R Á F A G A
(Tío Toño, dice, desde el sur de Monterrey: “ahorremos agua”).
Los años pasan. Los calendarios se deshojan. La ausencia física de las personas, su recuerdo en el mundo terrenal, se cubren de mitos y leyendas. La voz, la figura, el atraer simpatía y convertirse en ídolos, me permite afirmar: hay humanos que viven eternamente. Al abrir las páginas de los diarios, al escuchar una grabación discográfica, al ver una película, vuelven a nuestra mente los personajes idos.
También por sus obras materiales, en diversos campos, damos vida a escritores, literatos, compositores, pintores, científicos, investigadores, inventores, periodistas, deportistas, toreros. Todos dejaron huella de su desempeño.
En muchos casos en torno a la persona que se fue de esta tierra, se tejen las más increíbles historias. Se formulan pasajes que, ciertos o no, van de boca en boca. La rumorología, el chisme, “las historias verdaderas” abundan y llegan a cobrar “veracidad”. Comento esta ocasión hay coincidencias en la vida de los personajes, particularmente porque ambos fueron de origen humilde y la estrella lograda, fue porque su destino celestial lo dispuso.
EL CARPINTERO Y EL CARNICERO
En este Viernes Santo fue recordado en el 65 aniversario de su fallecimiento el hombre que cobró fama como “El Carpintero de Guamúchil”. Ayer, martes 19, se cumplieron 56 años de la muerte de “El Carnicero de Tacubaya”. Figuras inolvidables del espectáculo artístico en los días del México tranquilo, seguro, las 24 horas.
La mañana del 15 de abril de 1957, Lunes Santo, se desplomó el avión en que el polifacético actor y cantante Pedro Infante retornaba de Mérida a la Ciudad de México. Su muerte fue instantánea. Al paso de los días versiones diversas circularon y una de ellas era que el mazatleco de nacimiento y carpintero de Guamúchil, no había muerto.
La madrugada del martes 19 de abril de 1966, en un cuarto del Hospital Santa Elena, en el Distrito Federal, falleció Javier Solís, días después de ser intervenido quirúrgicamente. “Se desesperó. Tenía sed y se levantó de la cama para tomar agua en la llave del lavabo. Pronto fue desmentida esa afirmación. Estaba en el inicio de una exitosa carrera artística. Despuntaba como cantante de bolero ranchero e incursionó en la cinematografía. Iba a cumplir 35 años.
Pedro y Javier a más de cincuenta años de muertos, están presentes. Claro, no físicamente. Los dos continúan en las pantallas de la televisión, en las películas icónicas como “Dos Tipos de Cuidado” en que el sinaloense compartió créditos con “El Charro Cantor”, Jorge Negrete. Al que fuera empleado de una carnicería de Tacubaya (Ciudad de México) lo recordamos al oír sus interpretaciones a las canciones “Llorarás, Llorarás” y “Sombras”, éxitos que lo llevaron a la cúspide, donde permaneció por años.
“LOS DOBLES” DE PEDRO
La noticia de la inesperada muerte del ídolo que lo mismo nos hizo reír con “El Inocente” al lado de la hermosa Silvia Pinal, llorar, a los cinéfilos, como “Pepe El Toro”, esposo de “La Chorreada” Blanca Estela Pavón o el galán que se enamora de Miroslava en “Escuela de Vagabundos”, ese mismo carismático actor y cantante no se imaginó el número de “dobles” que surgieron.
Por ejemplo, en Guadalajara, logró ganar buen dinero como imitador del artista nacido en el Puerto de Mazatlán. Se llamó, o se llama, David Castañeda. Era parte de la variedad de un centro nocturno en La Perla Tapatía. Tenía entre 35 y 40 años. Pedro murió a los 39 años de edad. Quienes conocieron y escucharon cantar a David, me aseguraron que el timbre de voz era similar al del hombre que compartía su tiempo de actor y cantante, con el de piloto aviador.
Aseguró el informante que “hasta había cierto parecido físico entre los dos”. David cantaba, caminando entre las mesas de la clientela y tomándose una copa. Seguramente esa misma persona es que después recorrió el Norte de la República e inclusive se anunciaba con el slogan de “Pedro Infante no ha muerto, ¡Aquí estoy!”.
Hubo un cantante ranchero, vestía como charro y se acompañaba con un grupo de mariachis, fue Emilio “El Indio” Gálvez, quien además actuó en varias películas. Su problema fue que no podía competir con su amigo Pedro y no alcanzó la fama.
¿ACCIDENTE PREMEDITADO?
El olfato de reportero siempre lleva al encuentro de versiones, rumores, chismes y “el yo creo o el yo oí”. En ese abril de 1957 los reporteros del diario Zócalo recibimos la orden de don Alfredo Kawage Ramia, mi primer director en el diarismo, de hacer una edición especial sobre la vida y la muerte de Pedro Infante Cruz.
Uno de mis compañeros, audaz e incorregible “metiche”, llegó a la Redacción con “la noticia del año”. Le contaron que el accidente aéreo que costó la vida al carpintero de Guamúchil y a tres personas, lo planearon en la Capital Mexicana y de ello tuvieron información algunos empleados y mecánicos del aeropuerto de Mérida. Mi colega estaba muy entusiasmado y nosotros escuchándole, pero…
Abrió sus cuartillas (hojas de papel revolución, tamaño carta) y dijo: “Un hombre poderoso económicamente, político de altura, pagó para que sobrecargaran el avión. Que lo planeó porque Pedro había coqueteado con la esposa de ese señor”. El compañero fue silenciado. No era posible publicar una línea, porque nadie lo confirmaría “y es muy delicado meterse con gente de ese tamaño”.
Lo cierto y publicado fue que el piloto aviador Víctor Manuel Vidal Lorca recibió a las 7:30 horas autorización para despegar hacia la Ciudad de México. Su copiloto y alumno “Capitán Cruz” (Pedro Infante Cruz) y el mecánico Marcial Bautista, era la tripulación que a las 7:54 de la mañana murieron al desplomarse la nave entre las Calles 58 y 57, en plena Ciudad Blanca. Lo sorprendente es que la Dirección General de Aeronáutica dictaminó, ese mismo día, en cuestión de horas, que el accidente se debió “a una falla mecánica y el peso de la carga”.
Setenta dos y horas después más de 300,000 fanáticos, mujeres y hombres, rindieron homenaje a su ídolo, cuyos restos se encuentran en una tumba del Lote de Actores, Panteón Jardín. Hoy, nunca faltan las flores sobre el monumento y es frecuente ver y oír a solistas y a grupos entonando las canciones que hizo famosas “Pedrito”.
APRENDIZ DE TODO, DURA INFANCIA
Muchas veces hemos oído que grandes personajes tuvieron una infancia triste, rodeada de pobreza y hasta de abandono de los padres. Hemos leído biografías de hombres que superaron las adversidades, no descansaron en la búsqueda de nuevos horizontes. Presidentes, deportistas, actores, toreros, boxeadores. Uno de ellos fue un jovencito de Tacubaya, bautizado con el nombre Gabriel. Sus apellidos Siria Levario.
En su corta vida, pues no cumplió los 35 años, fue triunfador. En el canto encontró, con un estilo propio y una clara tonalidad de voz, ser estrella de primera línea y se autonombró Javier Solís. Nos dejó 350 canciones, boleros rancheros, de las cuales se han hecho ¡dieciocho millones de copias! Y por su personalidad, carisma y sencillez fue llamado a los sets cinematográficos. Al ternó con las más connotadas figuras del cine nacional y siguen vigentes las 33 películas que protagonizó estelarmente.
Tuve oportunidad de conocerlo. No fuimos amigos. Un mediodía llegó al despacho del Mayor Rafael Rocha Cordero, primer comandante del Servicio Secreto. Inmediatamente se ganó la simpatía de los que ahí nos encontramos. Su charla se desarrolló como si todos fuéramos viejos amigos. Había “hecho nombre” con sus interpretaciones, en los años 59 y 60, de “Payaso”, “El Loco”, “La Corriente”, además de las dos ya mencionadas en un párrafo anterior.
Como si estuviera iniciando una novela realista, así comienzo a comentar que Gabriel no tuvo el amor paternal ni material que todo niño necesita. Su padre, el panadero Francisco Siria Mora y su madre, Juana Levario Plata, comerciante en un mercado, de hecho lo abandonaron. El papá se alejó del hogar y la mamá decidió que el niño quedara al cuidado de sus tíos Valentín Levario Plata y Ángela López Martínez, quienes lo acogieron con cariño.
A los 11 años Gabriel comenzó su viacrucis. Había que trabajar y aportar dinero a la casa. Aprendiz de panadero, de hojalatero en un taller de reparación de coches, lavacoches, cargaba canastas en el mercado, “morrongo” de una carnicería repartiendo pedidos, uno de sus clientes era el ilustre intelectual Antonio Azuela Rivera.
Le gustaba el boxeo y comenzó a practicarlo. Estudió hasta quinto año de primaria y era el cantante imprescindible en los festejos escolares. Al estar en sus diversos trabajos, dicen que tarareaba las letras de tangos y empezaba a cantar por esos días. En algunas películas teniendo como “manager” a don Fernando Soler, Javier escenificó una pelea en el ring. Lo vimos actuar y cantar al lado de aquella chiquilla sin igual, Sonia López.
REY DEL BOLERO RANCHERO
Con el nombre de Javier Luquín, el joven aprendiz de todo y oficial de nada, debutó como cantante qué en 1948 había logrado un Segundo lugar en el concurso “Los Aficionados”, organizado y transmitido por la X.E.W. Uno de sus amigos, David Larios Ríos, lo oyó cantar y para que perfeccionara la entonación y aprendiera la escala musical, le pagó las clases con el maestro Noé Quintero. El joven, de 22 años de vida, deleitó con sus interpretaciones a los comensales de diferentes restaurantes, por las noches iba a la Plaza Garibaldi y “palomeaba” con los grupos de mariachis.
Ya entrados los años de la mitad del Siglo XX, el nombre de Javier Solís sonaba fuertemente en el medio artístico. Lo contrataron en el internacional centro nocturno, cantina escribiría yo, “El Tenampa”, después estuvo en “Guadalajara de Noche” y durante cuatro años en el centro nocturno Azteca, ahí pegadito al cabaret Siglo XX, en la legendaria avenida San Juan de Letrán, hoy Eje Central Lázaro Cárdenas, en la mera Capital Mexicana.
Cuando lo escuchó el compositor Felipe Valdez Leal, se abrió el camino definitivo para llegar a la cumbre. El maestro Valdez Leal le sugirió que el nombre artístico fuese Javier Solís. Las luminarias apuntaban hacia el nombre del joven cantante, quien recibió su primera oportunidad, años atrás, para cantar en el Teatro Salón Obrero, recomendado por el actor Manuel Garay. Por cierto que su primer pago, al triunfar en un concurso, fue ¡un par de zapatos!
Javier Solís había llegado en 1959 a la gloria. Poco tiempo tardó en ser llamado, por el público y los críticos, El Rey del Bolero Ranchero. Ya en los años 60 tenía un dominio en todos los escenarios.
Aquel que comenzó imitando la voz de Pedro Infante (al que incluso le cantó junto a la tumba, el día del sepelio), ya tenía su propio estilo. Su presencia fue rutinaria en los sets, aunque le costó trabajo desempeñarse como actor y salió avante.
Larga historia de una vida tan corta. Javier padeció durante dos años dolores de la vesícula, pero como buen joven mexicano, no se atendió medicamente y al estar en una gira artística por Michoacán, el mal se agudizó y Javier quedó internado en un hospital capitalino. Las horas del posoperatorio complicaron la exitosa intervención quirúrgica y acabó la vida de quien, tiempo atrás, firmó un contrato, para actuaciones privadas en Atlixco, Puebla, con el ex gobernador Rafael Ávila Camacho.
Desde estas líneas un saludo y un abrazo para doña Blanca Estela Sainz y para su hija, mi querida Gabriela Siria Sainz.
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