Las tres religiones monoteístas con más fieles en el mundo son el cristianismo (2,300 millones), el islamismo (1,200 millones) y el judaísmo (13 millones).
Las y los monoteístas se consideran descendientes del mismo Dios y reconocen como patriarca a Abraham. Por eso también son conocidas como religiones abrahámicas. Recordemos que Abraham tuvo dos hijos: Isaac e Ismael. De acuerdo con las Sagradas Escrituras, Moisés y Jesús descienden de Isaac, mientras que Mohamed procede de la rama de Ismael. Abraham es, entonces, el común denominador del 44 por ciento de la población creyente en el mundo actual.
En el cristianismo se llama Semana Santa; en el judaísmo, Pésaj, y en el islamismo, Ramadán. A pesar de que recuerdan eventos distintos (en el cristianismo, la crucifixión y resurrección de Jesús; en el judaísmo, la liberación del pueblo elegido de su sometimiento en Egipto, y en el islamismo, la revelación a Mahoma del libro sagrado del Corán), las tres celebraciones tienen un sentido de pertenencia, agradecimiento y comunión con un solo Dios, así como de contención, autorreflexión, perdón, purificación y comunicación con él.
Se trata de un sentido divino que finalmente deviene en una condición humana de paz, justicia y armonía con los demás, con el próximo a uno, es decir, el prójimo.
La Semana Santa de 2024 se realiza en medio del conflicto bélico de la Franja de Gaza con Israel, y el de este último con Líbano. Recuérdese que, en 2023, Hezbolá y las fuerzas israelíes se enfrentaron o mantuvieron confrontaciones por las granjas de Shebaa, una franja de tierra en los Altos del Golán reclamada por Líbano, Israel y Siria. Las tensiones en torno a estos eventos aumentaron aún más después de que Hamás, un grupo militante palestino aliado en la Franja de Gaza, atacara el sur de Israel el 7 de octubre.
Hezbolá es considerado por algunas naciones como un grupo terrorista. Lo que ha condicionado su desenvolvimiento político y la titularidad de los puestos burocráticos más altos en el Estado libanés. Sin embargo, a partir de las elecciones de 2018, este grupo bélico político (representado a través de la Alianza del 8 de Marzo) se hizo con la mayoría en la Asamblea de aquel país, lo que no ha estado exento de crisis y retos, sobre todo desde la irrupción de la pandemia global.
Hace unos días, el jefe de un grupo político y militante suní libanés que unió al grupo militante chií Hezbolá en su lucha contra Israel en la frontera del Líbano señaló que el conflicto ha ayudado a fortalecer la cooperación entre los dos grupos, no obstante sus diferencias históricas, ya que este último grupo militante es señalado por su abierta cooperación o simpatía con las fuerzas sirias e iraníes, lo que no es visto con buenos ojos por parte de grupos filosuníes.
El secretario general de al-Jamaa al-Islamiya, o Grupo Islámico, a su vez, afirmó que su facción decidió unirse a los combates a lo largo de la frontera entre Líbano e Israel debido a la aplastante ofensiva de este último en la Franja de Gaza y sus ataques contra ciudades y aldeas libanesas, en donde se han registrado muertes de civiles, incluyendo periodistas, lo cual se recrudeció desde que comenzó la guerra entre Israel y Hamás el 7 de octubre de 2023.
Valga señalar que las tensiones entre las dos principales sectas del Islam -suníes y chiíes- se originaron tras la muerte del profeta Mahoma en el año 632 d. C. Esta tirantez hizo eco en
todo el Oriente Medio hasta hoy, lo que vuelve más rara la cooperación entre Hezbolá y al-Jamaa al-Islamiya.
Si bien este conflicto podría estar uniendo las diversas manifestaciones de las dos principales ramas en que se divide el islamismo, en virtud de su orígenes y raíces comunes, lo propio podría señalarse del mundo judío, en tanto que estos últimos comparten una paternidad histórica y un fondo teológico común con el mundo musulmán.
Así, lo que se observa es una guerra entre hermanos, en la que la rama de Isaac se enfrenta a la rama de Ismael, símil de otra lucha fratricida bíblica clásica: la de Caín contra Abel, pero sin que ahora sepamos quién es uno y quién el otro.
Con la cristianización del Imperio romano, todas estas regiones compartieron un mismo culto y un mismo Dios. Lo que se vería comprometido con el advenimiento del islam. Aunque permanecería el carácter monoteísta y la reivindicación de la herencia abrahámica, así como la naturaleza santa o sagrada de lugares emblemáticos, como Jerusalén.
Actualmente, el reciente acuerdo del Consejo de Seguridad de la ONU para solicitar a Israel el cese al fuego en la Franja de Gaza, antes de la conmemoración del Pésaj (del 22 al 30 de abril) y en plena celebración del Ramadán (del 10 de marzo al 9 de abril), tiene un sentido y un valor político, pero también ecuménico, en términos civilizatorios. Es decir, es un llamado a la paz, al perdón y a la liberación de todos los resortes y pasiones humanas más oscuras, más inhumanas y mortíferas que motivan a cualquier guerra.
Tal sentido ecuménico humanista debe guiarnos este año, cuando las guerras en Oriente Medio y Ucrania, además del terrorismo en Moscú, nos revelan la fragilidad de la paz mundial actual, y cuando el armamentismo, las amenazas nucleares y el exterminio vuelven a asomar su rostro sobre el de la compasión, el amor, la piedad y la redención que hace más de dos mil años dejó Jesucristo al mundo y a la humanidad toda, sin distingo de raza, clase, nacionalidad, género o grupos sociales.
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