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Alessandria. Seis años después de su bancarrota en 2017, el fabricante italiano Borsalino, cuyos sombreros popularizaron actores como Humphrey Bogart o Alain Delon, regresa a la luz de los proyectores.

El financiero franco-italiano Philippe Camperio logró relanzar las ventas y desempolvar esta marca mítica fundada en 1857 por Giuseppe Borsalino, permaneciendo fiel a su estilo.

El tiempo parece haberse detenido en la fábrica Borsalino cerca de Alessandria, en el Piamonte, en el norte de Italia.

Las máquinas de madera, que datan de 1888, permiten mezclar montañas de pelo de conejo antes de seleccionar las más suaves. Luego, estos pelos, importados de Bélgica y Portugal, son proyectados en una nube de vapor por máquinas de los años 1940 sobre un cono metálico en movimiento, antes de ser rociados con agua caliente.

Estas técnicas ancestrales se desarrollan según un escenario inmutable, sin cambios desde la fundación de la marca. Para fabricar un sombrero de fieltro se necesitan siete semanas y 50 etapas, de las cuales la mayoría son llevadas a cabo a mano.

“En sus comienzos en 1888, nuestra manufactura estaba a la vanguardia en términos de máquinas. Hoy estamos entre los últimos artesanos del mundo en hacer sombreros a mano”, refiere Alessandro Mortarino, encargado de compras.

¿Por qué pelo de conejo? “Es más suave, consistente y maleable que la lana”, explica.

Daniele Fascia, artesana de Borsalino, se dedica a dar forma a un futuro Fedora. Aplana sus bordes anchos, los amasa, los alisa y moldea delicadamente su casquete. Sus gestos son rápidos y de precisión quirúrgica.

“Las máquinas nos ayudan, pero lo principal es hecho a mano. Respetamos la tradición”, explica.

Un cartel de la película de Jacques Deray, estrenada en 1974 –con Alain Delon en el papel principal–, decora el luminoso salón de exposición de la empresa, donde están alineados sombreros de todas las formas y colores.

Crecimiento del volumen de negocio
El nombramiento como responsable de estilo en 2022 de Jacopo Politi, de 44 años, un antiguo empleado de Chanel, aportó un nuevo aliento al sombrerero que cumplirá 166 años el 4 de abril.

“El mayor desafío es dinamizar y modernizar la marca para catapultarla a un mundo colorido, joven y burbujeante, preservando su ADN histórico”, afirma.

A los clásicos sombreros de lujo de fieltro o panamas de paja, sinónimo de elegancia, se añaden gorras de beisbol más lúdicas, bobs y sobre todo boinas, muy apreciadas por los jóvenes.

El relanzamiento de Borsalino se beneficiará, según el estilista, del entusiasmo que despertó el sombrero a principios de los años 2000.

“Durante el movimiento de mayo de 1968 se decretó que el sombrero era cursi y se lo encerró en un armario. Pero ahora está de nuevo muy de moda”, insiste.

Además de los jóvenes, la marca busca atraer a más mujeres, cuya participación en los ingresos pasó de 20 a 50 por ciento. “Nuestro objetivo es aumentar su participación a 60 o 65 por ciento”, explica Camperio.

Después de caer 50 por ciento en 2020 debido a la pandemia de coronavirus, los ingresos se recuperaron en 2021 y aumentaron.

“En 2023 esperamos un nuevo crecimiento del volumen de negocios de 20 a 25 por ciento, y vamos por buen camino pese a las dificultades de suministro”, asegura Camperio, presidente ejecutivo de la sociedad de gestión Haeres Equita.

Las malas prácticas de su antiguo jefe, Marco Marenco, condenado en 2016 a cinco años de prisión por bancarrota fraudulenta, habían sumergido a Borsalino en la tormenta, endeudado entonces por 36.9 millones de dólares.

Pero ahora todo cambió. Se fabrican 180 mil borsalinos por año que se venden a un promedio de 325 dólares.

Algunos modelos, superan mil dólares, como el Montecristi extrafino de Panamá –el más caro de todos, cuya confección lleva seis meses–, que se vende a mil 790 dólares.

Más de 2 mil emblemáticos sombreros que marcaron la historia del grupo se expondrán en el nuevo museo Borsalino, que se inaugurará el 4 de abril en Alessandria, con la esperanza de atraer a visitantes de todo el mundo.