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Por: Octavio Raziel

octavio.raziel2@gmail.com

La vida como es…

Moriré sin saber qué pensaban de la muerte miles y miles de personajes de novelas que hablan de ella y que yo ya no tendré tiempo de leer porque la parca me lo impedirá.

Lo anterior lo tomo prestado de un artículo del maestro Manuel Vilas.

Y yo le respondo: Tanto por leer y escribir y quedarme tan poco tiempo.

De nada sirve luchar contra lo inevitable, me han dicho. En tanto, el espíritu de lucha se me acaba.

En cada libro, en cada artículo que leo, suelen aparecer autores de todos los tiempos. Me faltaron muchas obras de Dostoievski y Dickens, de Tolstoi, Joyce y Balzac, de Kafka y Shakespeare, de Cortázar y Martí, de Gutiérrez Nájera y de Enrique González Martínez, de Pérez Galdós y Zola, de Camus y Altamirano, y de tantos más. Sólo tuve tiempo de leer algunos de sus textos, novelas, ensayos. No todo lo que hubiera yo querido.

Quienes visitaban mi biblioteca lo primero que preguntaban era: ¿Todos esos libros has leído? y mi respuesta ya era automática: El día que logre leer todos esos volúmenes, sabré que no todo se puede saber. En el encuentro que tuve con obras viejas y nuevas siempre perdí la carrera. Necesitaba más información, pero la aparición de nuevos ejemplares me ganaba.

Hay libros, hay ideas que marcan vidas, leer es como meter nuevas vidas a tu vida.

Después de muerto seguiré siendo un fantasma enamorado de la lectura; mientras, aprovecharé para recuperar el tiempo con algunas obras que dejé pasar de largo. Y luego, escribir en prosa o en verso, aunque lo segundo sea en presente – así me gusta- pues el presente es eterno.

Querer comprender la muerte, es sólo si lo hacemos en la de otros; leer necrológicas sin vernos en el espejo, pues el reflejo en el azogue es así, una actividad ociosa.

Pienso en San Agustín tratando de discernir sobre el Espíritu Santo mientras un niño en la playa quiere transportar el agua del mar a un pequeño hoyo hecho en la arena. Lo que haces es imposible, le dijo el santo, a lo que él pequeño le respondió, también es imposible comprender el misterio de Dios. Como Aurelius Augustinus Hipponensis, el del cuento, me angustio porque quiero alcanzar a leer todo lo que me falta.

La marca de los grandes hombres está en su capacidad de perdonar; es un proverbio judío, y yo ya me he perdonado por no haber rescatado mis lecturas perdidas.