En vísperas de la más grande celebración del año en el mundo cristiano, la Navidad, vale la pena rememorar algunos de sus principales antecedentes.
Esta práctica milenaria de Occidente fue implantada en lo que ahora es territorio mexicano, como la apoteosis, el cierre, de un ciclo anual del calendario de festividades de la tradición cristiana, en donde se le da preeminencia al nacimiento de la segunda persona de la Trinidad sobre la cual se centran ese culto y sus dogmas.
De acuerdo con el texto bíblico, las profecías en torno a la llegada del Mesías para el pueblo judío se cumplieron con el nacimiento de Jesús, suceso ubicado cronológicamente en el vigésimo año de gobierno del primer emperador romano, César Augusto, según lo descrito por el Evangelio de Lucas.
El nacimiento de Jesús, naturalmente crucial para el cristianismo, se extendió de manera paulatina por todo el Viejo Mundo, a partir del cenit del Imperio romano, a tal grado, que nuestro calendario en Occidente, y en general en todo el globo, se divide en antes de Cristo y después de Cristo.
En nuestro país, el culto al Niño Dios, que hace alusión a este suceso narrado en el texto bíblico, adquirió características muy particulares. Muchas de las familias católicas mexicanas cuentan con imágenes de él en sus hogares, las cuales son elaboradas por personas artesanas que, además de trabajar las figuras, principalmente en yeso, también se dedican a confeccionar los atuendos de estos elementos simbólicos para la conmemoración del nacimiento de Jesús, en Nochebuena.
En el marco de la reunión con la familia y los seres queridos la noche del 24 de diciembre, innumerables feligreses disponen sus hogares para dedicar un momento a la veneración de la imagen del Niño Dios y arrullarla, en conmemoración de los sucesos ocurridos en las afueras de la ciudad de Belén, en la región de Judea, hace aproximadamente 2,000 años.
Aunque es una creencia popular muy arraigada en Occidente, por la amplia expansión del cristianismo, quienes estudian el texto bíblico aseguran que las fechas decembrinas en las que se celebra el nacimiento de Jesús no corresponden con los evangelios, pues según estos, los primeros testigos del evento fueron pastores que guardaban las vigilias de la noche con sus rebaños en los pastizales, lo cual no hubiera podido ocurrir en los meses de invierno, ante la escasez de hierba y las bajas temperaturas. De acuerdo con ello, el suceso debió acontecer entre abril y junio, época en que se acostumbraba llevar a pastar a los rebaños durante la noche.
Pocas personas saben que la celebración del 25 de diciembre está más asociada con el culto al Sol, proveniente de las festividades saturnales que tenían lugar en la Roma imperial durante el solsticio de invierno, cuando se presentaba la noche más larga del año y se recibía un nuevo amanecer: la victoria de la luz frente a las tinieblas.
Con la conversión del emperador romano Constantino al cristianismo, alrededor del año 312 d. C., hubo cambios profundos e importantes en el territorio gobernado, tanto en lo político como en lo religioso, que derivaron en la resignificación de ciertas festividades, entre las que destacó el nacimiento de Jesús, que comenzó a celebrarse en las fechas de la Natividad —hoy llamada más popularmente Navidad—, del 25 de diciembre.
Al margen del contexto cristiano detrás de la más grande conmemoración del año para millones de personas en el mundo, la noche del 24 de diciembre significa también, en términos seculares, una gran ocasión para convivir con familiares y amistades en tono festivo, alegre y afable.
Así, la Navidad es también sinónimo de renacimiento, reencuentro y reconciliación. Las familias hacemos votos para dejar atrás los odios, rencores, fobias y todas aquellas grietas o brechas que a lo largo de un año nos hayan alejado de nuestros semejantes, del prójimo o próximo, y renovamos los votos de concordia, paz y amor.
Por ello, en esta Navidad 2022, además de mi férreo compromiso por defender los principios democráticos y el Estado de derecho, quiero entregar a ustedes una propuesta de reconciliación, renacimiento y reencuentro entre las y los mexicanos, que nos puede ayudar a recuperar la grandeza de la nación y a enfrentar los nuevos retos y realidades de un mundo en constante transformación económica, social, ecológica, tecnológica y política. Necesitamos reconciliar a México, para poder transformarlo.
Esta reconciliación transformadora pasa por seis ejes o momentos:
La inclusión, que exige un país unido, no dividido.
Un Gobierno colaborativo, que sume y multiplique los esfuerzos de las y los mexicanos de todas las clases sociales y de todas las regiones, sin dejar a nadie afuera o atrás de los demás.
Una sociedad justa, con menos de las desigualdades materiales y miserias morales que hoy la tienen confrontada y ensangrentada.
Un país seguro, donde la vida de las personas y sus bienes no sean vulnerados, robados, confiscados o arrebatados por la violencia; donde la vida sea el principal bien público que proteja un Estado democrático de derecho.
Un país verde, donde el desarrollo y el crecimiento sean ecológicamente responsables y comprometidos con la preservación sostenible de la tierra, el agua y el aire.
Una nación próspera, donde la riqueza se distribuya creciendo, y el crecimiento se alimente de una riqueza bien distribuida, para que permita la existencia y expansión de una clase media robusta.
Vayan estos propósitos de reconciliación, con mis mejores deseos, para todas y todos mis lectores en esta Navidad 2022.
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