Jesús Te Ampare
Hay palabras que trascienden fronteras, ideologías y generaciones.
Nelson Mandela, gran activista contra el Apartheid, al salir de su encierro de 27 años, dijo que, si no dejaba atrás la ira, el odio y el resentimiento, seguiría siendo un prisionero.
Comprendió que la justicia no se construye con los dedos plegados contra la palma, sino con la mano extendida.
Su pensamiento es un recordatorio para los líderes que desean transformar naciones: la reconciliación no es un gesto débil, es un acto supremo de fuerza moral.
Es deplorable que esa sabiduría no parece haber cruzado el océano hasta México.
La autoproclamada “Cuarta Transformación” se ha extraviado en una política de resquemor que divide en lugar de unir y desprestigia a sus adversarios.
Quienes hoy gobiernan han decidido que el combustible del país debe ser la ira, la irritación contra el pasado, contra las instituciones, contra los críticos, contra todo aquel que no se arrodille ante su narrativa.
Han sustituido el debate por el señalamiento, el argumento por la descalificación y la democracia por el rencor.
Mientras que el abogado, político y filántropo sudafricano construía paz aun frente a los verdugos que quisieron destruirlo, aquí se edifican, sin decoro, rivales a la vuelta de esquina.
El discurso cotidiano del poder es claro: “Si no estás conmigo, eres adversario”. Y así, el país se fragmenta.
Se gobierna con amargura como ideología, con la venganza como política pública y con la polarización como estrategia electoral.
Pero una nación no se levanta atacando al otro porque se hunde.
El legado de Mandela demuestra que la grandeza no nace de ajustar cuentas con el pasado, sino de abrir caminos hacia el futuro.
Convertir el gobierno en un tribunal permanente, como hace la 4T, no es justicia, es revancha. Y el desagravio, tarde o temprano, termina devorando a quien la promueve.
Mandela no negoció con el odio, lo aniquiló. No alimentó la división, la sanó. Nuestro país necesita menos discursos falsos y más apertura; menos vengadores sociales y más estadistas; menos políticos obsesionados con destruir y más líderes decididos a construir.
Porque la ira no transforma: la indignación enferma, marea y encarcela.
Y México ya ha pasado demasiado tiempo tras las rejas del rencor, por un sentimiento de enojo superfluo.
Coincido con la señora Sheinbaum cuando afirma que se equivoca quien alienta la violencia y el odio.
“El que convoca a la violencia, se equivoca; el que alimenta el odio, se equivoca”, precisó la mandataria en otro discursito de “campaña” política.
Y, los mexicanos deseamos que la presidenta no se equivoque y, responda, puntualmente, a las demandas prioritarias de un pueblo que ya sacó las uñas curvas, fuertes y agudas en defensa de sus derechos.
Lo bueno es que en el juego del poder el concepto psicológico de manipulación y control es un lujo que se compra muy caro, pero se pierde muy fácil.
ceciliogarciacruz@hotmail.com