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Por: Octavio Raziel

octavio.raziel2@gmail.com

La vida como es… San Lunes

En el transcurso de la última campaña por la presidencia de los Estados Unidos había quienes dudaban de la llegada de Donald Trump a la primera magistratura. Fue en uno de sus discursos en que anunció la restitución de Jerusalem como capital de Israel cuando les dije a mis amigos y familiares: con eso, ya ganó la Casa Blanca.

Hoy en día hay quienes, otra vez, dudan de la reelección de Trump. Sin embargo, no ha sido sólo el traslado de la embajada norteamericana y la de algunos de sus satélites a Jerusalem el único mensaje, también lo fue el rompimiento del acuerdo con Irán, país que se comprometió a no continuar con su programa atómico avalado por Rusia, China, Alemania, Reino Unido, Francia y la Unión Europea.

El último clavo al ataúd del difunto plan de paz entre israelíes y palestinos (Oslo 1993) es la adjudicación unilateral a Israel de la soberanía sobre el Golán, 1,800 kilómetros cuadrados de territorio sirio ocupados por los israelíes en 1967; que es, además, un espaldarazo del presidente de EU a la campaña para la reelección de Netanyahu.

Estoy seguro que lo que viene será peor para nuestras vidas; pereciera que lo que está ocurriendo ya era leído en los periódicos por nuestros abuelos, por ahí de la cuarta década del siglo pasado (30/39).

Como entonces, pero modernizado, será legal que Rusia se asuma con algunos territorios que quedaron en el limbo post soviético; que Crimea se adjudique Ucrania, que China recupere Taiwán, o que tropas norteamericanas invadan Venezuela o el país que les venga en gana. Todo será posible con la política trumpitiana.