En el contexto de las elecciones en los Estados Unidos, se pudo percibir una carrera dividida. En los comicios de mitad de mandato del vecino país estuvieron en juego 435 diputaciones federales y 35 de las 100 senadurías; asimismo, en 36 Estados las y los estadounidenses votaron para renovar gubernaturas. Entre las demarcaciones participantes en el proceso electoral se encuentra la mayoría de las fronterizas con México.
Contrario a lo que se observa en el panorama latinoamericano, diversos estudios de opinión vaticinan que en Estados Unidos las mayorías legislativas y un buen número de gobiernos locales pasarán a manos del Partido Republicano, el cual suele ubicarse en posiciones reconocidas como conservadoras o reaccionarias.
Antes de la jornada electoral se dieron una serie de cuestionamientos en torno a la legitimidad o validez de los comicios, recordando que una gran cantidad de votantes de preferencia republicana y simpatizantes del expresidente Trump pusieron en duda los resultados de la votación en que el actual mandatario Joe Biden se alzó con la victoria, y alimentaron las sospechas en torno a que las y los demócratas no llegaron de manera limpia al Capitolio.
Desafortunadamente, se suscitaron algunas contingencias -que podrían considerarse un pretexto- para fundamentar las sospechas de grupos conservadores, como Restoring Integrity and Trust in Elections. En algunos centros de votación en el condado de Maricopa, Arizona, por ejemplo, las máquinas presentaron problemas: a decir de las autoridades locales, falló aproximadamente una quinta parte de los 223 centros de votación.
Las inconformidades en torno a la confiabilidad del sistema electoral estadounidense no son una cuestión novedosa, pero se está agravando en el contexto de polarización y división que se vive en ese país y que se ha complejizado con la presencia de ciberataques a los sistemas informáticos utilizados en los comicios. Esto empujó recientemente a la nación a imponer sanciones contra grupos de hackers identificados con Corea del Norte o Rusia, por ejemplo.
Por otro lado, el electorado estadounidense no sólo asistió a los centros de votación para elegir a sus representantes políticos. En distintas entidades participó en ejercicios de democracia directa (referéndums), para pronunciarse sobre temas diversos, principalmente los relacionados con el uso recreativo de la marihuana, el sistema electoral, el aborto o la abolición de los trabajos forzados.
Para aderezar aún más este escenario político, cabe destacar la convergencia de la próxima elección presidencial en México y EUA en 2024, lo que se traduce en un motivo más que dota de relevancia a los comicios intermedios disputados el pasado martes.
En ambos países existe un amplio consenso en torno a la necesidad de reformar el sistema electoral, para ajustarlo a las demandas y expectativas ciudadanas. Actualmente, la geografía electoral estadounidense está dividida en 435 distritos uninominales. Las votaciones para renovar la Cámara de Representantes se realizan el martes inmediatamente siguiente al primer lunes de noviembre de los años pares. En esa misma fecha se debe elegir a una tercera parte del Senado, el cual se compone de dos representantes por cada uno de los Estados (en total, resultan 100).
Su presidencia se designa mediante votación indirecta de la ciudadanía, en una elección en segundo grado, a través de un Colegio Electoral, compuesto por 538 integrantes. Es común la incongruencia entre el voto de esa instancia y el popular. Por ejemplo, en 1980, el republicano Ronald Reagan se alzó con la victoria, contando con el 50.7 % del voto popular, pero con aproximadamente el 91 % de los sufragios en el Colegio Electoral.
Asimismo, existen los cargos de Secretarios de Estado, que son de carácter administrativo y se ocupan de la organización, el escrutinio y la certificación de los procesos electorales. Se eligen por votación directa de la ciudadanía para las diferentes entidades federativas. Su símil en nuestro país serían las y los consejeros y funcionarios del INE, que son designados por el voto de dos terceras partes de integrantes presentes de la Cámara de Diputados.
El método de elección de las personas funcionarias electorales estadounidenses es precisamente el que propone ahora para México la reforma del presidente Andrés Manuel López Obrador, y que ha escandalizado a muchos. Aquí algunos le llaman “populismo electoral”; allá, “democracia participativa directa”. Vale decir que en ambos países la mayoría de votantes sigue usando papel y lápiz al momento de emitir su sufragio. Esto abre ventanas de oportunidad en materia de voto electrónico.
Tanto México como Estados Unidos enfrentan presiones varias relacionadas con las diferentes instituciones que conforman el sistema electoral, por lo que resulta fundamental considerar las lecciones del análisis comparado: en la Unión Americana no existen ni segundas vueltas ni el principio de representación proporcional; en México no se cuenta con un sistema de elección directa para designar a los principales funcionarios encargados de la organización de los comicios y se observa un fenómeno de centralización para regular los procesos electorales federales y locales, además, el uso de los instrumentos de democracia participativa no es tan ágil como en el vecino del norte.
Por último, con independencia de los resultados de las elecciones intermedias en Estados Unidos, México debe seguir en la ruta de la cordialidad y la cooperación, como estrategias básicas para sostener las relaciones diplomáticas bilaterales. Históricamente, los problemas entre ambas naciones se han solucionado siempre por la vía del diálogo, sin necesidad de acudir al conflicto bélico, exceptuando el desembarco de tropas estadounidenses en aguas veracruzanas en plena Revolución mexicana.
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