Por: Ricardo Monreal Avila
En la estrategia para la construcción de la plataforma electoral del presidente estadounidense, con miras a refrendar su mandato en 2020, México juega un papel importante.
El discurso adoptado en la campaña política de la elección de 2016 parece reverberar justo ahora, en el contexto de una eventual reelección; no es casual que en meses anteriores nuestro país haya sido objeto de agresiones verbales y amenazas por parte del gobierno norteamericano, en su pretensión de reducir el paso de migrantes indocumentados centroamericanos a su territorio.
La manera como el presidente Trump se expresó de las personas migrantes, particularmente de quienes provienen de nuestra nación, cobró en días pasados a sus primeras víctimas indirectas.
El agresor de Texas, responsable de la muerte de varios connacionales, reconoció que su intención era victimar a mexicanos en su intento por salvar a su país de la invasión cultural. Es claro que los discursos xenófobos y de odio pronunciados desde la Casa Blanca han alimentado el radicalismo y la superioridad racial.
Ahora bien, la intención del primer mandatario de esa nación ha sido, desde antes de llegar a la presidencia, satisfacer los intereses comerciales de la industria de su país para lograr una mayor acumulación del capital.
Para Donald Trump lo realmente importante es que su nación vuelva a posicionarse como la economía más relevante del planeta, en un escenario en el que otra potencia industrial —China— puede comprometer los intereses estadounidenses.
El gigante asiático resulta una seria amenaza comercial para los Estados Unidos de América, en tanto que sus actividades se extienden prácticamente por todo el planeta, y para el Gobierno norteamericano es una cuestión de seguridad nacional detener las ofensivas económicas de China.
Este desmesurado interés, envuelto en el discurso proteccionista de la industria estadounidense, llevó a su gobierno a intentar asfixiar a sus socios comerciales más importantes: Canadá y México. Recuérdese la tensa negociación que precedió la firma del nuevo acuerdo comercial suscrito por los tres países.
Después de una serie de amenazas de represalias económicas, hace pocos meses, el presidente de Estados Unidos celebró que el Gobierno de México enviara efectivos de la Guardia Nacional a resguardar la frontera sur con Guatemala; la presión fue muy severa, por las graves consecuencias económicas que se derivarían de una eventual imposición de aranceles a los productos nacionales.
Pese a las amenazas en la retórica y las acciones del presidente estadounidense, el Gobierno de México ha sabido encontrar los canales adecuados para hacer frente a cada situación. La cooperación bilateral es la única vía para defender de la mejor manera los intereses de ambas naciones; fuera de los cauces diplomáticos difícilmente se podría lograr la estabilidad, el crecimiento y el desarrollo entre dos países vecinos que, a su vez, son principales socios comerciales.
En el marco del próximo proceso electoral de Estados Unidos, su primer mandatario ha vuelto a formular otra amenaza: en días recientes, declaró que si en un año no se reducía el tráfico de drogas por México procedería a retirarle la certificación correspondiente. De llegar a presentarse este escenario, habría sanciones, como declarar a nuestro país como territorio inseguro para el turismo, limitaciones en la inversión y cooperación internacional, además de la cancelación de fondos provenientes del exterior destinados al combate del narcotráfico.
Esta certificación, como ya lo ha hecho notar el presidente Andrés Manuel López Obrador, constituye una violación a la soberanía de nuestro país y transgrede el principio de libre determinación de los pueblos. Por otro lado, no influye de manera positiva en el combate al narcotráfico; se trata tan solo de un medio de presión política que tiende más a la polarización que a la cooperación.
Recuérdese que el fenómeno del narcotráfico, que se ha agudizado considerablemente en las últimas décadas, es una cuestión que ciertamente debe ser atendida por autoridades mexicanas; sin embargo, es un problema en el que el vecino país del norte está intrínsecamente relacionado. En tal virtud, se requiere implementar estrategias de carácter trasnacional.
Las y los mexicanos conocemos bien las consecuencias de la escalada de violencia en territorio nacional, a causa de la lucha entre los cárteles que se disputan el control de plazas, territorios y rutas de tráfico; lo que no se debe olvidar es que muchas de las armas que alimentan esa violencia y gran parte de la demanda por enervantes, psicotrópicos o estupefacientes provienen del vecino país del norte.
El tráfico de drogas sigue siendo uno de los negocios más redituables a escala mundial, lo que explica la dificultad de lograr el establecimiento de políticas efectivas para prevenir e inhibir el consumo de enervantes. Esto es lo que no dice el mandatario estadounidense; siempre será más fácil culpar al Gobierno mexicano por el aumento del tráfico de sustancias prohibidas en su territorio, dejando de lado las variables en juego, como el incremento del consumo entre la población norteamericana. Una simple regla de mercado: si se ha registrado un aumento en la oferta, es porque la demanda se ha acrecentado. Y así lo confirman las estadísticas.
Como resulta evidente, México será uno de los importantes temas de debate en la guerra electoral que librarán republicanos y demócratas por la Casa Blanca el año que viene; en adelante, las amenazas del presidente estadounidense deberán leerse en clave coyuntural del inminente periodo de campañas políticas.
El Gobierno mexicano debe evitar a toda costa que la miopía o el reduccionismo secuestren la agenda bilateral; en un escenario mundial marcado por riesgos y volatilidad a merced de la incertidumbre, nuestro país debe procurar la estabilidad apelando a su soberanía, con base en un ejercicio responsable del poder público, dando preeminencia al interés nacional y apostando por la frugalidad, la honestidad y el respeto a los derechos humanos.
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