El 2 de octubre de 1968 el presidente de la República, Gustavo Díaz Ordaz, ordenó a los militares y policías que desalojaran por la fuerza a todas las personas que se habían concentrado en la Plaza de las Tres Culturas, en Tlatelolco. 

Allá, en pleno centro del país. Otros dicen que la orden verdadera vino del secretario de Gobernación, Luis Echeverría Álvarez. Las cifras de la masacre siguen siendo un misterio. Se habla de miles, otros dicen que fueron cientos. La literatura y las bellas artes no se quedaron en silencio. Bajaron a las calles para darle voz a las denuncias y hablar de los desaparecidos.

Muchos intelectuales fueron a parar a la cárcel y otros renunciaron, en forma de protesta, a sus cargos en las embajadas, consulados y demás puestos públicos. Uno de los primeros textos que se editó fue el clásico: La noche de Tlatelolco, de la periodista Elena Poniatowska. Nadie lo quería imprimir pues temían las represalias del gobierno, que se extendieron con mano dura hasta finales de la década de los años ochentas.

El texto de Poniatowska es una crónica pormenorizada de los sucesos y acontecimientos de aquellos días. Contiene numerosas fotos de los muertos, los acribillados y descripciones casi macabras, como una que indica: “Les disparaban con ametralladoras que usaban para tumbar aviones de combate”. En otra escena viene la descripción de cómo le perforaron el vientre a una mujer embarazada. Una más que me impactó fue cuando llegaron con los camiones de bomberos, llenos de agua y con sus mangueras a presión barrían la sangre desparramada en las calles, como océanos rojos después de un antiguo sacrificio azteca.

En el año de 1980, el escritor Gerardo de la Torre publicó la novela: Muertes de Aurora. En ella, unos obreros que participaron activamente en el Movimiento del 68 no logran cambios sustanciales en su vida laboral, ni familiar. Por eso viven amargados. El más grande, Jesús, termina de alcohólico y su amigo Galdino es abandonado por la esposa. Las frases son directas y a veces crudas. Alguien le cuenta a Jesús una agresión policíaca: “Aquellos monstruos que suponía desvanecidos para siempre, lejos de su vida, los malvados, los perseguidores, los crueles, se corporizaban convocados por la palabra del testigo”.

En 1982, el ensayista y narrador Marco Antonio Campos publicó su novela corta: Que la carne es hierba, con personajes juveniles y adolescentes, enfrentados a problemas amorosos y sentimentales, hechos crisis a partir de su inmadurez para asimilar el Movimiento del 68. Parece que los destinos se obstruyen y se niegan las salidas. Por eso tantas reflexiones y preguntas por parte de los protagonistas, quienes estaban seguros que la clase estudiantil cumplía su compromiso histórico.

La novela de Agustín Ramos: La vida no vale nada, publicada en 1982, habla de cinco jóvenes (Héctor, Gabriel, Max, Adriana y Mónica) enfrascados en discusiones y relaciones amorosas desiguales. Participan del desencanto social posterior a la masacre del 68. No creen en los partidos políticos, por lo que buscan experiencias extremas para darle sentido a su vida y exploran las ideas del suicidio. Traman asesinar a un senador, pero todo queda en el puro intento del juego juvenil.

Pasaban en silencio nuestros dioses, es una novela de Héctor Manjarrez, publicada en 1987. Nos habla de Lucas, un comunista que reflexiona sobre la militancia y los problemas juveniles en México a partir de 1968. Se da cuenta que la juventud está desorientada, política e ideológicamente. Él mismo es divorciado y vive separado de Raquel. Termina haciendo al amor con la arquitecta Ingrid, una extranjera para la que todo lo que sucede en este país es confuso y caótico.

La novela titulada: Manifestación de silencios, fue publicada por Arturo Azuela en 1989. Nos cuenta la historia de un periodista llamado José Augusto, quien vivió de cerca el conflicto de 1968. Apodado “Banderas”, se convierte en crítico del sistema político oficial, por lo que le inventan un crimen pasional: la muerte de su esposa Laura y es condenado a doce años de cárcel. Los diálogos son crudos y tajantes, con personajes que no creen en sus gobernantes y que cuestionan brutalmente su medio ambiente.

Palinuro de México es una novela de Fernando del Paso, publicada en 1988. Habla de un personaje llamado, Palinuro, quien relata cómo ha sido su vida, complementada con la relación amorosa de su prima Estefanía. Cuenta sus viajes por el mundo, sus fantasías en las Islas Imaginarias y de múltiples nombres. La novela termina con el nacimiento de Palinuro y la posibilidad de que todo lo acontecido en la novela pueda ser, en algún tiempo, realidad. Una primera descripción del Movimiento del 68 lo hace el autor cuando habla de los famosos presídiums oficiales:

“Para verlos subir de dos en cuatro las escalinatas del recinto, a todos esos diputados de cartera de piel de tiburón y fistoles de águila tuerta y sin faltar coroneles con las pecheras chorreadas de condecoraciones y charros terratenientes de espesor primitivo, que trataban de ignorar el aroma oneroso, un poco a queso de puerco y otro poco a cebolla, un poco a níquel y otro poco a sangre y nóminas burocráticas”.

Más adelante habla de las madres que buscaban a sus hijos perdidos y asesinados en el famoso Campo Militar Número Uno: “A las madrecitas de cabezas blancas recién salidas de un Diez de Mayo que, viudas de sus hijos, solicitaban los cadáveres de Juanito, dieciséis años, estudiante de ciencias biológicas; o Manuel, dieciocho, chaparro y prieto bachiller de humanidades y otros más”.

El escritor Guillermo Samperio, en su cuento “Venir al mundo” de su libro: Miedo ambiente y otros miedos, hace hablar a un personaje y explica que verdaderamente han nacido, vivido de nuevo, después de aquella amarga experiencia generacional del 68. En este mismo libro, pero en el cuento “Una noche de noticias”, Bernardo platica cómo fue encarcelado durante el conflicto del 68, para regresar asustado, a casa de sus padres. Por otro lado, un amigo, mientras ve las noticias por televisión, lo distingue entre la muchedumbre que hace una manifestación y una huelga por las calles del Distrito Federal.

En el año 2015, la Universidad de Colima editó la novela autobiográfica titulada: Regresiones de Sebastián. Su autor es el médico Crispín Calvario Zamora. La novela está armada de varias anécdotas, varias narraciones que son contadas por el niño Sebastián, en un esfuerzo por no olvidar su infancia. La novela también abarca escenas de su juventud y la vida adulta. Como la historia de ese albañil que trabajaba en el templo de Villa de Álvarez -dice el autor-. Tuvo que bajar colgado de una torre, colgado de una cuerda, sin ninguna protección, hasta llegar a la mitad.

Como la cuerda no llegaba hasta el piso, el señor se cansó y empezó a temblar del cansancio, a sudar… ¡de pronto se soltó y cayó al piso! El autor nos va narrando, en tercera persona, todas las peripecias que le acontecen al niño Sebastián. Su contexto infantil, ubicado en Villa de Álvarez, está lleno de fantasmas, muertos, heridos, hechos sobrenaturales y ciudadanos populares que enriquecen su inocente visión del mundo.

Luego, este personaje entra a la adolescencia, la juventud y emigra a la Ciudad de México para realizar sus estudios en Medicina. Allá le suceden muchas cosas, como ser testigo de los conflictos del Movimiento Estudiantil del 2 de octubre de 1968, las primeras aventuras amorosas, sus trabajos profesionales y su etapa adulta, donde debe enfrentar las brutalidades infecciosas del cáncer. También habla de los movimientos guerrilleros de los profesores; Arturo Gámiz, Genaro Vázquez y Lucio Cabañas. 

El doctor Crispín Calvario ha publicado libros individuales y en colectivos como: Vivencias de mi pueblo (2003), Recuerdo y memoria de La Cristiada (2005), Historias de los Volcanes de Colima. Memoria del Segundo Coloquio Regional de; crónica, historia y narrativa (2014), Recuerdos de mi barrio (2014), Relatos de mar y tierra. Memoria del Tercer Coloquio Regional de crónica, historia y narrativa (2014).

El lector de estas temáticas puede encontrar más referencias sobre el Movimiento del 68 en las siguientes obras narrativas: Desde el infierno y otros relatos, de Marco Antonio Campos, sobre todo en los cuentos; “No pasará el invierno”, “María del sol” y “Esos fueron los días”. El libro de crónicas: Tiempo transcurrido, de Luis Villoro, tiene un relato titulado “68” que alude al tema. Recordemos el libro: 68, de Paco Ignacio Taibo II. Igualmente, la novela: El apando, de José Revueltas. Hay una antología de narrativa denominada: Entre el silencio y la estridencia. La protesta literaria del 68, recopilada en 1998 por Ivonne Gutiérrez.

En el terreno de la poesía no podemos dejar de mencionar el poema “Tlatelolco”, de Marcela del Río, contenido en el libro: Tiempo en palabras, impreso en 1985. Está la antología: Cincuenta y tres poemas del 68 mexicano, recopilada por Miguel Aroche Parra en 1972. Aparece: Tambores del sol. Poesía sobre el Movimiento Estudiantil del 68. Existe una antología preparada en 1998 por Leopoldo Ayala, Juan Bañuelos y Roberto López Moreno. Hay otra antología preparada por Marco Antonio Campos en el año 1980 titulada: Poemas sobre el Movimiento Estudiantil del 68. Está el poema “Memorial de Tlatelolco”, de Rosario Castellanos. También aparecen los poemas: “México. Olimpiada de 1968” e “Intermitencias de Occidente”, de Octavio Paz, incluidos como uno solo, con el último título en su libro: Ladera Este. José Emilio Pacheco publicó el poema “Manuscrito de Tlatelolco”. Carlos Montemayor dio a conocer el poema “Elegía 1968”. Juan Bañuelos hizo un poema alusivo al tema donde dice: “Quiero aclarar la voz y encabronarme/ después de tanta furia y tanta pena”.

En el campo de la dramaturgia y la actividad teatral, podemos señalar las obras siguientes: “Antología del teatro del 68” (recopilada por Felipe Galván en 1999), “Conmemorantes, La pesadilla y ¡Únete pueblo!” (de Emilio Carballido), “Todos los gatos son pardos” (de Carlos Fuentes), “Me enseñaste a querer” (de Adam Guevara), “Idos de octubre. 68, historia deshabitada” (de José J. Vázquez Torres), “68. Las heridas y los recuerdos” (de Miguel Ángel Tenorio), “Octubre terminó hace tiempo” (de Pilar Campesino), “Los atardeceres de la Prepa Seis. Nos estamos viendo la cara” (de José Agustín), “Pueblo rechazado” (de Vicente Leñero), “Vida y obra de Dalomismo” (Enrique Ballesté), “La fábrica de los juguetes” (Jesús González Dávila), “Rojo amanecer. Bengalas en el cielo” (Xavier Robles), “Rastro de restos” (Arturo Amaro), “Triágono habitacional. De Tlatelolco a Tlatelolco” (Felipe Galván).

Las artes plásticas tuvieron un alto registro de exposiciones colectivas y privadas, casi clandestinas, que fueron recopiladas en diversas antologías conmemorativas como: “La gráfica del 68. Homenaje al Movimiento Estudiantil” (editado por el grupo Mira en 1982), “La ideología del Consejo Nacional de Huelga. Canciones y carteles del Movimiento Estudiantil Popular 1968” (impreso por Editorial Heterodoxia en 1971).

En el campo del ensayo, la investigación y los estudios críticos, aparecen los siguientes trabajos: Entre el silencio y la estridencia. La protesta literaria del 68 (de Ivonne Gutiérrez/publicado en 1998), El movimiento popular estudiantil de 1968 en la novela mexicana (de Gonzalo Martré/publicada en 2001), Después de Tlatelolco.

Las narrativas políticas en México:1976-1990. Un análisis de sus estrategias retóricas y representacionales (de Ignacio Corona Gutiérrez/publicado en 2001), El movimiento estudiantil del 68 en la producción dramatúrgica mexicana contemporánea. Historia de una investigación (de Sandrine Guyomarch/publicado en la Revista de Literatura Mexicana Contemporánea/No.27 del 2005), La narrativa Tlatelolca (de Aralia López González). Está el monumental ensayo de Ramón Ramírez titulado: El movimiento estudiantil de México, en dos tomos.

FUENTE: AGENCIAS

CANDELERO, 03-10-2020