Por: Ricardo Monreal Avila
En la antigua Grecia vivió el famoso precursor de las fábulas: Esopo, de cuya autoría proviene un relato muy conocido llamado “Las ranas pidiendo rey”.
En esta historia, el dios Zeus concede la petición de darle un rey a un grupo de ranas que así lo demandaron, y un tronco fue lo que les otorgó como soberano. Ante el desdén de las ranas hacia el tronco y la obstinación de querer un gobernante, el dios del Olimpo decidió enviarles una serpiente, la cual devoró a todas.
El titular del Ejecutivo federal recomendó recientemente la lectura de esta fábula y aseguró, vía Twitter, que en nuestro país no había cabida para el ascenso de dictaduras, como las impuestas por Victoriano Huerta en 1913 o Augusto Pinochet (en Chile), en 1973. La democracia en México tiene su sustento en procesos electorales auténticos y legítimos, así como en la confianza de la inmensa mayoría de la población, como no se había visto en la historia contemporánea nacional.
La ciudadanía es consciente de que el actual gobierno llegó para hacer cambios sustanciales en la administración pública federal, con lo cual se dejaron de lado prácticas que burocratizaban en demasía los apoyos económicos otorgados a ciertos sectores, como campesinos, jefas de familia, personas adultas mayores u otros.
Al eliminar a los intermediarios, ahora los recursos llegan íntegros a las manos de las y los beneficiarios, con lo cual se evitan los desvíos presupuestales, se combate el clientelismo y se transparenta el gasto público prospectado por el Gobierno federal.
En las administraciones anteriores, la sangría de recursos federales fue a parar a campañas electorales de candidatos oficiales o, peor aún, a los bolsillos de funcionarios corruptos, compra ilegal de votos o actividades clientelares diseñadas para asegurar la lealtad de sectores enteros de la población. Ese modelo de asignación y ejecución de recursos fue muy poco cuestionado durante largo tiempo.
Actualmente, el combate a la delincuencia es distinto de las estrategias utilizadas en los dos sexenios anteriores. Las administraciones previas estuvieron, en este respecto, al servicio de las directrices dictadas desde Washington a través de la Administración para el Control de las Drogas (DEA, por sus siglas en inglés).
Las acciones estuvieron orientadas, recurrentemente, a lograr capturas mediáticas de los grandes capos de la droga en México, a costa, incluso, de poner en riesgo la vida de inocentes; no es secreto para nadie que miles de civiles perdieron la vida en medio de operativos o enfrentamientos entre integrantes de las fuerzas de seguridad y de los grupos criminales.
Hoy, la estrategia de seguridad no está orientada a los mandatos de organismos externos; se acepta, por supuesto, la cooperación bilateral en, pero no la imposición de acciones, dado que México debe decidir, soberanamente, cuál es la mejor forma de enfrentar sus propios problemas.
Por esta razón, el incidente acaecido hace unas semanas en Culiacán es un parteaguas entre lo propuesto por los gobiernos anteriores y lo planteado por esta administración: el fuego no se va a combatir con fuego. La sensatez del gobierno actual quedó evidenciada por su capacidad de anteponer el valor de las vidas humanas por encima de las capturas y los aplausos mediáticos que, en otro tiempo, propiciaron la vaga ilusión de que se le estaba ganando la partida al crimen organizado.
Así como en la fábula de Esopo, hoy en México hay ranas quejosas que buscan vituperar los esfuerzos de este gobierno por atender los graves problemas que enfrenta el país y, con una auténtica falta de calidad moral, exigen ver resultados positivos, como si éstos pudieran generarse con tan solo desearlo. Éstos, que en otro tiempo callaron ante las malas decisiones tomadas en anteriores gobiernos, hoy se asumen como los adalidesde la restauración nacional, como oráculos que tienen todas las respuestas para los problemas actuales.
Quienes hoy se asumen como una oposición crítica y expresan sin tregua sus opiniones, cuando estuvieron en el poder sus acciones no generaron sino altos índices de criminalidad y de violencia, pauperización de la vida de la población, generalización de la corrupción en las instituciones del Estado mexicano, impunidad y, por supuesto, enriquecimiento ilícito.
Las ranas croaron unánimes para concretar “pactos” cupulares que sólo redundaron en beneficios para ellas mismas, pero enmudecieron respecto de la miríada de calamidades que azotaban al resto del país.
Hoy, aquellos que perdieron los privilegios con que contaban, que vieron frustrada su pretensión de mantenerlos al abrigo del poder político; aquellos que resienten la separación entre el ejercicio de la administración pública y el poder económico, están clamando por regresar a los esquemas propuestos por el neoliberalismo, aunque ello signifique continuar con el empobrecimiento de los grupos sociales que históricamente fueron marginados.
Las ranas afectadas quieren regresar al viejo régimen, como aquellas que lamentaron la partida del dictador Porfirio Díaz en el Ypiranga hace poco más de un siglo; como aquellas que permitieron la invasión estadounidense, antes que conciliar sus posicionamientos con el grupo de ilustres liberales de mediados del siglo XIX.
Los reaccionarios de Chile en 1973 clamaron por un gobierno distinto del electo democráticamente y encabezado por Salvador Allende, y el resultado fue una de las dictaduras más feroces de las que América Latina tenga memoria hasta el día de hoy.
En México, la reacción y el conservadurismo añoran la vuelta a un régimen de privilegios, y, según su voracidad, estarían dispuestos a entregarle a una serpiente el poder público, con tal de obtener beneficios.
Pero ya lo advirtió el presidente: aquí no hay lugar para dictaduras; hoy México es un país democrático, en el que se busca el bien común, en el que nuestras Fuerzas Armadas y sus dirigentes son leales al pueblo de México y al jefe de Estado.
Las ranas golpistas no tienen cabida en la sociedad mexicana.
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