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De Octavio Raziel

¡Mataron a la muerte!… ¡Mataron a la muerte!… 

– Era el grito del niño que corría por la polvorienta calle del pueblo perdido en la mixteca oaxaqueña donde vivía.

         – ¡Mataron a la muerte!… seguía el grito.

         En la cultura mixteca se presenta a la muerte de diversas formas: con velorios, música, cohetes, velas, flores y mil variedades más.

         Por la mañana, en la calle principal, que también era la carretera que atravesaba el pequeño pueblo oaxaqueño, la Muerte merodeaba, sonaba con fuerte chasquido su largo látigo. Desde las primeras luces del día salían las muertes, que no eran sino vecinos con un traje negro al que habían cosido los huesos recortados de tela blanca. Altos, flacos y más de uno con un “marrazo” de aguardiente calentándole la panza como primer alimento del día.

         Precedían a las muertes, los diablos; vestidos éstos de rojo y pieles de animales del campo, cubrían su cara con una horrenda máscara cuyo objetivo era espantar a los vecinos. No faltaba la cornamenta que era el remate del atuendo.

         Muertes y diablos iban chasqueando sus látigos como cohetes que acabaran de estallar. Era una competencia para lograr el mejor sonido.

         Acudían también a la fiesta las gitanas que recorrían casa por casa ofreciendo sus servicios de adivinadoras. Y la feria que se instalaba en la plaza principal.

         Dolores, era una de las muchachas más bonitas del pueblo. Resaltaba por reunir el color claro europeo (que decían era de un zuavo, soldado que llegó con la intervención francesa) y los ojos y cabellos negros azabache de los mixtecos. La juventud y su coquetería enfrentaban los afectos de los solteros.

-Dolores será mi pareja en el baile- comentó la “Zorrita” delante de sus amigos; comentario que no hizo mucha gracia al “Tlacuache”. Los demás jóvenes querían saber en qué terminaría esta competencia por la muchacha.

         – ¿Cómo competir? -se preguntaban.

         Surgieron muchas y variadas propuestas.

         Mientras, en otro lado del parque, Dolores se había congregado con sus amigas, con quienes comentaba sobre sus dos galantes mozos.

          ¿A quién escoger?, era la pregunta.

         -Ambos son buenos muchachos y ambos están enamorados de mí -decía.

         – ¿Cómo saber quién realmente llegará a mi vida? -añadió.

         Las amigas se dividían también en las preferencias. Entre ellas estaban las zanatas, hermanas de Toño, que obviamente trataban de allanar el camino a su consanguíneo:

         La competencia estaba abierta y los ánimos caldeados.

         Al final de las opiniones de los amigos, la propuesta aceptada fue en el sentido de que sería Dolores quién decidiera entre ambos contendientes. Pero el truco estaba en que la Muerte y el Diablo no se quitarían la máscara hasta no saber qué beso era el que gustaba más a la chica.

         José fue el portavoz de la propuesta al grupo de chicas que reían a más no poder ante tal juego.

         Remolona, la chavala, acompañada de su séquito femenino se acercó al grupo masculino. Jóvenes aún, los muchachos trataban de impresionar a las chicas tomando aguardiente directo del marrazo y fumando cigarros de hoja preparados con gran destreza.

         Los dos competidores quedaron en una parte del Palacio Municipal a donde no llegaba la luz de la feria.

         Llegó el momento. Los grupos se acomodaron según preferencias. Risas y palabras de aliento para Dolores que estaba a punto de dar marcha atrás a su osadía.

¡Bésalo…Bésalo! -gritaban, al tiempo que soltaban escandalosas risotadas.

         Dolores se acercó al primero. Cerró los ojos y dio un beso en la boca al Diablo. Gritos otra vez. Luego, otro beso, ahora a la Muerte.

         – ¿Quién? Dolores –inquirían.

         – ¿El Diablo o la Muerte?, repreguntaban

         Callada, queriendo hacer de emoción el momento, la chavala ponía la punta de su rebozo junto a la boca que había besado a dos hombres en esa noche.  Luego de ese impasse, soltó la respuesta:

         – ¡La Muerte!

         Más gritos y risas. Las zanatas iban a felicitar a su hermano, cuando lo vieron avanzar con trabajo y caer casi a los pies de Dolores. Borbotones de sangre manchaban el disfraz negro y blanco de Toño. Mientras, de la oscuridad salió huyendo Manuel, de quien hicieron poco caso, incluso sus amigos.

         El niño vio horrorizado el evento. Niños y niñas salieron espavoridos hacia el regazo de sus padres; mientras que el niño, amigo de Toño, corrió a donde su abuela, en las orillas del pueblo, gritando todo el trayecto:

         – ¡Mataron a la muerte!… ¡mataron a la muerte!

         La Muerte, esto es, Toño, sobrevivió a las puñaladas, que le provocaron 11 perforaciones en sus intestinos, mientras que Dolores no soportó su desgracia y sus padres se la llevaron a la capital.

          El Diablo, o sea Manuel, huyó y todos pensaron que nunca más se sabría de él. 

         Después de años, un arriero descubrió en una cueva, en la base del peñasco, restos de un cadáver con trozos de un disfraz de Diablo. Estaban desperdigados junto a los de una víbora de cascabel de las que abundan en esa región, la cual había sido atravesada por un puñal.

         Recuerdos de mi infancia.