De la cuna a la tumba es una escuela; lo problemas, son lecciones. Quién murió se nos adelantó, no perdimos a nadie; todos para allá vamos. Morir no es el final. No hay muerte… hay mudanza.
Nuestros prehispánicos y sublimes maestros espirituales como Cristo y Buda coincidieron en que: “Morir es como una puesta de sol en este lado de la tierra y un amanecer en el otro”.
También la muerte, para ellos, era un cambio de vestidura física para continuar con el trabajo que habría de conducirlos a comprender su naturaleza divina y alcanzar la unidad en Dios.
Sin embargo, hasta la fecha, para quienes somos humanos comunes, la muerte continúa como aterrador enigma que nos paraliza el cuerpo de miedo, lo que jamás sucedió entre nuestros Tatas y Nanitas quienes consideraban que la tierra no era su casa. “Aquí, solo estaremos breve tiempo, que tomamos por préstamo. Aquí nuestro corazón solo se alegra por breve tiempo”.
Para nuestros ancestros, los humanos no perecíamos, moríamos para comenzar a vivir. Morir no era el final, solo mudanza.
“No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí.
Aunque sea jade se quiebra
Aunque sea oro se rompe,
Aunque sea plumaje de quetzal se desgarra,
No para siempre en la tierra: sólo un poco aquí”.
(Cantares Mexicanos).
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