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Por: Octavio Raziel

octavio.raziel2@gmail.com

                                                                                                                   La vida como es…

Qué tiempos aquellos, que no por pasados fueron mejores.

Como para muchos contemporáneos míos, la vida era -con sus altas y bajas- miel sobre hojuelas.

Todo era conseguir un trabajo permanente y evitar, en lo posible, morirte antes de 30 años de labores.

Obtener una pensión y disfrutar lo que te quedaba de vida. La economía era más o menos entendible y la gente compraba con el dinero que ganaba y nada más.

Huberto Eco se lamentaba en cierta ocasión de que “nosotros hemos sido una generación que debería avergonzarse de lo afortunada que ha sido: nos han dado todas las posibilidades”. Y Walt Whitman, diría: Me ha tocado en suerte, lo sé, lo mejor del tiempo y del espacio…

Al grito de ¡Sálvese el que pueda! Las actuales generaciones luchan por ascender pisando a quien tengan que pisar.

En un amplio sector del país todo es felicidad. Incluso, como diría el escritor Javier Marías: “la gente se ha endeudado hasta la demencia, viviendo muy por encima de sus posibilidades”. Podría agregarse que sin que pase nada.

Ciertamente, no me explico cómo es posible que los recién egresados de las universidades –aspiración válida- han adquirido mini condominios hipotecando su vida hasta por cuarenta años, sin tomar en cuenta que nadie, en estos tiempos, tiene garantizado el puesto de trabajo más allá de unos cuantos meses.

Como uno de los inadaptados, me pregunto cómo las empresas, los negocios, las distribuidoras de todo tipo de mercancías avancen a pasos acelerados. Que los Slim, Bailleres, Salinas, Arango, Azcárraga o Harp, además del grupo judío y otras cuantas familias acumulen, junto con políticos, policías, contratistas y burócratas riquezas inimaginables.

Por las avenidas de las ciudades o las callejuelas de pueblos rascuaches aparecen circulando miles de automóviles y camionetotas nuevas; pagaderas a 48 o más mensualidades. Millones observarán en costosas pantallas de cristal líquido el próximo mundial de futbol, sin el menor recato económico.

Vendrán las vacaciones o el puente y no encontraremos un boleto de avión o de autobús que te lleve a una playa o lugar de descanso, donde las habitaciones son inaccesibles. Habrá, eso sí, algunas de las trescientas realezas mexicanas –junto con algunas narco-familias- que visitarán lugares de privilegio en Europa, Las Vegas, Nueva York o pobremente en Cancún.

En breve seremos bombardeados con promesas de candidatos y sus partidos, mientras que la gente se enajena con los mensajes emitidos durante el Mundial de Futbol. Adiós, me digo azorado, a la recesión, a los gasolinazos, a las decenas de miles de muertos con violencia y a los desaparecidos, a la pobreza extrema y a los ofrecimientos de Peñamiento.

Efectivamente, por la calle, un humilde trabajador se comunica por celular, viste ropa aceptable; los clasemedieros tienen internet, cenan en restaurantes –obvio, para la clase media- pasan muchas noches del año en “antros”, visitan playas y lugares vacacionales con frecuencia, asisten a conciertos de rock, cuyos boletos se agotaron con semanas o meses de anticipación, fuman y beben lo que quieren, usan su iPhone 8 plus o Smartphone Plus.

Los jóvenes de hoy son los genios de las finanzas. Aunque con dinero plástico, claro. Vive hoy, que el mañana poco importa; y el pasado mañana, menos.

Las clínicas de belleza, donde las lipo y los tatuajes de labios, cejas y demás partes, visibles e invisibles, cuestan un ojo y, en ocasiones, hasta la vida, están atiborradas; los Gym no se diga y, las estéticas, no se dan abasto. Los salones de fiesta están contratados hasta el año 2032 con bautizos, primeras comuniones, quince años y bodas. Está poniéndose de moda, además, celebrar también los divorcios. Todo con el poder de su firma.

Hay días en que sigo creyendo que soy un inadaptado; amanezco catastrofista pensando que vivimos el infierno en la tierra, que nuestra civilización, tal como la conocemos, desaparecerá aun cuando no sabemos cómo, por qué y en qué momento.

Vivimos un tiempo de cambio, una primavera de los camaleones en la que no tiene uno más remedio que acomodarse con sus congéneres.

Frente al mundo, recapacito, observo y expreso:

No sabía cuánto nos quedaba por destruir…