Por: Ricardo Monreal Avila
El presidente Donald Trump ha arremetido en repetidas ocasiones con declaraciones poco diplomáticas en contra de nuestro país, acusando al gobierno mexicano de ser incapaz de detener la ola de migrantes centroamericanos que pretende llegar a territorio estadounidense en busca de mejores condiciones de vida.
Tales pronunciamientos no se han limitado únicamente al gobierno, sino que en diversos momentos se han extendido hacia la misma población nacional.
Esas declaraciones se han traducido en amenazas que, de verificarse, afectarían la actividad comercial entre ambos países, pues en la más reciente de ellas, el presidente Trump señaló que, de ser necesario —de acuerdo con su percepción—, cerraría la línea fronteriza que divide a las dos naciones.
La presión que intenta ejercer el titular del gobierno estadounidense tiene el supuesto objeto de frenar totalmente el ingreso de migrantes indocumentados hacia su territorio.
El problema de la migración masiva de personas indocumentadas de Centroamérica y de México hacia EUA se acentuó considerablemente en las últimas dos décadas del siglo pasado.
Las oleadas migrantes se han debido fundamentalmente a la pauperización de las condiciones de vida en los países de origen, lo que fue aprovechado por la industria estadounidense, al contar con un excedente de mano de obra en diferentes rubros de los sectores productivos, principalmente en el primario.
El crecimiento económico que EUA experimentó, sobre todo en la década de los noventa del siglo XX, se debió en buena medida a los rampantes índices de productividad de la población migrante indocumentada.
Si bien es cierto que las personas que se establecieron en la nación norteamericana durante aquella época tuvieron acceso a un nivel de vida más adecuado que el que tenían en sus países de origen, también es verdad que debieron enfrentar —y lo siguen haciendo— problemas de discriminación, racismo y persecución.
La xenofobia es inherente a la construcción cultural de muchos de habitantes de la Unión Americana, lo cual es paradójico, en tanto que ésta emanó de largos y complicados procesos migratorios acaecidos a partir del siglo XVIII.
La postura del gobierno estadounidense en cuanto al establecimiento y situación de migrantes ilegales en su territorio cambió radicalmente y se endureció a partir de los atentados del 11 de septiembre de 2001, ocurridos durante el gobierno de George W. Bush.
En el mandato de Barack Obama se impulsó una reforma migratoria con la cual se pretendió regularizar a aproximadamente cinco millones de indocumentados en territorio estadounidense; no obstante, ésta no prosperó.
Desde el inicio de su campaña presidencial, Trump buscó explotar mediáticamente un discurso xenófobo, del que el pueblo mexicano fue el blanco principal. En una de sus declaraciones, el hoy primer mandatario estadounidense aseveró que nuestro país estaba expulsando delincuentes, asesinos, narcotraficantes y otras personas nocivas, por lo que era necesario levantar un muro en la frontera entre ambos países. Más aún: se comprometió a obligar al gobierno mexicano a financiar la construcción de ese proyecto.
El radical discurso y su exacerbado nacionalismo rindieron frutos entre los colegios electorales de los Estados de la Unión Americana, los cuales finalmente le concedieron la victoria.
Al parecer, aquel discurso de campaña está volviendo a cobrar fuerza ante el próximo proceso electoral en el país vecino, el cual tendrá lugar en el año 2020.
De alguna manera, la radicalidad de esa postura se ha intensificado y validado con la aparición de caravanas de miles de personas migrantes, provenientes de diversos países de Centroamérica.
Ante tal situación, desde la Casa Blanca se ha hecho la reiterada exigencia al actual gobierno mexicano para que impida el paso de las caravanas por territorio nacional, petición que ha sido ignorada, merced a la actitud humanitaria que caracteriza a la administración del presidente López Obrador.
Debido a las constantes agresiones verbales de las cuales ha sido objeto nuestro país, en la Junta de Coordinación Política de la Cámara Alta, representantes de las diversas fuerzas políticas acordamos enviar una nota parlamentaria al Congreso estadounidense, con el fin de promover la unión entre los dos países y no fomentar la división a partir de discursos con fines electorales.
Es evidente que a medida que se acerquen los comicios para renovar la Presidencia norteamericana, el actual mandatario endurecerá aún más su discurso, pues la intención es seguir el mismo camino que lo llevó a alzarse con la victoria en 2016.
La preocupación de Donald Trump por los votos es más que evidente, pero también es claro que, gradualmente, el apoyo con que contaba ha decaído, a raíz de sus actitudes xenófobas, racistas e intolerantes.
El Senado de la República buscará entrar en contacto con demócratas y republicanos integrantes del Congreso de aquel país, para generar un diálogo respetuoso entre ambas naciones, pues las actitudes de su actual presidente laceran las relaciones diplomáticas y propician un clima de tensión innecesario, que vulnera la cooperación bilateral.
México es un país que ha demostrado propugnar por la paz a nivel internacional, y hasta el momento el presidente de la República ha sido institucional y respetuoso de las declaraciones hechas por su homólogo estadounidense. El conflicto actual no se resolverá a través de la confrontación.
El diálogo será, para nuestro país, el camino a seguir ante el creciente embate discursivo de Donald Trump, quien, por cierto, ha ido cediendo ante los graves problemas económicos que acarrearía cerrar la frontera, pues México es un importante socio comercial y uno de sus más importantes proveedores.
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