El Rijksmuseum de Ámsterdam entregó, por primera vez en su historia, las llaves de su colección a una artista contemporánea, Fiona Tan, para indagar en los archivos psiquiátricos y combinarlos con nuevas obras, creando la exposición “Monomanía”, que penetra de forma inmersiva en la psique humana y la salud mental desde el siglo XIX.
Tan es una cineasta contemporánea (1966) con carta blanca para perderse (y encontrarse) en los pasillos y colecciones del museo neerlandés. ¿El resultado? Una exposición inquietante, sensorial e íntima, presentada a la prensa este miércoles y que toma su nombre de un término médico hoy extinto: la “monomanía”, esa obsesión que lleva al delirio.
“Hoy la llamaríamos una psicosis aguda con ideas delirantes. Una obsesión con una sola idea que te vuelve temporalmente loco”, explica Tan, rodeada de bordados flotantes, o grabados de Goya a Munch. Buceó entre archivos y fotografías clínicas del siglo XIX, legajos judiciales, textiles domésticos, diarios, medallones, acuarelas y documentos, incluso en Francia e Inglaterra.
En su rastreo, encontró la inspiración y la duda: “Vi retratos pequeños de pacientes. Abajo decía: monomanía. Hay una discrepancia entre lo que leo y lo que veo. Eso me irrita constantemente. Quiero saber: ¿Está bien? ¿Está mal?”, añade la artista. Otro de los términos que vio en Inglaterra fue “monomanía de orgullo”, algo que hoy “llamaríamos delirios de grandeza”.
La exposición, abierta del 4 de julio al 14 de septiembre, tiene como punto de partida ‘Retrato de un cleptómano’ (1822), del francés Théodore Géricault, “muy conmovedor e interesante, muy inusual para su época, hace 200 años”, señala.
Es parte de ‘Les Monomanes’, una serie de diez pinturas que ilustran los “trastornos obsesivos” diagnosticados por la naciente psiquiatría francesa. Solo han sobrevivido cinco, el resto de la serie está en paradero desconocido. Tan pensó en “sustituirlas”, pero al final nació su viaje hacia los orígenes de la psiquiatría moderna.
Sobre Goya, recuerda que el pintor español “tenía una imaginación brutal” que encaja en esta exposición. “Su mundo no tiene gravedad, todo flota, se invierte. Es como un mal sueño, pero también es crítico, gracioso”, describe.
Monomania es una exploración sensorial y subjetiva. No es un ensayo académico, ni tiene vocación diagnóstica. “No buscaba objetos que ilustraran una tesis. Quería objetos que me hicieran pensar, que me provocaran”, dice. A diferencia de una curadora o científica, Tan no intenta cerrar un discurso, sino abrir preguntas: “Es como invitar al público a un viaje dentro de mi cerebro”, apela.
Ese viaje se materializa en más de 250 objetos. En una sala, unas delicadas muestras de bordado -parte de la educación de niñas de clase trabajadora- flotan en el aire. En otra, un acuario para peces dorados pintado con barcos, sin apenas espacio para respirar. “Es un mundo cerrado. Una burbuja”, añade la cineasta.
Más adelante, hay máscaras que evocan la distancia emocional de la psicosis: “Una persona en psicosis puede parecer que lleva una, que lo separa del mundo. La máscara oculta el miedo, la ansiedad. Son poderosas”, asegura. También hay una serie de retratos policiales de carteristas de la Exposición Universal de París de 1889, a los que Tan da voz con monólogos ficticios.
“Desde hace años estoy fascinada por la psique y cómo se la representa. ¿Hasta qué punto es posible ver desde fuera lo que ocurre dentro de una persona?”, se pregunta Tan, artista nacida en Indonesia, criada en Australia y residente en Ámsterdam desde 1998.
“A través de mi investigación sobre el origen de la psiquiatría, me sumergí en las colecciones del Rijksmuseum, lo que ha dado como resultado una nueva obra”, señala Tan, que ha transformado el museo en una travesía por los pliegues de la mente humana.
La nueva instalación audiovisual es ‘Habitación de Janine’ (2025), y es “un ejercicio de empatía”, una pieza de 18 minutos construida con cartas de pacientes reales del siglo XIX y XX: “Intento acercarme a cómo se siente estar mentalmente afectado. Todos creemos poder imaginarlo, y quizá por eso nos asusta tanto ver a alguien que sufre”, dice.
La artista no escapa a la dimensión social del tema y se pregunta: “¿qué hice mal? ¿Por qué esa persona sufre? Porque hace 200 años ya se preguntaban si era un problema individual o de toda la sociedad. Y seguimos preguntándonos lo mismo”, plantea.
Hay también espacio para el humor y el absurdo. La exposición culmina en una sala final con obras inacabadas y objetos simbólicos, como una funda de tetera que parece un cerebro bordado.
“Mi investigación nunca estará terminada. Tampoco nuestra comprensión de la psique humana”, señala la artista, como quien sabe que algunas obsesiones -como el arte mismo- están hechas para no acabarse nunca.
DIARIO DE MÉXICO