Por: Ricardo Monreal Avila
El presidente de la República ha sido acaso el único actor de la política contemporánea en México que se ha preocupado por mantener canales de comunicación totalmente abiertos no sólo con personas allegadas o aliadas, sino también con simpatizantes, con la ciudadanía en general e incluso con sus oponentes.
El titular del Ejecutivo ha delineado perfectamente su estrategia de comunicación a lo largo de los años; las conferencias matutinas actuales no son una herramienta de comunicación que inició con este sexenio, ya que fueron previamente utilizadas por el primer mandatario cuando se desempeñó como jefe de Gobierno del Distrito Federal en el periodo 2000–2005.
En aquel momento se dio a la tarea de informar -cada mañana, de lunes a viernes- los pormenores de sus acciones de gobierno, así como los asuntos más relevantes de su gestión cotidiana, mediante conferencias de prensa abiertas a todos los medios de comunicación, con el fin de que la opinión pública y quienes vivían la Capital tuvieran acceso directo a la principal fuente de información sobre lo que acontecía en la ciudad.
Tal estrategia de comunicación constituyó una forma diferente y novedosa de generar mayor cercanía entre el principal servidor público electo de la Capital, sus simpatizantes, el electorado, y también con sus adversarios políticos.
Al darse un tiempo específico para resolver dudas, responder cuestionamientos y rendir cuentas de manera cotidiana, el otrora jefe de Gobierno no sólo se granjeó el respeto, sino también la atención de millones de personas, y denotó su intención de elevar los niveles de participación ciudadana y de repolitizar a una sociedad que, en contraste, estaba acostumbrada a la opacidad, al hermetismo y a la lejanía de sus gobernantes.
Mantener a todo el país informado sobre los más diversos temas de política y gobierno, poniendo especial énfasis en aquellos de mayor relevancia para la mayoría, se ha convertido en la manifestación más importante de la vocación democrática del Gobierno de la 4T, no obstante y al mismo tiempo, también en el acto más repudiado, vilipendiado y, a la vez, temido por los adversarios.
La razón de ello es que jamás en la historia de nuestro país un mandatario había sentado un precedente de comunicación con la ciudadanía tan exitoso como los son las denominadas “mañaneras”.
La eficacia de las conferencias matutinas ofrecidas por el presidente de la República desde que asumió el poder recae en el hecho de que son seguidas por todos los medios de comunicación y, por supuesto, por sus simpatizantes y votantes, aunque también por los adversarios y el conservadurismo; de hecho, es posible asegurar que estos últimos no se pierden ninguna conferencia del Ejecutivo.
Por su naturaleza transparente y democrática, este ejercicio de rendición de cuentas, de vinculación e información emprendido por el primer mandatario ha sido ampliamente criticado, cuestionado y pretendidamente ridiculizado por sus detractores.
Sin embargo, a pesar de las resistencias en torno a esta estrategia de comunicación del jefe del Estado mexicano, los adversarios no podrían emitir señalamiento alguno de censura o de restricción a la libertad de expresión por parte del Gobierno federal.
Son de tal modo democráticas las “mañaneras”, que todas y todos los periodistas y asistentes pueden preguntar de manera irrestricta, y el presidente da respuesta, abiertamente, a cada uno de los cuestionamientos que se le hacen.
Al primer mandatario se le ha preguntado de todo, incluso se han puesto sobre la mesa temas espinosos, pero siempre ha respondido frontalmente, garantizando el Estado de derecho.
Cuando comenzaron las conferencias matutinas, se vaticinaba que no iban a durar, que tenían un carácter antimediático, que habría una rápida pérdida del interés ciudadano, que el formato caducaría a los cien días, que era aburrido y bajo en audiencia, que iba a sucumbir ante la sobreexposición, etcétera. Sin embargo, pese a los malos pronósticos del conservadurismo, lo cierto es que esta modalidad de comunicación ha ayudado al presidente a mantener los altos estándares de su popularidad y de la aceptación generalizada de su Gobierno, lo cual se ha traducido en la continuidad de su rating, cuyos repuntes han ido a la par de la aprobación popular.
Este Gobierno goza de una legitimidad que no sólo se hizo patente en las urnas, sino que se renueva de manera constante por la transparencia con la que el presidente transmite sus mensajes a la ciudadanía. Mientras las anteriores administraciones mantenían en lo oculto muchas cuestiones relevantes, y los tópicos que causaban incomodidad para los gobiernos prácticamente estaban vetados, en la presente administración no hay temas tabúes, no hay nada que ocultar.
Mucho se ha dicho respecto a que las “mañaneras” se han convertido en un tribunal desde el cual el presidente dicta sentencia en contra de sus adversarios. Sin embargo, si el Ejecutivo con total libertad puede ser aludido o atacado de manera frontal por periodistas, personajes de la política o intelectuales, al amparo de su derecho constitucional de libertad de expresión y sin que ello les granjee represión gubernamental alguna -como antaño sí sucedía-, del mismo modo el mandatario tiene completa libertad de responder a esos ataques, alusiones, acusaciones o cuestionamientos, haciendo uso cabal de su derecho de réplica en un régimen democrático.
Interesante es que los adversarios esperaban el silencio del primer mandatario y no un debate público, acostumbrados al monopolio también de la palabra; pero hoy el presidente goza de la autoridad moral suficiente para responder desde su propia trinchera, en una conversación circular y transparente, propia de una democracia madura.
El titular del Ejecutivo ha llegado satisfactoriamente a las 500 “mañaneras”, que se pueden visualizar como una gran bitácora de rendición de cuentas sin precedente. Es indudable que son el sello de un Gobierno que busca informar, sí, pero también comunicar e incluir a una ciudadanía cada vez más participativa y crítica de las acciones y decisiones tomadas desde la administración pública federal.
Resulta hasta cierto punto razonable que para quienes se habituaron a mantener todo en la opacidad, la transparencia del actual presidente sea motivo de escándalo. No obstante, a pesar de su animadversión, esta estrategia de comunicación permanecerá, pues es muestra del carácter democrático, honesto, abierto, incluyente y disciplinado del actual presidente de la República y de su Gobierno, ejercicio no visto jamás en alguno de sus antecesores.
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