Compartir

Por: Octavio Raziel

octavio.raziel2 @gmail.com

La vida como es…

Ciudad Valles es el único lugar del país en donde a los muertos los entierran con cobija (por si tienen frío en el Infierno).

 La ciudad está en una selva encajonada entre montes, niebla caliente casi siempre y con un río que le cruza de lado a lado, convirtiéndole en una olla de presión.

Mientras transcurría la tarde (la única hora en que era algo soportable ese infierno huasteco) recorría la calle principal de esa ciudad, hasta llegar al río que tiene el mismo nombre del lugar.

Recuerdo los años de mi infancia, nadando en ese caudal, no importando si era época de lluvias o de estiaje. Lo hacía con un compañero de primaria, cuyo nombre se ha desvanecido en el laberinto de la desmemoria. Conocíamos todos los recodos y vados del río donde pescábamos mojarras, bagres y camarones.

Un día, salí de ese lugar con sólo un veliz de lámina pintada de azul, que se cerraba con dos broches y un cinturón de cuero. Dentro había dos plumas, imitación Parker, que me había regalado una vecina como despedida, además de dos o tres cuadernos, testimoniales de mi primaria, y otras pequeñas riquezas.

Las nuevas generaciones se preguntan: ¿Qué es un veliz? Los chicos son “mochileros”; en una pequeña maleta de mano va su vida y su futuro.

En las películas de las primeras décadas del siglo pasado aparecen los migrantes que llegan a Nueva York; se observa cómo esa gente baja velices amarrados con mecates o cintos de cuero que suben a destartalados camiones que hacían de estibadores del barco a la aduana. En cada uno de los velices venían recuerdos que pronto se diluirían en el sueño americano.

En México, en las litografías de finales del siglo diecinueve y principios del veinte, aparecen las señoras de alcurnia llegando a Veracruz y, atrás de ellas, se aprecia a los mecapaleros cargando sus enormes velices.

El veliz ha sido motivo de muchas historias:

Las que narraron los sobrevivientes del Titanic, y que referían a personas que se aferraban a velices que flotaban entre trozos de hielo esperando el imposible rescate o la muerte segura.

La de la novia que, furtivamente, escapa por la ventana o el traspatio.

Recordar ese veliz que acompañó el brillo de los ojos de la novia, aquél al que le grabaron su nombre los enamorados en medio de un corazón; testigo de momentos intensos en que los amantes se entregaban y hacían el amor en su luna de miel.

Juntos, los jóvenes acercan mano con mano mientras sostienen el asa del veliz donde van guardadas todas sus ilusiones. Días felices que representa ese cajón de cuero o de lámina.

Veliz que alguna vez salió del pueblo, empolvado y endurecida la baqueta, como compañero fiel del que migra a las grandes ciudades en busca de mejores condiciones de vida.

Hubo una época en que la Doña, María Félix, viajaba con más de 20 maletas, lo que ayudaba a reforzar ese halo de la mujer especial que fue.

Hoy han quedado en el pasado los sufrimientos personales que viví en Ciudad Valles, de donde escapé acompañado con un sólo tesoro: un veliz de lámina pintada de azul.

Su lema: Valles con sus cuatro calles, dos ríos de cagada y un calor de la chingada.