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Por: Rosa Chávez Cárdenas

La era consumista en la que vivimos se basa en crear necesidades con el objetivo de comprar y tirar. Los productos duraderos ya no son importantes: televisores, refrigeradores, autos, cuesta más caro reparar que comprar unos nuevo.

El placer se encuentra en el poder de la compra, adicción que han aprovechado las empresas que venden por internet.

Está de moda en los niños comprarles juguetes y grabar para subirlo a las redes. En cuanto el niño abre la caja y descubre el juguete pierde el placer.

El consumismo no gira en torno a la satisfacción de deseos, sino a la incitación de nuevos deseos. Qué diferencia, cuando era niña inventábamos el juego y hasta el juguete; qué divertido era seguir un barco de papel en tiempo de lluvia. “Realidad líquida” le llamó el filósofo polaco Zygmunt Bauman. La “realidad líquida” en la que estamos inmersos no importa conservar los objetos, sino renovarlos constantemente para satisfacer el espíritu consumista.

¿Se han puesto a pensar lo diferente que era la forma de pensar de sus padres y abuelos en comparación con la nuestra? Los objetos de valor pasaban de generación a generación, las joyas, los muebles, los libros, hasta la ropa; hablando de ropa, las telas eran de buena calidad y duraban años, hasta se heredaban entre hermanos.

En cuanto a las relaciones de pareja permanecían, “hasta que la muerte los separe”. No se divorciaban como hoy en día.

Bueno, no era indispensable el enamoramiento, algunos matrimonios eran elegidos por los padres y no había el erotismo y la intimidad de hoy en día.

Mi abuela nos platicó que hasta que se casó se dio cuenta que mi abuelo tenía pecas. Nada de besos, se veían a través de la distancia. Todos utilizaban el mejor método anticonceptivo vegetariano: “el no palito”.

Nos fuimos al extremo, los valores, la filosofía de vida, la ética y la moral han cambiado radicalmente en los últimos años. En una ocasión escuché al Premio Nobel, Gabriel García Márquez, decir: “el amor se acaba, lo que nos queda es el compromiso y la responsabilidad”.

El desarrollo de la ciencia, la tecnología, el auge de la economía, la cultura, la apertura de mercados, la globalización depredadora y la manera de hacer política, han hecho que la sociedad se aleje de aquello a lo que lo mantenía unido.

De la sociedad sólida pasamos a una sociedad líquida, maleable, escurridiza que fluye en el capitalismo.

La “realidad líquida” consiste en la ruptura con las estructuras y los patrones de las generaciones anteriores. La sociedad actual es más individualista que colectiva, todo es cambiante, nada es permanente.

Los jóvenes son como barcos a la deriva, tienen miedo al compromiso y no quieren perder su libertad. Viven relaciones superfluas, todo está permitido, incluso relaciones bisexuales, a ver con quién se sienten mejor. Todo está permitido, son los patrones de la sociedad líquida. Hasta los roles de género se multiplicaron.

Se presentó un referente: la crisis económica del 2008, azotó las instituciones financieras y cambió la forma de pensar; nada es seguro, ni los buenos estudios son garantía de oportunidades laborales; todo es efímero, tenemos que reinventarnos y afrontar nuevos retos.

Toda época tiene sus neurosis, pero la actual rebasa, por mucho, las anteriores.

Es mucho el esfuerzo por adaptarse a tantas crisis: el miedo que genera la violencia, los efectos del cambio climático y la incertidumbre crean ansiedad; miedo al miedo.

Las poblaciones son urbes que crean miedo, tantos factores en contra incrementan los trastornos psicoemocionales.

Afortunadamente como un faro en el océano existen iniciativas que avanzan en la regeneración económica, social, educativa, étnica y espiritual, pero se encuentran dispersas. Necesitamos unirnos, colaborar para volver a repensar nuestra historia y reconceptualizar sumando los intereses comunes.

La “modernidad líquida” seguirá imparable si se lo permitimos. Dejamos de lado las ciencias del espíritu y nos olvidamos de cultivar la humanidad. Todo cambio empieza en nosotros mismos.

rosamch@hotmail.com