Por: Ricardo Monreal Avila
“No hay fecha que no llegue, ni plazo que no se cumpla”, versa un dicho mexicano. El encuentro entre dos mandatarios cuyas diferencias políticas e ideológicas los situaban en extremos aparentemente irreconciliables, ya ocurrió en los mejores términos, lo que representa un hito histórico para el devenir reciente de nuestro país.
La razón de que tal encuentro despertara tantas expectativas radica en que la visita estuvo precedida por fricciones históricas que nublaron, en su momento, las relaciones diplomáticas entre ambos países; habrá que recordar el intervencionismo estadounidense del siglo XIX, el cual tuvo su cenit con la firma de los Tratados Guadalupe-Hidalgo en 1848, año en que nuestro país sucumbe ante la invasión del vecino país del norte, perdiendo más de la mitad de su territorio.
Otra ofensiva estadounidense hacia nuestro país se presentó a inicios del siglo XX, tal vez en función de la posición geoestratégica que ocupa México. La Revolución de 1910 fue seguida de cerca por Washington; al desplomarse el régimen porfiriano y asumir la Presidencia Francisco I. Madero, su gobierno fue auscultado por los representantes de la Unión Americana.
Ahora sabemos que los informes enviados a la capital del vecino del norte describían el papel de Madero al frente del gobierno mexicano como débil e incapaz de lograr el restablecimiento de la paz en territorio nacional, lo cual causaba desazón entre los ciudadanos estadounidenses que radicaban en México y parecía comprometer las inversiones en nuestro país.
Madero y el país entero fueron víctimas de las injerencias arbitrarias o del intervencionismo del vecino país del norte; es bien recordado el papel preponderante que jugó Henry Lane Wilson, embajador de los Estados Unidos en México, como virtual patrocinador y propiciador de la Decena Trágica y de la caída del maderismo en febrero de 1913.
También, entre esos no gratos registros de nuestra historia se encuentra el intento de desembarco de tropas norteamericanas en el puerto de Veracruz en 1914, en plena Revolución mexicana.
La rispidez de las relaciones entre ambos países no culminó con la conclusión de los movimientos armados originados en 1910: en marzo de 1938, el general Lázaro Cárdenas impulsó la expropiación petrolera, con la cual limitó a los privados extranjeros la posibilidad de lucrar con la riqueza energética nacional.
Aquella decisión provocó nuevamente tensión en las relaciones entre México y Estados Unidos; sin embargo, la llegada de la Segunda Guerra Mundial y la importancia comercial y geopolítica de nuestro país favorecieron que las medidas adoptadas por el gobierno mexicano de aquella época no escalaran a un escenario de conflicto, limitándose a pagar las indemnizaciones correspondientes a las empresas extranjeras, a las cuales se les quitó la propiedad del petróleo nacional.
Con el triunfo de los aliados en 1945, el establecimiento del Estado benefactor y la llegada del Milagro Mexicano no hubo mayores diferencias entre ambas naciones, exceptuando el roce diplomático que se dio al consolidarse la Revolución cubana, cuando el Estado mexicano otorgó su reconocimiento al gobierno emanado de aquel movimiento armado, el cual alcanzó el triunfo en enero de 1959.
En 1994, la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio de América del Norte estrechó, como nunca antes, las relaciones tanto diplomáticas como comerciales entre México y Estados Unidos, ya que a partir de ese momento se afianzaron las alianzas estratégicas entre ambas naciones, llegando a ser este último el principal socio comercial de nuestro país, aunque esto reportó algunos resultados ambivalentes: por un lado, nos volvimos altamente dependientes de la economía estadounidense, y, por otro, hubo una aceleración inusitada en la tan anhelada y esperada democratización del país.
Las relaciones entre ambos países habían gozado de cierta estabilidad durante más de 25 años, descansando en la cordialidad y la cooperación mutuas. Sin embargo, en 2016, con la visita del ahora presidente estadounidense a la que fuera la residencia presidencial oficial, Los Pinos, con la complacencia del otrora presidente de la República, se desataron algunas tensiones con México. La razón de ello fue el discurso de campaña del inquilino de la Casa Blanca: beligerante e intolerante. Además, el Partido Demócrata vio en tal suceso un acto de servilismo y adulación que no contribuyó a mantener las relacionales bilaterales por los cauces de la neutralidad.
Las tensiones se incrementaron con la guerra arancelaria que el primer mandatario estadounidense inició contra China, pero que también alcanzó a diversos productos mexicanos; la respuesta de nuestro país no se hizo esperar y gravó la entrada de diversos artículos de importación provenientes del vecino país del norte con destino al mercado local. La presión continuó en el marco de la firma del nuevo Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (T-MEC), cuando el presidente Trump amenazó con dejar de lado la cooperación comercial con sus países vecinos.
A pesar de las tensiones, el gobierno actual de nuestro país supo mediar diplomáticamente para poder alcanzar un acuerdo conveniente para las naciones involucradas. La llegada del T-MEC, le significa a México la posibilidad de poder enviar sus productos al mercado más importante de la región y, al mismo tiempo, poder asegurar la llegada de capital extranjero para propiciar la diversidad de inversiones.
La capacidad de negociación de México ante tales escenarios constituye una muestra notable de la congruencia en la aplicación de nuestros principios diplomáticos fundamentales, refrendando el compromiso de la defensa de la soberanía nacional y de los intereses de la Nación, por encima de los intereses extranjeros.
En teoría, se pudo afirmar que las posturas del representante del primer gobierno de izquierda en México, frente a las del representante de un ala de extrema derecha del Partido Republicano estadounidense serían irreconciliables; sin embargo, el gobierno de México buscó, como es su tradición histórica, los acuerdos y la cooperación internacional, eludiendo el conflicto y la confrontación.
Ambos mandatarios coincidieron plenamente en celebrar el acuerdo comercial que estrechará -están las condiciones dadas para que eso suceda- las relaciones diplomáticas y de negocios entre las dos naciones.
El encuentro causó gran expectativa, y no podía ser de otra manera, pues merecía toda nuestra atención, ya que está de por medio el futuro económico inmediato de nuestro país.
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