En días recientes se llevaron a cabo las exequias reales de la reina Isabel II del Reino Unido. Con su muerte se augura el fin de una era del Imperio británico y el advenimiento de una etapa de transición que despierta no pocas incertidumbres. Cabe resaltar el terso y dinámico proceso de sucesión de la Corona; menos de 48 horas después del fallecimiento de la popular monarca, el rey Carlos III había sido proclamado oficialmente como el nuevo soberano.
El actual monarca tendrá frente a sí desafíos sin precedentes, como las consecuencias económicas funestas por el escenario de guerra en Europa del Este (como la crisis energética y el aumento constante de los precios de los alimentos), y posiciones antimonárquicas boyantes o relaciones internacionales cambiantes (entre los Estados miembros de la Commonwealth y la Corona, por ejemplo).
La fallecida monarca era jefa de la Commonwealth, una asociación política de 56 países, muchos de los cuales fueron colonias británicas. Simultáneamente, era la jefa de Estado no sólo del Reino Unido, sino de naciones como Australia, Canadá, Jamaica y Nueva Zelanda, por lo que, con el advenimiento del reinado de su hijo Carlos III se espera que se comprometa aún más la naturaleza o los alcances de las relaciones entre la Corona y algunos integrantes de la Commonwealth.
No obstante, según la Encuesta británica de actitudes sociales de 2021, sólo el 14 por ciento de las personas de entre 18 y 34 años consideraron “muy importante” que el Reino Unido tuviera una monarquía. Cada vez hay menos deferencia y, en contrapartida, más escrutinio a la familia real, lo que se ha aderezado con el sensible crecimiento de las protestas antimonárquicas.
El Reino Unido puede ser identificado como un sistema imperialista flexible y bastante diversificado, en el cual han confluido desde colonias que se autogobernaban (Canadá, Australia, Nueva Zelanda); colonias bajo gobierno directo (como lo era la India); fortalezas navales (Gibraltar, Malta) o puertos de tratado, treaty-ports (como Shanghai), y protectorados (como Sudán), hasta territorios ocupados (Egipto y Chipre).
No obstante, Isabel II puso fin a los intentos monárquicos para desconocer la independencia de la India y tratar que la Corona del Reino Unido nuevamente dominara allí y en Pakistán. La entonces joven monarca sepultó aquellos apetitos imperiales, refrendando la separación de lo que fue, desde el siglo XVIII, dominio económico de la Compañía Británica de las Indias Orientales (la famosa “joya de la corona imperial”).
Después de la India, la reina Isabel enfrentó en las décadas de los años sesenta y setenta del siglo pasado la descolonización de más de 20 territorios a los que el Reino Unido reconoció y cuyas cartas de independencia validó. En esas coyunturas se dio también la cesión de Hong Kong.
En 1966 enfrentaría su primera crisis de legitimidad social, al mostrarse distante respecto a la tragedia minera del sur de Gales, en la cual murieron 144 personas, en su mayoría
menores de edad. Sin embargo, pronto demostró sensibilidad, al buscar posteriormente beneficios y reformas laborales para el sector minero.
No obstante, también habrá que recordar la actitud consecuente de la Corona británica durante el mandato de Margaret Thatcher, cuando, si bien se asumía al Reino Unido como un régimen democrático, adoptó un posicionamiento favorable a los intereses del régimen militar chileno, que se enquistó en el poder a partir del magnicidio de Salvador Allende y del golpe de Estado acaecido en el país andino en 1973, afirmando los lazos con el dictador Pinochet, con base en una coincidencia ideológica neoliberal y el rechazo a las propuestas de corte socialista.
Durante el reinado de Isabel II, el Imperio británico también protagonizó la única batalla aeronaval importante con posterioridad a la Segunda Guerra Mundial: la llamada guerra de las Malvinas, en 1982, contra Argentina.
Además, al Reino Unido suele atribuírsele un papel estelar en las dinámicas que propiciaban la perpetuación del subdesarrollo en zonas como América Latina. Esto tras las banderas del libre comercio, en un contexto económico internacional de naturaleza asimétrica y divergente, caracterizado por la expansión imperial británica, la conquista marcial de nuevos territorios ultramarinos y el establecimiento de nuevos mercados y fuentes de materias primas para alimentar la floreciente era industrial.
Del mismo modo, en otros lares, como en África, después de 1885, el Reino Unido se lanzó en la disputa por el mayor número de colonias, entrando en una feroz competencia con las demás potencias imperialistas de la época —Bélgica, Italia, Alemania y Francia—, sin dejar de mencionar el precedente de la trata transatlántica de esclavos, el mayor desplazamiento forzado de personas de la historia, el cual se extendió por aproximadamente cuatro siglos, dejando un saldo de cerca de 15 millones de víctimas.
Tras 70 años del reinado de Isabel II, el nuevo monarca ha dado pistas sobre una eventual transición a un régimen real menos costoso, más multicultural y acorde con la diversidad de la sociedad británica. Deberá estar abierto, igualmente, a enfrentar los resabios del colonialismo, la esclavitud o los ánimos imperialistas, no sólo en los países de la Commonwealth, sino también en las naciones republicanas que están volcadas a una promoción abierta del respeto irrestricto a los derechos humanos.
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