruzado de brazos o, incluso, protegiendo a los grupos de la delincuencia organizada.
Toda esta retórica de la desinformación no toma en cuenta que México, y en concreto la presente administración federal, está llevando a cabo los mayores esfuerzos e invirtiendo los recursos necesarios para ayudar a resolver este problema, que tiene sus raíces y soluciones en la propia Unión Americana.
Es claro que debemos seguir apoyando a EUA, nuestro vecino y socio, a combatir este y los demás flagelos que pueden comprometer la relación bilateral, pero aislando antes la serie de precursores políticos tóxicos que están detrás del racismo, la xenofobia, la discriminación y el imperialismo que atentan contra el respeto a las respectivas dignidades y soberanías nacionales.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA