Según diversos estudios, dentro del sistema económico se pueden identificar una serie de ciclos, algunos de los cuales se relacionan con contextos de crisis y que incluso son impulsados por la propia dinámica de las estructuras capitalistas; sin embargo, no son ajenos a las condiciones de existencia del sistema.
Las crisis pueden provenir de diversos factores que generan un retraimiento de la economía. Para la población de a pie esto significará la pérdida de empleos, reducción de los salarios en términos reales, aumento en el costo de los productos y servicios de primera necesidad y, en general, del costo de vida de la sociedad, lo cual tiene su origen en el marcado desequilibrio entre la producción (la oferta) y la demanda.
Comúnmente, un proceso inflacionario suele ir acompañado de otro fenómeno por igual preocupante para los Gobiernos: la recesión, que es la parálisis parcial o total de la actividad económica o industrial dentro de un país, en donde los índices de desempleo se elevan estrepitosamente y el poder adquisitivo de los salarios y la capacidad de compra de las personas no pueden hacer frente a la excesiva alza de los precios.
En el siglo pasado, por ejemplo, resulta ilustrativa la grave recesión económica que Alemania experimentó al término de la Primera Guerra Mundial, registrando las más intensas y dañinas subidas de precios de la historia, ya que una pieza de pan llegó a costar decenas de millones de marcos. Por otro lado, también sirve como botón de muestra la crisis del llamado Jueves Negro de Wall Street, acaecida el 24 de octubre de 1929. Aquella caída de la Bolsa de Valores de Nueva York devendría en la gran depresión económica de Estados Unidos, que dejó un saldo aproximado de 10 millones de personas en situación de pobreza en tan sólo cuatro años.
México también ha enfrentado este tipo de situaciones, cuyos efectos se pueden ver reflejados en el empobrecimiento de más de la mitad de su población. El inicio de un periodo crítico para nuestra nación comenzó en febrero de 1982; la baja en los precios del petróleo a nivel internacional ocasionó un déficit en la balanza de pagos del país, ya que las exportaciones de crudo no dieron los dividendos suficientes para pagar las obligaciones en el extranjero. La fuga de capitales no se hizo esperar y la devaluación de la moneda nacional fue inminente.
Hoy, México y el mundo vuelven a enfrentar un contexto de crisis en materia económica, cuyos alcances todavía están por vislumbrarse. La crisis sanitaria ocasionada por la pandemia provocó el inicio de lo que analistas ya calificaron como una importante recesión. Aunado a ello, el conflicto entre Rusia y Ucrania ha precipitado aún más el contexto de crisis, debido a la menor disponibilidad de granos y alimentos, así como las restricciones para el acceso de energéticos que Rusia proveía a Europa occidental.
Para combatir los efectos de la inflación, algunas naciones están apostando por medidas relacionadas con la inversión y los subsidios para la generación de alimentos, bienes, servicios y empleos. No obstante, los bancos centrales de muchos países optaron por encarecer el costo del dinero, para contener el crédito y el consumo.
No existen recetas ni fórmulas patentadas para la resolución de un problema económico como el que actualmente se afronta; sin embargo, se pueden implementar ciertas medidas para minimizar o combatir los nocivos efectos que se resienten tanto en nuestro país como en el resto de la aldea global, entre ellas, las siguientes:
Incentivar la actividad del mercado interno, subsidiar el consumo de alimentos y servicios básicos e impulsar medidas fiscales para fomentar la inversión privada.
Ejercer el gasto público en obras de infraestructura de carácter estratégico (carreteras, presas, hidroeléctricas, puertos, vías férreas, etc.) orientadas a generar empleos e impactar sectorial y regionalmente a la economía del país.
Implementar una política de estímulos fiscales al sector primario de la economía (agricultura, ganadería, pesca, etcétera).
Incrementar la inversión pública y privada en sectores propios del capital humano, como salud y educación.
Garantizar el suministro de energía (electricidad, gas y combustibles a precios internacionales competitivos) y de agua. En ambos rubros resulta necesaria la rectoría del Estado, sin cerrar la inversión privada complementaria.
Asegurar niveles mínimos de seguridad y respeto al Estado de derecho, para incentivar la inversión extranjera directa y dar certidumbre a los capitales privados del país.
La crisis por la que atravesamos está tocando su punto máximo, de acuerdo con especialistas. Quienes son más optimistas auguran un mejor panorama económico para el segundo trimestre de 2023; de cumplirse el pronóstico, estarían restando aproximadamente ocho meses de presión económica antes de encontrar alivio.
En cualquiera de los casos, ya sea que la crisis dé tregua en un año o continúe más tiempo del previsto, mantener el mercado interno activo y regresar a políticas orientadas a la autosuficiencia alimentaria y energética proveerá un respiro necesario, mientras pasa el vendaval internacional.
Estar totalmente a expensas de las vicisitudes exógenas, sin controles o certidumbres derivadas de la jurisdicción nacional, nos condenaría a compartir el destino de la retama del desierto, la cual es llevada de un lado a otro por el viento.
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