En el apogeo del periodo neoliberal, durante el sexenio de Ernesto Zedillo (1994-2000), casi desaparece el sistema ferroviario mexicano, con el pretexto de dar cauce a los supuestos beneficios de la privatización y la reducción de la inversión pública en sectores estratégicos de la economía, ante la ineficiencia del Estado como administrador o promotor del desarrollo.
La consecuencia fue la disminución de los servicios ferroviarios de pasajeros y la reestructuración del sistema de mercancías, para favorecer la Inversión Extranjera Directa y las prácticas monopólicas de países centralizados a periféricos, propiciando la concentración de recursos financieros y capitales en los del centro, así como políticas de desregulación o privatización en el resto de los países de la periferia.
Esto se circunscribe en el contexto de la globalización económica, de la cual, a partir de estudios de sociólogos como Zygmunt Bauman, se pueden dilucidar consecuencias en los Estados Nación y en las personas. Desde el punto de vista económico, la intervención imperialista va acompañada por la ideología liberal-democrática. Los capitales son, por ende, los medios pacíficos que usan los Estados para expandir su dominio territorial e ideológico.
Y esto subyace en las medidas político-administrativas adoptadas por los Gobiernos neoliberales en México. Como corolario de estas, el desmantelamiento del sistema ferroviario obligó a que la mayoría de la población empleara el vehículo automotor como medio de transporte casi exclusivo. Además, la monopolización de las opciones de traslado o viaje a través de automotores se erigió como factor para detonar una modalidad más de marginación económica.
Sin embargo, ante la eliminación del tren como opción de transporte, no se apostó por una infraestructura carretera segura y suficiente. Al contrario: el capitalismo de cuates y la corrupción de la clase política condenaron a México a la importación masiva de todo tipo de vehículos de transporte terrestre, a través de armadoras o ensambladoras, favoreciendo al capital extranjero y las prácticas modernas de colonialismo económico.
Además, las carreteras fueron objeto de las más despiadadas prácticas de voracidad económica, abriendo la puerta a nepotismo, amiguismo y corrupción, lo que resultó en un sistema de tránsito inseguro, deficiente y costoso, tanto de personas como de mercancías.
México tiene alrededor de 176,984.20 kilómetros de carreteras, pero no todas se encuentran en condiciones para traslados, incluyendo las concesionadas para su usufructo privado. A esto se suman los multicitados daños o efectos negativos provocados por el establecimiento de altas cuotas de peaje, de las más costosas del mundo.
Ante este panorama, urgía un cambio de rumbo radical, pues el derecho a la movilidad y libre circulación está asociado de manera indisoluble con el derecho a la libertad y a la vida. Recordemos que, si la Revolución se hizo en locomotora, la Cuarta Transformación se está haciendo en trenes eléctricos y de diésel.
En ese sentido, el presidente López Obrador anunció el regreso del servicio de trenes de pasajeros, mediante el decreto publicado en el Diario Oficial de la Federación, el pasado 20 de noviembre; sin dejar de mencionar los proyectos de los trenes México-Toluca y Suburbano al AIFA (casi terminados), y el México-Querétaro.
El Tren Maya viene a pagar una deuda histórica del Estado mexicano con el sur/sureste del país. Lo mismo el Corredor Interoceánico del Istmo de Tehuantepec (CIIT), que hace realidad un proyecto histórico de Benito Juárez, quien, como oaxaqueño, buscó dar a su Estado natal el empujón histórico para detonar el crecimiento de esa región.
El tren es el transporte más barato y eficiente para la movilidad de pasajeros, bienes y servicios. La 4T busca acabar con el rezago histórico de este (de casi 30 años), desde que fue privatizado por Zedillo y desapareció. Porque junto con el tren llegan el crecimiento, el desarrollo y el bienestar para las poblaciones circundantes.
En cinco años, el sureste no será más la región olvidada de México, la proveedora de mano de obra barata y materias primas para el resto del país y del extranjero. La península de Yucatán hará una tenaza económica con la península de Florida, y lo que hoy es el Golfo de México será el Golfo del Bienestar para los estados de la Unión Americana y de México que comparten aguas con los depósitos de gas y petróleo más grandes del planeta. Y Cuba podría sumarse a la reserva de mar patrimonial más prometedora del mundo.
El CIIT no desplazará al Canal de Panamá, ahora afectado por el cambio climático, sino que será complementario. Los dos océanos más grandes del planeta quedarán conectados y las dos economías regionales más dinámicas del planeta —la asiática y la de América del Norte— estarán comunicadas por este corredor alguna vez codiciado por las potencias del siglo XIX.
El eje central de movilidad del Tren Maya y el CIIT es el ferrocarril. El mismo transporte que los neoliberales vieron como una pesada carga de la que prefirieron deshacerse. Hoy, con inversión pública, cero deudas, e ingeniería y mano de obra mexicana, el sur/sureste tendrá la oportunidad histórica de despegar y llevar bienestar a la población de esa parte del país, pero también a Centroamérica, porque el efecto expansor y detonador de estas dos megaobras de infraestructura de la 4T llegará hasta allá.
Es importante aclarar que no son proyectos, sino nuevas realidades. El Tren Maya es una obra de poco más de 1,700 kilómetros de vías férreas (la distancia entre París y Lisboa), construida en tiempo récord, con un 70 % de productos e insumos mexicanos y el 100 % de inversión pública. Una obra hecha en México, por mexicanos, para el disfrute del mundo entero.
En pocos años más, la milenaria civilización maya resurgirá de la selva que ocultó sus vestigios durante siglos. Veremos el primer gran museo de sitio, al aire libre, de una cultura que está en el origen de Mesoamérica, y toda la península será uno de los destinos de turismo cultural, histórico y ecológico más atractivos del planeta.
El tren de la transformación del sur/sureste es el tren de la historia nacional, y estamos invitados a subirnos, a menos de que prefieran permanecer en la estación Contemplación, junto con Penélope, viendo pasar la historia.
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