Compartir

En términos económicos, un mercado se refiere a un sistema o acuerdo en el que compradores y vendedores se reúnen para intercambiar bienes, servicios o recursos. Los componentes clave de un mercado incluyen a compradores y a vendedores, es decir, participantes que tienen bienes, servicios o recursos para ofrecer (vendedores) y quienes desean adquirirlos o manifiestan la demanda de algún bien o servicio (compradores). A su vez, los bienes y servicios son los artículos u ofertas intangibles que se intercambian en el mercado.

Así, por ejemplo, en el caso de México, el sector terciario de la economía, compuesto principalmente de bienes y servicios (telecomunicaciones, alimentos y bebidas, turismo, transportación) ofertados al consumidor final, es el sector más boyante del mercado interno.

En los mercados económicos existe, además, el llamado mecanismo de precios, que los determina o fija en función de la interacción de la oferta y la demanda, esto es, con base en negociaciones, ajustes e intercambio de información entre vendedores y compradores.

La competencia es otro componente clave de los mercados. Se manifiesta mediante la presencia de múltiples compradores y vendedores que compiten entre sí, lo que ayudaría, en teoría, a determinar precios justos y una asignación eficiente de recursos.

Por ello, en el Artículo 28 Constitucional se consigna la prohibición expresa de los monopolios, las prácticas monopólicas, los estancos y las exenciones de impuestos en los términos y condiciones que fijan las leyes mexicanas.

Para este último propósito se expidió la Ley Federal de Competencia Económica y se instituyó un órgano constitucional autónomo del Estado mexicano, denominado Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece).

A fin de establecer la organización y características del mercado, se da cuenta de la llamada estructura del mercado, en la que son relevantes el número de compradores y vendedores, la facilidad de entrada y salida de productos o servicios (dentro de lo cual se pueden considerar las barreras arancelarias, los tratados comerciales o las medidas aduaneras), el grado de diferenciación de productos y la presencia de incentivos o desincentivos para la entrada de capitales o de inversión extranjera directa.

Sin duda, uno de los factores más importantes para el funcionamiento de los mercados es la información, que se traduce en la disponibilidad de conocimientos o aspectos informativos principales para compradores y vendedores sobre precios, calidad y otras especificidades de los bienes o servicios que se intercambian.

Autores notables como Douglass North, entendiendo a las instituciones como las reglas del juego, ponen énfasis en estas últimas, debido a las reducciones de los costos de transacción y los intercambios de información que pueden derivarse de un adecuado diseño institucional, sobre todo en economías de libre mercado.

Los mercados pueden adoptar diversas formas, como la de competencia perfecta: estructura teórica de mercado con muchos compradores y vendedores, productos homogéneos, información perfecta y sin barreras de entrada o salida. Aunque en la práctica se observan más las estructuras monopólicas u oligopólicas, con las que un solo competidor o unos cuantos dominan el mercado.

Y si hay actores de la vida pública que sean racionales, calculadores e impávidos son los mercados.

El mensaje de que “México tiene miedo” simplemente no aplica en la economía, entendida como el conjunto de actores y factores que mueven el empleo, inversión, ahorro, crédito, comercio interior y comercio exterior en el país.

El miedo es una emoción que produce escozor, nerviosismo, parálisis y retraimiento ante lo que se considera y percibe como un peligro.

Ninguno de estos síntomas presenta el mercado laboral, financiero, comercial, energético, automotriz, agropecuario o ganadero.

Claro que hay problemas en estos mercados (escasez de mano de obra, falta de crédito, inflación, cartera vencida e incluso extorsión), pero ninguno de ellos es producto del pavor, temor ni miedo generalizados.

Más bien los mercados nacionales parecen guiarse por todo lo contrario del miedo: la confianza de vendedores y compradores. Cuestión de revisar, precisamente, los índices de confianza de unos y otros.

Si hubiese alguna inquietud en la economía, sería justamente el temor a que regresara la economía del miedo. ¿Cuál es esa? La de las crisis cíclicas de fin de sexenio, de la incertidumbre plena, del déficit de confianza, de la devaluación de la credibilidad, de las reservas agotadas, del tipo de cambio politizado, del déficit público explosivo y de la economía-ficción.

Es paradójico que los gobiernos del periodo tecnocrático, que anteponían la preservación de los fundamentos económicos neoliberales por sobre todo lo demás, terminaran casi siempre en crisis económicas sexenales.

Y aún más paradójico es que un gobierno de izquierda, de signo contrario y revisionista de los postulados neoliberales, terminara generando la transición presidencial más estable, confiable y segura en términos de funcionamiento de los mercados.

Podemos fundar en varios factores la explicación de la paradoja de que la 4T de izquierda resultó más confiable para los mercados que los gobiernos neoliberales de derecha.

Uno de ellos es que la llamada economía moral, basada en el combate a la corrupción, la eliminación de privilegios fiscales y la austeridad republicana, resultó más funcional para los mercados que el llamado capitalismo de cuates, de compadres o de moches.

Otra explicación es que la segunda distorsión más importante para los mercados, después de la corrupción, es la desigualdad social, económica y regional. Esta distorsión también fue corregida notablemente por la 4T, a tal grado que el deprimido sureste mexicano terminó creciendo más que el norte industrializado, y casi 9 millones de compatriotas salieron en plena pandemia de la situación de pobreza extrema, gracias a los satanizados subsidios gubernamentales, a las remesas y a que el salario mínimo dejó de ser un salario de miedo.

Fríos, calculadores y pragmáticos, los mercados no se fijan en el color del gato, sino en su eficacia para cazar ratones. Y el felino moreno, a pesar de ser maullador, retobón y callejero, resultó mejor cazador que el gato blanco, acomodaticio y con pedigrí traído del extranjero. Y esto no genera miedo, sino confianza, y la confianza llama a la continuidad (que no al continuismo). Pero ese es otro tema…

ricardomonreala@yahoo.com.mx

X y Facebook: @RicardoMonrealA