Maurice Duverger y Giovanni Sartori realizaron importantes contribuciones al estudio de los Sistemas de Partidos, incluyendo perspectivas sobre los Partidos de Izquierda.

El primero argumentó que los Partidos de Izquierda tendían a organizarse como “Partidos de masas”, con estructuras más disciplinadas y jerarquizadas que otros tipos de Partidos.

Sin embargo, vale la pena acotar que las referencias a estas estructuras responden a un contexto dominado por la polarización entre Oriente y Occidente y la otrora vigencia del bloque comunista, representado principalmente por la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

El politólogo francés propuso que los Sistemas Electorales influyen en la conformación del Sistema de Partidos, lo que representaba algunos obstáculos para mermar, sobre todo, las posibilidades de los Partidos de Izquierda.

Señaló también que en los Sistemas Mayoritarios los Partidos de Izquierda enfrentaban dificultades para obtener curules o escaños en las Cámaras del Congreso, Asamblea o Parlamento, lo que iba en detrimento de su representación proporcional, según los números reales de su base electoral.

Asimismo, observó que la polarización ideológica era común cuando Partidos de Izquierda radical competían en Sistemas multipartidistas.

El autor italiano, por su parte, analizó cómo los Partidos de Izquierda podían funcionar como “Partidos Antisistema” en determinados contextos políticos, sobre todo en escenarios dominados por tendencias reaccionarias o conservadoras.

Sartori estudió el “pluralismo polarizado”, en el que Partidos de Izquierda y Derecha ideológicamente distantes generan dinámicas centrífugas en el Sistema político. Señaló además que la presencia de Partidos de Izquierda fuertes podía contribuir a la fragmentación del Sistema Partidista.

Analizó cómo la integración o exclusión de los Partidos de Izquierda afectaba la estabilidad democrática y la gobernabilidad del Sistema, cuestiones ampliamente reconocidas en el Sistema Político mexicano, principalmente a partir de la segunda mitad del siglo XX, cuando el régimen estaba acusado por la ausencia de depuración de canales políticos, y las resistencias institucionales para impedir el desenvolvimiento de los Partidos de Izquierda.

Dan cuenta de ello, el Movimiento Estudiantil de 1968, que exigía mayor democracia y libertades civiles, reprimido en la masacre de Tlatelolco; el Movimiento Magisterial (década de 1970) y su preocupación por los bajos índices democráticos, y los Movimientos Guerrilleros Rurales y Urbanos (décadas de 1960 y 1970), incluyendo el Partido de los Pobres, de Lucio Cabañas, la Liga Comunista 23 de Septiembre y otros grupos armados, que surgieron en respuesta a la represión estatal.

Ambos autores reconocieron que la forma en que los Partidos de Izquierda se integran al Sistema Político tiene implicaciones importantes para la estabilidad democrática, la representación y el funcionamiento general del Sistema Partidista.

Al abordar la participación de los Partidos de Izquierda, destacaron los escollos que debían librar las izquierdas o los movimientos progresistas en su lucha por el poder público: primero, formar alianzas para ganar las elecciones y, segundo, sostener una coalición gobernante una vez obtenido el triunfo.

Ambos temas remiten a un referente en común: la política de alianzas de las izquierdas o la sinergia entre Movimientos Progresistas en torno a un proyecto que, históricamente, en el caso de México, devino durante mucho tiempo en una empresa casi imposible. Mientras las izquierdas radicales se inclinaban por posturas revolucionarias o anárquicas, otras posiciones de izquierda buscaban institucionalizar al Movimiento e incluirlo en la vida democrática, lo que en cierto punto hacía irreconciliables las visiones.

Por ende, lo correcto es hablar de “las izquierdas”, porque el espectro es amplio; desde la izquierda revolucionaria (que plantea el derrocamiento del régimen por la vía armada) hasta la izquierda electoral, pasando por la sindicalista, la agraria y la estudiantil, entre otras.

De este modo, reunir al mayor número de estas expresiones en un polo electoral fue el primer obstáculo por librar. Generalmente se hace bajo un programa de gobierno común, una candidatura de unidad y algún esquema de participación ciudadana (elecciones primarias, convenciones o consulta pública).

Obtenido el triunfo, la dificultad por vencer es la formación de un Gobierno de Coalición estable, en cuyo ejercicio se reconozcan los aliados y se mantenga la cohesión en torno a la figura que los llevó al poder.

Si mexicanizamos estos retos, podemos resumir en una sola expresión el desafío de las izquierdas en el poder: cómo mantener la unidad y superar los riesgos de la dispersión y la fragmentación.

MORENA, el partido más joven de la izquierda mexicana, en 11 años de vida ha ganado dos veces la Presidencia, dos veces la mayoría de la Cámara federal de Diputados, 24 Gubernaturas (solo o en alianza), 27 Congresos locales, la mitad de los 100 Municipios más grandes del país y la posibilidad de administrar el llamado Poder Constituyente Permanente (mayoría calificada en el Congreso federal y la mitad más uno de los Congresos locales), algo que ningún otro Partido había logrado desde 1997, cuando el país inició la etapa de la alternancia del PRIAN.

Ser el partido dominante le trajo a MORENA nuevos retos, como mantener la unidad interna y la cohesión en la coalición gobernante, la cual no es de Partidos ni de organizaciones políticas, al estilo de los gobiernos parlamentarios, sino de expresiones regionales, programáticas y de causas sociales.

El desafío más importante, afortunadamente, ya lo superó el Movimiento: la transición de mando de la figura central de su fundador, el Presidente AMLO, a la nueva dirigente del movimiento, la Presidenta Claudia Sheinbaum. Fue una transición generacional y de género que fortaleció al Movimiento y lo catapultó al triunfo electoral de 2024 y al implante territorial que hoy tiene en todo el país.

¿Qué retos enfrenta? La institucionalización de su vida orgánica interna (que inicia con la afiliación formal de 10 millones de simpatizantes) y evitar los ismos que merodean y minan la unidad de toda organización partidaria de izquierda: sectarismo, clientelismo, corporativismo e infantilismo. Cómo evitar estos riesgos es tema de otra colaboración.

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