Jesús Te Ampare

La autodenominada Cuarta Transformación llegó al poder con una tesis seductora: cambiar de raíz la vida pública del país.

Sin embargo, a siete años de distancia, la pregunta que retumba en el ánimo ciudadano es inevitable: ¿cuál cambio?

El régimen que prometió transparencia y verdad aprendió demasiado rápido el arte de engañar a quienes juró respetar.

Cada mañana, desde el púlpito presidencial, se intenta falsear la realidad, manipularla, negarla.

¿Por qué este gobierno es incapaz de llamar a las cosas por su nombre?

No lo hace porque la verdad lo exhibe. Prefiere envolverse en un discurso moralista que presume una supuesta superioridad ética: “No somos iguales”. Pero el pueblo —ese del que tanto hablan— finalmente despertó y entendió que se equivocó cuando depositó su voto confiando en un cambio que nunca llegó.

En las próximas elecciones intermedias conoceremos el verdadero tamaño de la inconformidad nacional.

Ese será el termómetro que mida el desgaste de un gobierno que prometió democracia y terminó administrando el poder con tintes autoritarios.

La 4T presume honradez, aunque sus prácticas resulten más opacas que las que juró erradicar.

El problema no es solo la corrupción, sino la normalización de la deshonestidad.

Antes los escándalos estremecían al país; hoy la impunidad se volvió rutina. Lo que antes era indignación, hoy es paisaje.

Se premia, se protege y se aplaude desde la cúpula a quienes forman parte del círculo de poder, maquillando delitos con discursos huecos que quieren convencer a un país cada vez más crítico.

El gobierno que prometió ser ejemplo de honradez terminó mostrando que no solo se parece a los anteriores, sino que es peor.

Es irónico: para ocultar sus acciones negras, eligieron pintarlas de “transformación”.

Y así, mientras el discurso sigue intentando convencer, la realidad desfila por las calles con una pregunta que ya muchos repiten sin miedo:

¿Cuál cambio?

ceciliogarciacruz@hotmail.com