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En estas primeras décadas del siglo XXI, las corrientes políticas y los gobiernos de izquierda han tenido un auge notorio en la región latinoamericana, al contrario de lo augurado por diversos analistas alineados con la ideología del libre mercado:
La guerra fría ha terminado y el bloque socialista se derrumbó.

Los Estados Unidos y el capitalismo triunfaron. Y quizás en ninguna parte ese triunfo se antoja tan claro y contundente como en América Latina. Nunca antes la democracia representativa, la economía del libre mercado y las efusiones oportunistas y sinceras de sentimientos pronorteamericanos habían poblado con tal persistencia el paisaje de la región…

Así concluía uno de sus escritos alguno de los defensores más fervientes del neoliberalismo en nuestro país, hace casi treinta años.

Tal como lo señalan diversas voces de analistas y personajes del ámbito académico, el nacimiento de movimientos sociales de lucha —pacífica o armada— en un primer instante provino del modelo establecido por la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). Los planteamientos teóricos comunistas, comenzando por el mismo Karl Marx, pasando por figuras importantes de la corriente, como Rosa Luxemburgo, Antonio Gramsci, Vladimir Ilich Uliánov, mejor conocido como Lenin, entre otros, tuvieron cierta materialización en el surgimiento del modelo instaurado en la URSS y que fue identificado como el del socialismo real.
A pesar de la fuerte influencia que Rusia ejerció sobre la conformación de ciertos grupos en nuestro continente —recordemos que en México nació el Partido Comunista en 1919—también se hicieron patentes la adscripción, el apoyo y la referencia de modelos de lucha revolucionaria en la misma región latinoamericana.

La primera de ellas, por supuesto, fue la propia Revolución mexicana que, en su interior, mostró la necesidad de justicia social para el entonces sector campesino de nuestro país; asimismo, resaltan la lucha guerrillera sandinista en Nicaragua en contra de la intervención estadounidense, acaecida entre 1927 y 1933, así como el ejemplo —quizá el más icónico hasta nuestro tiempo— de la Revolución cubana, que se vivió en tres periodos: su preparación, de 1953 a 1956; la lucha armada, en 1958, y su defensa, entre 1961 y 1965.

La conformación de un Estado socialista le ha significado al régimen de la isla caribeña no sólo la presión y el bloqueo económico —que es una forma de intervencionismo—, sino su exclusión como país dentro del continente en algunos contextos.
Con la caída de la Unión Soviética y la llegada del nuevo milenio se pensó que había llegado el fin de la izquierda y de los movimientos políticos con profunda carga social. No obstante, iniciando el presente siglo surgieron nuevas figuras en todo el continente, cuya trayectoria de lucha social y apoyo popular escandalizó a los sectores más conservadores e, incluso, en algunos casos, estos últimos apoyaron el intervencionismo imperialista, en aras de garantizar la realización de una supuesta libre democracia.

Recuérdese el papel de figuras como Hugo Chávez, en Venezuela; Evo Morales, en Bolivia; Luis Inácio Lula da Silva, en Brasil; Alberto Fernández, en Argentina, y Andrés Manuel López Obrador, en México, por mencionar algunos. La mayoría de ellos, emanados de procesos democráticos complejos, en los que el respeto de la voluntad popular no ocurrió de la noche a la mañana, sino que significó décadas de lucha social.

El neoliberalismo, como doctrina económica, evidenció el carácter latente de un sistema direccionado a empobrecer a los sectores más necesitados de la población y a enriquecer a los más acaudalados; sus formas de operación —la corrupción y el atropello constante del Estado de derecho— fueron lastres que sólo favorecieron a grupos políticos y económicos, tanto locales como extranjeros, acostumbrados a anteponer los intereses privados al interés general.

No obstante, la misma ciudadanía latinoamericana se ha volcado a las urnas para darle su voto de confianza a alternativas de organización política diametralmente opuestas a lo que doctrinariamente se había inculcado desde todos los ámbitos posibles: la educación, los medios de información, etcétera.

Ahora, en el país hermano de Colombia, después del proceso electoral de días recientes, se va a instaurar otro gobierno de izquierda en la región. Gustavo Petro Urrego fue electo como el nuevo primer mandatario, en su tercera participación como candidato presidencial. Su trayectoria, al igual que la de muchos otros luchadores sociales y políticos, está marcada por la persecución y el desprestigio mediático, así como por la marginación.

Con su llegada, Colombia se suma a la ola de gobiernos de izquierda latinoamericanos: Argentina, Bolivia, Chile, Honduras, México, Nicaragua, Perú y Venezuela. Brasil, por su parte, puede incorporarse en un par de meses, si Lula da Silva gana las próximas elecciones.

La nueva izquierda latinoamericana, con un alejamiento temporal de las experiencias revolucionarias del pasado, se está construyendo a partir de ejercicios democráticos y tomando como bandera el sentir popular de abandono y desinterés por parte de las clases políticas neoliberales, acostumbradas a gobernar de espalda a las mayorías.

Escuchar la propuesta de Gustavo Petro, quien desde el 2018 está promoviendo la creación de un “capitalismo democrático”, recuerda la necesidad que la región tiene de lograr la justicia social y el abatimiento de la gran brecha de desigualdad, utilizando los canales estrictamente democráticos, para intentar lograr cambios profundos de manera pacífica.
ricardomonreala@yahoo.com.mx
Twitter y Facebook: @RicardoMonrealA