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En el ámbito político, el uso de tecnologías emergentes como el Metaverso, el aprendizaje automático o machine learning, la inteligencia artificial (IA), el big data, las deepfakes y el ChatGPT está colmado de beneficios potenciales… y también de riesgos significativos.

Por ello vale la pena analizar cada tecnología, para formar nuestra opinión.

Entre las bondades de utilizar plataformas como el Metaverso, tenemos Ayuntamientos virtuales, mítines de campaña interactivos, simulaciones de políticas ludificadas y fomento de la participación cívica global mediante el discurso político, la creación de espacios virtuales para debates, reuniones públicas o resolución colaborativa de problemas, como las reuniones diplomáticas virtuales, que podrían convertirse en parte de las relaciones internacionales. Sin embargo, conlleva riesgos como las cámaras de eco (que solo nos muestran el contenido con el que somos más afines), la manipulación a través de avatares y entornos específicos o la posible privación de derechos de quienes no tienen acceso.

El uso del Machine Learning y de la IA puede ayudar a la microfocalización de votantes, al análisis de tendencias para predecir el comportamiento de estos, a la optimización de estrategias de campaña y a la identificación de desinformación.

Los Gobiernos pueden utilizar la IA en procesos de toma de decisiones, análisis de políticas y asignación de recursos, y para ayudar a identificar patrones, predecir resultados y optimizar diversos aspectos de la gobernanza.

No obstante, también se puede enfrentar el peligro del sesgo algorítmico, que conduce a una focalización imprecisa, supresión de votantes o manipulación de la opinión pública a través de información errónea personalizada.

Con la tecnología big data es posible entender la demografía del electorado, predecir sus estados indecisos y optimizar la asignación de recursos en las campañas.

Asimismo, en estas últimas el análisis de datos y el big data, ayudarían a comprender el comportamiento, preferencias y sentimiento de votantes, para adaptar mensajes y estrategias de campaña y dirigirlos a grupos demográficos específicos de manera más efectiva.

Sin embargo, el empleo poco ético de estas herramientas podría conllevar violaciones a la privacidad, mediante la elaboración de perfiles sin consentimiento, o el uso indebido de datos para efectos de chantaje o extorsión.

Por otra parte, las deepfakes pueden contribuir a la simulación de escenarios políticos con fines de capacitación, creación de contenido educativo atractivo y comentarios satíricos/políticos.

Sin embargo, esta tecnología también podría usarse indebidamente para crear contenido político engañoso, videos de noticias falsas, desacreditar oponentes y socavar la confianza en el proceso político, difundiendo información falsa y manipulando la percepción pública.

La utilización de herramientas tecnológicas que emplean el modelo de lenguaje grande (LLM), como ChatGPT, puede facilitar la generación de lemas y discursos de campaña, brindar una especie de servicio al cliente automatizado para las y los electores y resumir propuestas de políticas complejas, pero sin el debido cuidado se puede generar contenido políticamente sesgado, crear bots para difundir información errónea y suplantar a personas reales para manipular sectores específicos.

Lamentablemente, sobran los casos en que este tipo de tecnologías se usan en forma poco ética o con fines polémicos.

En días pasados, por ejemplo, ocurrió el hackeo y filtración de una base de datos de periodistas que asisten a las conferencias presidenciales; asimismo, surgieron audios truqueados con la voz de la Dra. Claudia Sheinbaum, del jefe de Gobierno de la CDMX, Martí Batres, y de Marcelo Ebrard.

Los audios no eran reales. Se trató de guerra sucia con apoyo de las nuevas herramientas, respecto de cuya regulación todo el mundo se debate y se busca ponerlas al servicio de la humanidad, no de la maldad; de la paz, no de la guerra; de la ciencia, no de la magia negra; de la verdad, no del engaño; de la evolución, no de la degradación.

Esto nos conducirá a la autoverificación, como personas consumidoras de contenidos audiovisuales, y a la validación por parte de generadores de contenidos, incluidos partidos y aspirantes. Y, por supuesto, a una pena por fraude, con los agravantes previstos por la ley.

No será fácil lograrlo.

La misma evolución de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación vuelve obsoleto lo que ayer era vanguardista.

Pero hay que hacerlo, con una perspectiva global e integral, que nos permita utilizarlas como vehículos de bienestar y formación cultural, evitando que nos arrollen.

Por lo pronto, hay que prepararnos para ver situaciones inverosímiles en este proceso electoral. Ganarán mayor posicionamiento las y los candidatos que mejor se manejen y se proyecten en redes sociales.

Abundan ejemplos: Donald Trump ganó la Presidencia en 2016 gracias a la información oportuna sobre el “sentimiento” y la conversación del americano promedio expresado en Facebook. Vladímir Putin se reeligió como presidente de Rusia, merced a una estructura propia en redes sociales y a un ejército de cuentas y promotores digitales que movilizaban casi al unísono al simpatizante de San Petersburgo con el militante de Samarcanda, una red que lo mismo sirve para promover que para monitorear el clima político de ese país.

En México, el Estado de Nuevo León ha dado dos gobernadores de redes sociales (Jaime Rodríguez Calderón “El Bronco” y Samuel García), mientras que en Jalisco, Guanajuato y otros estados hubo candidatos independientes que le ganaron a los otros partidos con su sola difusión en redes.

En Japón han ido más lejos. En 2018, en un distrito de Tokio se presentó un candidato peculiar a la elección municipal. Planteaba combatir la corrupción y mejorar los servicios públicos, y asombró por sus conocimientos del tema y la lucidez de sus planteamientos.

No tenía partido, solo un portal informativo, donde le escribían y respondía las 24 horas. No dormía, hacía recorridos virtuales por el distrito y lo podían contactar de inmediato por alguna de sus redes sociales.

Se llamaba Michihito Matsuda, y quedó en tercer lugar de la votación. Tras la elección lo almacenaron, porque era un androide con inteligencia artificial.

Sin duda veremos desfilar todas esas herramientas digitales en esta contienda electoral.

Ojalá que sea para el perfeccionamiento de nuestra democracia electoral y no para su degradación o involución. 

ricardomonreala@yahoo.com.mx

X y Facebook: @RicardoMonrealA