Compartir

Si atendemos a la etimología del sufijo -itis (de origen griego, que significa “inflamación”), podemos llamar “encuestitis” a la tumoración que actualmente padece la opinión pública por el cuantioso y diverso número de encuestas que dicen reflejar las tendencias electorales, a tres semanas de la elección presidencial y de otros miles de cargos de representación popular que se disputarán el próximo domingo dos de junio.

El establecimiento de la encuesta como mecanismo preferencial para pretender medir el apoyo popular de candidaturas ha entregado históricamente los más variados resultados, en función de la opacidad que suele envolver a estos procedimientos estadísticos. Tales sondeos tienden a ser complejos y se vuelven más cuestionables entre más intereses políticos haya de por medio, ya sea individuales o de grupo. Aunque hay todo un proceso técnico en el levantamiento de un muestreo, el resultado o dato publicado no necesariamente refleja una realidad.

El filósofo alemán Theodor Adorno, cuestionando incluso el propio carácter “científico” de las encuestas, señaló, en su momento, que estas parten de la autointerpretación de los sujetos, en un contexto en el que se puede experimentar el subjetivismo del positivismo en doble sentido. Así, la sociedad es entonces la conciencia de los sujetos como promedio estadístico, no el medio en que estos se mueven.

Se sabe que cuando una empresa llega a un resultado distinto del esperado tiene dos opciones: 1) la ética indica que se deben publicar los resultados tal cual se obtuvieron; 2) es necesario alterar los datos recabados para así modificar los resultados obtenidos.

En el caso de la contienda electoral por la Presidencia de la República, cada aspirante de oposición cuenta con el favor de determinados grupos con poder político o económico que pueden usar los resultados de una encuesta apócrifa para justificar una supuesta ventaja o un margen estrecho respecto a su adversario. Por ello, no sobra cuestionar el carácter falible de este mecanismo para obtener una imagen concreta y objetiva de la realidad de las preferencias.

Y también por ello el escritor estadounidense Mark Twain consideraba tres tipos de mentiras: las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas.

La inflamación implícita en la encuestitis es producto de lo que se llama “guerra de encuestas”. Por lo menos hay dos grupos de encuestadoras que están confrontando sus resultados rumbo a la elección presidencial. Las que colocan con 20 puntos de distancia —o más— a la Dra. Claudia Sheinbaum y las que dicen que Xóchitl Gálvez ya empató o hasta rebasó “por poquito” a la candidata de MORENA y aliados de la coalición Sigamos Haciendo Historia.

Alguien está mintiendo o están midiendo realidades diferentes o simplemente están jugando el conocido juego de salón llamado “el tío Lolo”. El día de los comicios lo sabremos con precisión o quizá nos encontremos con una realidad cada vez más frecuente en las elecciones: que los dos grupos terminen equivocándose y el resultado final sea un punto intermedio entre los extremos distantes y próximos.

Un caso reciente, cercano, es el del Estado de México, donde la mayoría de las encuestas daban ventaja de dos dígitos a la actual gobernadora Delfina Gómez, quien al final quedó a un dígito de distancia. Solo una o dos encuestas daban como triunfadora a la candidata del PRI, Alejandra del Moral, y todas las demás acertaron en la triunfadora, aunque no en el porcentaje de la votación.

En la segunda campaña presidencial de Andrés Manuel López Obrador (2012), la mayoría de las encuestas daban el tercer o el segundo lugar al actual presidente de la República, con dos dígitos de distancia respecto a Enrique Peña Nieto. Al final, quedó a solo ocho puntos del candidato del PRI, algo que ninguna casa encuestadora anticipó en su momento.

Las propias encuestadoras tienen justificaciones para esta situación: “la realidad se mueve y las encuestas solo son una fotografía del momento”; “las encuestas no son pronósticos, sino diagnósticos; valen para el día y la hora en que se levantó la medición”; “no hay nada más viejo que la encuesta de ayer”, y “es un acercamiento a la realidad, no la realidad misma”, entre otras.

Después del segundo debate presidencial del presente proceso electoral, la estrategia del frente opositor se movió en dos planos.

El primero fue difundir encuestas a modo, para intentar crear la percepción de que la distancia se está acortando; el segundo consistió en divulgar modelos probabilísticos orientados a señalar que “este arroz no está cocido”. Sobra decir que es una narrativa posible, pero poco probable, movida por el deseo personal de ganar, mas no por la probabilidad estadística.

Al margen de lo que se pretenda lograr con esta guerra de encuestas, la abrumadora superioridad de la candidata de la 4T en las estrategias a ras de suelo, de contacto directo con la gente y de conocimiento palpable de la realidad inmediata del electorado da cuenta de la actual configuración del mapa político del país: MORENA gobierna 23 de las 32 entidades federativas y se ubica como la principal opción para definir a las y los próximos gobernadores de las nueve entidades en disputa.

Con toda seguridad, la doctora Claudia Sheinbaum repetirá los márgenes de apoyo popular que le dieron una victoria indiscutible al Presidente López Obrador en los comicios de 2018.

Como toda inflamación, la encuestitis es molesta, pero superable.

Primero, hay que entenderla como deliberadamente provocada (estrategia de campaña); segundo, aplicar una vacuna para contenerla, y la vacuna tiene que ver con información. Hay que tener el grado de asertividad de estas casas encuestadoras, en función de los comicios en que participaron. Comparar sus proyecciones electorales con el resultado final puede ubicar a cada uno en su lugar.

Distinguir entre las encuestas con margen de error y aquellas con margen de horror o disparatadas es una buena medida preventiva para evitar la irritación de la encuestitis nuestra de cada día.

ricardomonreala@yahoo.com.mx

X y Facebook: @RicardoMonrealA