Por: Rosa Chávez Cárdenas
La expresión facial provoca cambios fisiológicos, el rostro es una ventana para la expresión de las emociones y también proporciona una manera de activarlas.
El simple hecho de esbozar una sonrisa desencadena una serie de respuestas cerebrales que se asemejan a la felicidad.
Fruncir el ceño pone en marcha mecanismos asociados a la tristeza.
Cuando las expresiones son intensas también hay cambios en los órganos gobernados por el sistema nervioso autónomo, viene el vómito, arde él estómago.
Si la respuesta a la ira es grande, también lo es la respuesta al miedo; las señales aparecen, se incrementa la sudoración, las manos se enfrían, el corazón late de prisa y el cuerpo se prepara para correr o pelear. Es muy notorio, los varones han sido muy reprimidos. Aprenden desde niños: “los hombres no lloran” cualquier expresión de sensibilidad es signo de debilidad, de manera que su lenguaje no verbal los delata.
Las emociones se dispersan en una fracción de segundos, no estamos conscientes de ella, y solo advertimos sus efectos cuando ya estamos asustados, enojados o tristes. De tal manera que las emociones no son privadas sino públicas, la expresión verbal, gestual y postural delata lo que estamos experimentando.
Los pensamientos son privados, mientras que las emociones son públicas. Los demás se dan cuenta como nos sentimos.
El lenguaje no verbal dice más que mil palabras, es un conjunto de símbolos visuales, los movimientos de los ojos, las manos, el cuerpo y se utilizan de manera convencional o intuitiva para transmitir el mensaje.
Los presidentes dan mucho para interpretar. Trump y López Obrador tienen sus chivos expiatorios.
El presidente Trump, contrasta con el anterior, Obama, tan relajado. En cuanto a la expresión corporal está blindado por la armadura caracterológica, una manera de protección, el muro que separa lo real de la actuación, la distancia óptima para que no descubran sus inseguridades y miedos; autoritario, a la defensiva, siempre enojado, se sonroja, le interesa que le teman, no que le crean.
El presidente López Obrador, en sus conferencias mañaneras da mucho para interpretar. Pierde fácil el control, se pelea, discute, pero, trata de moderarse, la expresión facial lo delata, sonríe cuando habla de algo serio, se queda con cara de sorpresa mientras aparece el lenguaje verbal que le llega en pausas. Tan acostumbrado al menos a 18 años de campaña en contra del sistema, cuando se encuentra al frente de un mitin cambia su expresión, se calienta fácilmente, grita, se enoja, ordena, señala, pide apoyo para tal o cual político, le siguen la corriente, al fin que la mayoría de los asistentes son clientes de su partido.
Casi todos pueden ser engañados con facilidad, políticos, sacerdotes, psiquiatras, abogados, y no son capaces de detectar la mentira con una simple conversación. Incluso el Dalai Lama describe que fue engañado por los chinos cuando asumieron el control del Tíbet.
Para interpretar el lenguaje es interesante conocer las emociones: enojo, miedo, tristeza, disgusto, vergüenza, desprecio, sorpresa, disfrute, confusión y culpa.
Son tantas las emociones a las que nos enfrentamos todos los días, privadas o públicas: la inflación, el dólar que sube cada día, y la descomposición social en que vivimos, incremento de homicidios, personas desaparecidas y la delincuencia que no para.
Por si nos faltara, al gastalón gobierno no le alcanza y nos van a subir los impuestos. Es conveniente hacer una pausa y conectarnos con las modalidades que componen la familia de la felicidad: regocijo, alivio, excitación, disfrute, novedad, admiración, placeres de los sentidos, calma y paz interior. Esos placeres no causan impuestos.
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