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(Cuento)

Las Navidades en Naolinco son húmedas y frías, con neblina densa y un pertinaz chipi- chipi que da lustre a sus callejones empedrados.

Juan Antonio Molina, naolinqueño de prosapia; bigote retorcido, alto, fuerte, en su mejor edad, era sin duda el partido más codiciado entre las casaderas de la región, pero tenía un gravísimo defecto:¡ ser avaro!, supremamente avaro, de esos que recogen clavitos oxidados en las banquetas.

Vivía en las orillas del hermoso pueblo zapatero y esa mañana había ido a Xalapa a comprar sus viandas para celebrar la Navidad, como era su costumbre, en solitario.

Al anochecer regresó a su cabaña de la loma con una generosa dotación de carnes frías, aceitunas, quesos, piñones, nueces, orejones, vinos, tequilas, sidras y un apetitoso, bien cebado, guajolote ahumado.

-Todo, todito para mí, hasta el último huesito. Sin  mujer que me exija, ni perro que mendigue- pensaba para sí mismo el guapo ranchero acariciando su espeso bigote.

Con todo y sus  riquezas Molina era incapaz de dar una limosna o de ofrecer una rosa a las guapas solteras de Naolinco;  ni siquiera ponía flores en la tumba de sus padres, señalada con una pobre y carcomida cruz de pino.

Todo en él era atesorar y acumular: las palabras ofrecer y soltar no figuraban en su muy particular diccionario. Así era este personaje, quién en la noche de Navidad se aprestaba muy encapotado a abrir los múltiples cerrojos de su vivienda  cuando escuchó voces requiriéndolo:

-Juan Toño, Juan Toño…..

Molina, contrariado, reaccionó instintivamente escondiendo las apetitosas viandas bajo  su  grueso capote y a su vez, interpeló con amedrentador vozarrón:

-¿Quiénes son ustedes? ¿Qué buscan? Estoy ocupado.

Pero esto no arredró a los inesperados visitantes que seguían acercándose empuñando unas antorchas mortecinas en gran vocinglería: -Invita Juan Toño, invita….

Molina, a  punto de estallar, iba a emprenderla contra los merodeadores, pero en ese preciso momento las antorchas dejaron ver los rostros de los inesperados visitantes y Molina se petrificó:

Todos  y cada uno de ellos eran conocidos  de Juan Toño,  pero todos y cada uno de ellos habían muerto en diferentes épocas y circunstancias. Ahí estaba el ex Presidente Municipal Faustino, muerto por fulminante pulmonía. Él era el líder del festivo grupo de ultratumba. En la comitiva, borracho como de costumbre, Cresencio, el Notario, quién llegó al “más allá” aplastado por su propio caballo; Migue y su guitarra, asesinado por celoso marido. El más gritón Pedro, medio hermano de Juan Toño, ahogado en la cascada. Este abrazaba    pecaminosamente a Julia, la solícita mesera desaparecida en el Puerto de Veracruz. “La Leona” junto a su comadre Guillermina, a ellas la fiesta no les alcanzó mientras  vivieron.  Y muchos otros desaparecidos y desparecidas que formaban  un coro parlanchín, exigente…y difunto.

-Ahora sí  Molina, te toca invitar -dijo uno  y otro  agregó:

-Hasta que vamos a cortar un nopal  de tu jardín.

En tanto el Presidente Municipal determinó solemne:

-Compañero Molina, esta noche hemos decidido por unanimidad de votos invitarnos a tu Cena de Navidad -se escucharon ensordecedores aplausos y vítores.

Los labios de Molina se contrajeron con un rictus de tacaño mientras se tornaban blancos, secos por el susto y  las exigencias. Sus dedos se crisparon ¡Cómo!  Ni los muertos tenían derecho a  quitarle su comida. Se le escapó un suspiro,  pero finalmente, obedeciendo a la ley del grupo, abrió la puerta cediendo el paso.

Cuando el  último convidado traspasó el umbral, Molina cerró la puerta y se percató de que sus pantalones estaban empapados. Don Agustín, el viejo cartero, al verlo en esas condiciones  le dijo:

-Eh… Molina, ya  te orinó el pavo ¡Ve a cambiarte y regresas!

Juan Toño,  como autómata, obedeció  las órdenes del cartero y fue a su recámara a ponerse pantalones limpios, mientras en la sala Migue afinaba su guitarra para comenzar la verdadera pachanga. Cuando regresó el anfitrión ya Fulgencio estaba sirviendo la primera ronda.

-¡Salud! ¡Salud compañeros por la Navidad y por la Eternidad! ¡Salud, salud!

Molina se bebió de un golpe su trago y se sirvió  otro, otro, otro y otro (tan buen tequila  y tan caro) hasta que empezó a hacer bizcos y a sobarse las manos en cuanto vio acercarse a Oralia, muerta en trágico accidente, que  lo invitó a bailar diciéndole:

-Cálmate mijo, cálmate. Primero me concedes esta pieza.

A Molina ya no le quedó otra que salir a bailar al son de los boleros de Migue y al tiempo que escuchaba  los taponazos de las botellas de sidra, se abandonó a la cadencia de Oralia, quién aunque  estaba un poquito fría, tenía sus exuberancias bien acomodadas y a plena disposición.

Las risas, los aplausos, los coros, el festín, el pavo, las frutas secas, los turrones, los bailes y los besos menudearon hasta el amanecer.

A la mañana siguiente, casi a mediodía, Juan Toño se despertó con una cruda cegadora,  pensando que todo había sido una alucinación. Pero al ver el fenomenal tiradero: huesos de pavo roídos, botellas descorchadas y  liquidadas, platos y vasos regados por todos lados; y  sobre todo, la guitarra de Migue abandonada en la mesa del comedor, supo que esta había sido su mejor Navidad.

Desde  ese día,  Juan Toño cambió su vida, se convirtió en un hombre generoso, mecenas de su pueblo y de sus oficios. Y con el tiempo hasta en esposo modelo, padre abnegado y ejemplo de su comunidad, gracias a la enseñanza navideña de sus maestros de ultratumba.  

taca.campos@gmail