Por: Rosa Chávez Cárdenas
rosamchavez@hotmail.com
Las civilizaciones son obra de aprendizajes, errores y aciertos a lo largo de muchos años. Los árabes nómadas tomaron de los bizantinos la condición administrativa, de los persas el ingenio artístico, de los nabateos el arte agrícola, de los hindúes las matemáticas, de los chinos su tecnología, de los griegos su ciencia y filosofía. Luego de la mezcla nació la civilización árabe. Así ha sido la evolución, dejar las puertas abiertas para dar y recibir experiencias.
Agregó acertadamente Heráclito: “todo fluye, nada permanece”. A lo largo de la historia han sufrido épocas bárbaras que han terminado con civilizaciones. Se desconoce por qué los griegos abandonaron el modo de vida urbano durante cuatro siglos.

Otro retroceso fue el Medievo europeo que duró diez siglos, en los cuales Occidente se olvidó de su legado antiguo.
La ignorancia triunfó sobre la ciencia, el desorden sobre el orden, el fanatismo y la superstición sobre la reflexión filosófica, no cuidaron la naturaleza y se desató la barbarie. ¿Qué es lo que lleva a la destrucción de la civilización? Los pueblos son frágiles, si no respetan sus instituciones mediadoras, sus costumbres, creencias, si cultivan el odio, se rompe el equilibrio ecológico.
Dice el principio de Peter: “todo llega a su nivel de incompetencia” Tomemos como ejemplo al imperio romano, como llegaron a la decadencia: política, económica y biológica. Tenían 175 días feriados al año, dudaban de todo, no querían responsabilidades. Gobernaban aristócratas que no sabían administrar, carentes de liderazgo, hombres demasiado ocupados en su provecho personal a quienes no les interesaba el bien común. La burocracia estaba corrompida, era inepta. Los últimos años antes de su decadencia se agregaron un conjunto de mediocridades; se percibía la etapa terminal, olor a muerte, no eran capaces de encontrar el antídoto. Había hombres capaces de rescatar, pero no les daban oportunidad de demostrar sus conocimientos. Los empezaron a invadir tribus, el imperio dividido no tenía manera de defenderse, las etnias eran bárbaras. El barco se hundía y no había capitán que los pudiera salvar. Estaban orgullosos de lo que habían logrado como civilización a lo largo de mil años, pero tristemente habían llegado a su fin. Gobernó Galileano un bárbaro mal educado, insolente que se la pasaba bebiendo, cumplía sus caprichos y reinaba la intolerancia.
Así fue la decadencia, pereza mental, apatía. Roma sucumbió ante los bárbaros, los crímenes, la destrucción, dejaron lugar a otras civilizaciones y se perdió lo que se había ganado. El fin de una época, muy parecida a lo que vivimos hoy. Gobernada por bárbaros que llegan a servirse, enfermos de poder, aunado los empresarios del narcotráfico que se enriquecen de las sociedades compulsivas adictas a las drogas. Políticos que creen que, con dar dinero para el taco, hacen un beneficio y solo cultivan la parasitosis social.
El mundo está gobernado por bárbaros, corruptos y deshonestos.
Estamos en el proceso de destrucción que sufrió Roma, divididos en opuestos: los que esperan beneficios de los bárbaros que gobiernan y los que no les tienen confianza.
Es difícil ganar la confianza, fácil perderla; complejo, largo y costoso recuperarla. El planeta está enfermo, pero, volverá al equilibrio como en otras épocas, expulsa lo que le estorba: a la raza humana que resultamos bárbaros. Todo es cíclico, compulsión a la repetición. Tomemos conciencia, el que no conoce la historia tiende a repetirla.