Jesús Te Ampare 

En esta vida hay algo que nunca falla. No se equivoca, no se retrasa y no necesita testigos: la justicia divina.
Algunos la llaman Karma, otros Ley de Causa y Efecto. El nombre es lo de menos. El principio es simple y demoledor: todo acto, bueno o malo, regresa.

No te confundas por el presente. No te deslumbre el poder momentáneo, los aplausos comprados o las cifras maquilladas.
Hay quienes hoy caminan erguidos, rodeados de escoltas y aduladores, creyendo que la historia ya les absolvió. Grave error. La vida no archiva expedientes; los guarda.

El poder ejercido sin límites, sin ética y sin respeto suele traer una embriaguez peligrosa.

Líderes que se asumen indispensables, salvadores o dueños del destino de sus pueblos terminan atrapados por su propia soberbia.

Nicolás Maduro en Venezuela, Miguel Díaz-Canel en Cuba, Daniel Ortega en Nicaragua, Gustavo Petro en Colombia, Luiz Inácio Lula en Brasil, Gabriel Boric en Chile y Claudia Sheinbaum en México —entre otros— han optado por concentrar decisiones, descalificar disidencias y gobernar desde la trinchera ideológica. Creen que el poder es eterno. No lo es.

La historia es implacable. Tarde o temprano, cobra factura. A veces lo hace con el rechazo popular; otras, con el descrédito internacional, la ruina económica o el juicio severo de las generaciones futuras.

No siempre es inmediato, pero llega. El Karma no tiene prisa, pero tampoco pierde la memoria.

Cada acción deja huella. Cada abuso siembra una consecuencia. No hay discurso que la borre ni propaganda que la silencie.
Los pueblos pueden ser pacientes, pero no olvidan. Y cuando despiertan, lo hacen con fuerza.

Lo bueno —y lo terrible— es que nada es para siempre. Ni el poder absoluto ni la impunidad.

Así como los ciclos se cierran, también se abren nuevos caminos. La justicia divina no grita, no amenaza; simplemente actúa.
Al final, cada quién cosecha lo que sembró.

Y frente al Karma, no hay Fuero, ni cargo, ni narrativa que valga.

ceciliogarciacruz@hotmail.com