Jesús Te Ampare
Hay animales cuya sola presencia satura el entorno: despliegan plumas, hacen ruedo, avanzan erguidos como si el mundo entero fuera un tapete dispuesto para su desfile. Son criaturas hermosas, sí, pero también intensamente vanidosas.
Joaquín López-Dóriga lo evocó en su columna de ayer miércoles 3 de diciembre, cuando describió con puntería quirúrgica el retorno de Andrés Manuel López Obrador a la escena pública: el soberbio emplumado.
La figura es perfecta. El pavorreal no camina: se exhibe. No se mueve: se impone. Y López-Dóriga, con esa ironía elegante que le caracteriza, dibujó al ex presidente en su elemento natural: el reflector.
AMLO volvió a emerger como quien regresa al escenario donde siempre fue protagonista obligatorio, no invitado.
Su presencia irrumpe, sacude, exige.
No es sorpresa: para él, la política es un teatro donde solo puede haber un personaje central… y nunca está dispuesto a cederlo.
El reconocido periodista apunta a la similitud más evidente: la vehemencia orgánica por el poder. Los pavorreales abren sus plumas para reclamar territorio; López Obrador abre discursos, conferencias y pleitos para reclamar relevancia.
Ambos necesitan ese brillo permanente. Uno por naturaleza, el otro por vocación.
López-Dóriga describe a un personaje que extraña el aplauso como otros añoran el aire.
Su vida sin micrófono es como un plumaje sin sol: pierde color. Por eso vuelve. Porque demanda la ovación, el coro, el tumulto que lo alimenta.
Porque necesita el contacto con el pueblo -o lo que él interpreta como tal- pero sobre todo porque añora ser el centro del escenario nacional.
Y el periodista no se queda ahí. Lo llama compulsivo, oportunista, ruin y soberbio. Palabras fuertes, sí, pero que en la pluma del cronista suenan más a diagnóstico que a insulto.
Una descripción anatómica del caudillo que, incluso fuera del poder formal, sigue intentando dominar el ecosistema político con la misma intensidad con la que un pavorreal reclama el jardín entero para sí.
Hoy, desde fuera de Palacio, pero no distante del “juego”, AMLO despliega nuevamente sus plumas políticas.
Regresa con actitudes de mesías, con tonos de víctima, con ínfulas de dueño de la moral pública. Como si el país -o al menos la narrativa de sus fieles- dependiera de su sombra y de su voz.
El otro pavorreal está de vuelta.
Y aunque ya no ocupa la silla, sigue empeñado en apoderarse del escenario. Porque, como bien percibió López-Dóriga, para él el mando no fue un capítulo: fue su biografía completa. Y renunciar a él sería, simplemente, dimitir a su naturaleza.
Hay de pavorreal a pavorreal.
El macho tiene un plumaje azul y verde tornasolado, y una cola larga y vistosa.
La hembra es de color más apagado, principalmente grisáceo con marcas blancas, más pequeñas y sin cola llamativa.
Pero ambos emiten una variedad de sonidos, siendo el más conocido un fuerte graznido alarmante o sexual.
Cualquier similitud con personajes de la vida real, es por pura casualidad y no intencional.
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