Por: Jorge Herrera Valenzuela
Ráfaga
Uno de los más gratos recuerdos que el ser humano puede guardar durante toda su existencia, es el extremo cuidado maternal y la formación paternal.
Desde antes de nuestro nacimiento, es ella, la mamá, quien al tenernos, en su vientre, procura lo mejor para el ser al que le dará vida.
Él, el papá, trabaja intensamente para que el o los hijos tengan lo necesario para su formación a partir del momento en que llegan a este mundo.
Este lunes 26 con todo el amor, amor que ella nos prodigó, festejamos en ausencia a nuestra amada mamacita. Doña Matilde Valenzuela Benítez hubiese cumplido cien años, de los que estuvo con nosotros 96 y diez meses. Físicamente se apartó del hogar, espiritualmente se mantiene al lado de Arturo, de Luis, de Alma Rosa y de su servidor, así como de sus 23 nietos, sus 21 bisnietos y 7 tataranietos, además de las esposas y esposos que integran la gran Familia Herrera Valenzuela, de la cual hay una amplia descendencia.
Recordamos los primeros años de vida.
Durante 15 años fuimos tres inquietos niños-jóvenes y en 1952 llegó Almita, la adoración de los papás y de los hermanos. Ya estábamos en la primaria, en nuestro inolvidable barrio de Jamaica, muy cerca de lo que fue el Parque Asturias, en la Calzada de Chabacano, escenario del futbol profesional. El espacio lo ocupa hoy un centro comercial.
Para entonces papá y mamá trabajaron incansablemente para que “los niños” no tuvieran carencia alguna y siempre bañaditos y arregladitos, ropa limpia, para ir a la Escuela Primaria Vespertina “Estado de Tlaxcala, V-559”. Arturo recuerda que la maestra Genoveva Argüelles decía: “Ustedes son de una familia de la alta”. Ella y su esposo, el campechano profesor Manuel Flores Santos, excelentes profesionales del magisterio.
¿Por qué el título de este comentario? Porque nuestra señora madre se mantenía permanentemente atenta a los avances que teníamos en la escuela, mientras papá Gonzalo Herrera López se esforzaba por superarse en su trabajo de mecánico de aviación. Cuando menos lo esperábamos, nos dieron la sorpresa de que la vecindad donde vivíamos se convertía en nuestra casa propia, la Casa de los Herrera, ubicada calle Juan A. Mateos, Col. Gral. Paulino Navarro.
Antes de continuar, retroceso algunos años. Yo tenía 5 años, Arturo 4 y Luis 2. Los Santos Reyes nos dejaron dos caballitos de madera, un triciclo, hechos por papá, que era un hombre ingenioso. No éramos una familia de recursos, pero nada nos faltaba. Pasados unos años, mamá nos enseñó los quehaceres de la casa. Barríamos, lavábamos los pisos de madera que después “pintábamos” con “muñecas” (bolsitas de trapo) con congo amarillo. Bueno, hasta cocinar el arroz aguado. Aprendimos más cuando papá nos inscribió en un grupo de boyscouts, el de “los lobatos”. En los campamentos cada quien preparaba sus alimentos y debía de limpiar el espacio ocupado y tener arreglada la mochila.
Reitero que papá y mamá nunca dejaron de orientar nuestra formación. Para estudiar secundaria, se eligió una de las más prestigiadas, principios de los años 50, la Secundaria Diurna 14, ubicada en el sur del Centro Escolar Revolución, en la esquina de Niños Héroes y Dr. Río de la Loza, frente a Televicentro (hoy Televisa). Nos daban para pagar el pasaje del autobús, pero preferíamos gastarlo en una golosina al salir de clases. Nuestra luchadora madrecita vendía ropa que a su vez adquiría en uno de “los cajones” (tienda) de las calles de Venustiano Carranza. Vendía en abonos. No descansaba en apoyar en el sostenimiento de los gastos de la casa. No descansaron hasta que les entregamos nuestros respectivos títulos de profesionistas.
¡Ah!, olvidaba escribir que Doña Maty era originaria de un pueblo hermoso y de personajes históricos: Tlalpujahua, Michoacán. Don Gonzalo nació en el Distrito Federal igual que nosotros cuatro. Son muchos los recuerdos y se agolpan en mi mente, por ejemplo, el día que nos llevaron a conocer las Pirámides de Teotihuacán. Impresionante y emocionante subir los 300 y tantos escalones de la Pirámide de El Sol. El arribo de Almita, cuya gracia y simpatía destilaba a sus tres años, bailaba al escuchar la canción de moda “Espinita” y la sonrisa aparecía en el rostro de nuestros papás.
En 1959 Maty y Chalo debutaron como abuelos. Llegó a este mundo el primogénito de Arturo y por supuesto lo bautizaron con el nombre del papá, Arturo Herrera Olvera. Mi sobrina Ofelia Carolina Herrera Olvera en 1981 recibió a la cigüeña y su primer hijo, Héctor Arturo González Herrera, fue el primer bisnieto y, oh, en el 2003, Caro pasó a ser abuelita, al nacer el bebé que lleva por nombre de Devyani Emiliano Figueroa González y hoy es un joven de 17 años. Con ese nacimiento, de Emiliano, Doña Maty empezó a ser tatarabuelita. Allá por 1937 el primero de la familia fui yo, Jorge; siguió Arturo y el menor, Luis.
Cuántas cosas podría seguir recordando. He de comentarles dos detalles más de sus últimos meses de vida, cuando planeábamos festejarles los 97 años o sea hace tres. Siempre le gustaba cocinar. Toda una tradición elaborar los chiles en nogada. Nada más preparaba de 40 a 50, para distribuirlos entre sus amistades y nosotros. La doctora Nora Quintero y su esposo los degustaban, cada año. Era un ritual completo desde seleccionar los chiles poblanos, las almendras, la granada, el relleno, en fin se daba el gusto de hacerlo sola y hasta colocar su sabrosa preparación en los platones. Igual era para deleitarnos con su muy especial guacamole. Nos decía: “Acérquenme todo y déjenme en paz. Si los necesito, les hablo”.
En la casa, en Guadalajara, al estar reunidos los cuatro hermanos, siempre nos daba, por la noche, la bendición que termina así: “Que Dios nos dé un buen descanso, un bonito sueño y que mañana, primero Dios, nos ha de permitir ver un nuevo día y que todos lo pasemos muuuy, muuuy bien. Todos, todos, todos. Amén”. Tenemos la grabación completa y los lunes por la noche la escuchamos.
Antes de irnos a dormir y previo a cenar, jugábamos lotería e “intermedio”, éste consistía en jugar con tres cartas de baraja, no española. Se dan dos cartas a casa jugador y ´puede o no pedir una tercera, ejemplo recibe 7 y 9, si le toca un 8 gana; si las dos cartas son iguales, As-As, automáticamente pierde y si es As-K, tiene una amplia opción de ganar. Fijan un tope de apuesta y los que van perdiendo pagan para acumular “la polla”. Mamá se divertía mucho y le gustaba siempre ser la vencedora.
Desde donde Chalo y Maty se encuentran, nos cuidan, nos vigilan y nos mandan sus bendiciones. Siempre nos acompañan.
jherrerav@live.com.mx