La semana inmediata posterior a los comicios del 6 de junio pasado estuvo cargada de una gran actividad mediática en torno a los resultados que, como es sabido, fueron favorables para el gobierno de la 4T, cuya fuerza política reportó victorias en 11 gubernaturas, de las 15 que estuvieron en disputa.
Asimismo, obtuvo la mayoría de los Congresos locales y la mayoría simple en la Cámara de Diputados.
Respecto a los resultados obtenidos en la Ciudad de México, la oposición aseveró haber alcanzado índices de votación favorables en buena parte de las demarcaciones políticas de la CDMX, capitalizando la gran participación de ciertos sectores de las clases medias.
El presidente López Obrador señaló, en torno al tema de las clases medias, que su gobierno busca sacar “de la pobreza a millones de mexicanos para constituir una nueva clase media más humana, más fraterna, más solidaria. Eso es lo que buscamos, sacar de la pobreza a millones de mexicanos, que mejoren sus condiciones de vida, de trabajo, pero que no dejen de voltear a ver a los desposeídos, marginados, necesitados, que no den la espalda al que sufre”.
Mucho se ha escrito y afirmado en relación con el asunto y lo declarado por el presidente: que se pretende sumir en la pobreza a la mayor cantidad posible de mexicanas y mexicanos para aprovechar esa condición y ejecutar el famoso clientelismo electoral, favoreciendo que Morena se perpetúe en el poder (algo que sí venían haciendo las administraciones pasadas, desde décadas atrás); que la clase media capitalina le ha dado la espalda a la 4T; que algunos sectores de la clase media se han constituido en un grupo social al que el titular del Ejecutivo federal va a enfrentar, etcétera.
Las palabras del mandatario apuntan más bien a la pretensión de que la sociedad mexicana en su conjunto logre dejar de lado la ambición de alcanzar triunfos a toda costa, subestimando los derechos o intereses de las demás personas: que se deje de anhelar conseguir el poder sin escrúpulos, entendiendo éste desde la perspectiva de Michel Foucault, sirviéndose de éste para oprimir al prójimo, como se ha observado en no pocas ocasiones, un problema que lamentablemente se reproduce con frecuencia en todo el país.
Es notorio que persiste un alto nivel de individualismo en la sociedad mexicana y, de manera generalizada, en las sociedades de Occidente. El sociólogo polaco Zygmunt Bauman desarrolló toda una teoría acerca de este peculiar comportamiento inmerso en el capitalismo tardío; no es casualidad que en el proceso expansivo de la acumulación de capital ocurrido en la segunda mitad del siglo XX, y presente hasta la actualidad, nuestra sociedad haya abandonado paulatinamente su carácter comunitario y se haya vuelto más individualista.
A similares conclusiones arribó el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, al establecer la diferenciación conceptual entre comunidad y sociedad, esta última, compuesta por personas individualistas.
El individualismo de nuestra era puede persuadir al sujeto para buscar ejercer alguna forma de poder en la que, además de posicionarse a sí mismo como centro de atención, principio y fin de las cosas, propicie simultáneamente una fuente de ingresos económicos para ir escalando dentro de la compleja pirámide poblacional contemporánea, desprovista de valor social.
En México, las clases medias representan el 30 por ciento de la población. Para que sea posible crear esa nueva clase media de la que habló el presidente AMLO, será necesario duplicar tal franja, reto mayúsculo, considerando que se deben mejorar las condiciones de vida de cuando menos 30 millones de habitantes en la próxima década, para lo cual habría que tomar el ejemplo de las acciones emprendidas por otros países que lo han logrado con éxito en el equivalente a hasta dos generaciones (de 15 a 30 años); a saber:
Crecimiento sostenido del PIB con tasas de entre el 8 y el 10 por ciento anuales.
Políticas educativas que incluyan masificación, calidad e innovación, para preparar capital humano calificado y competitivo.
Políticas sociales a favor de las personas en situación de pobreza, enfocadas en cuatro rubros básicos: alimentación, vivienda, salud y educación.
Políticas selectivas de globalización y apertura comercial, para equilibrar el desarrollo del mercado interno con la internacionalización y diversificación de sus sectores de exportación.
Políticas fiscales redistributivas, con tasas impositivas altas para los grupos de mayores ingresos, y subsidios directos y universales a los sectores de menores ingresos, junto con la reducción al máximo de la evasión y la elusión fiscales.
Economías mixtas de mercado e inversión en el desarrollo de áreas estratégicas para el crecimiento (como infraestructura, energía, telecomunicaciones, carreteras, servicios financieros y servicios públicos).
Proteger y reservar sectores estratégicos de sus economías, generalmente, en lo relacionado con la producción de alimentos, energía y telecomunicaciones.
Créditos accesibles y no especulativos para vivienda, educación, salud y producción en el campo.
Deducciones personales en gastos de salud y educación.
Pensiones y seguridad social universales.
Poner en la mesa la necesidad de impulsar la gestación de una nueva clase media, con un sentido comunitario, con apego a principios éticos y valores morales es un acierto por parte del titular del Ejecutivo federal; no se trata de algo descabellado, al contrario, debería de compelir a todos los sectores de la sociedad mexicana a llevar a cabo un necesario ejercicio de reflexión en torno a nuestro devenir como comunidad y de nuestro futuro como nación.
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