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Por: Rosa Chávez Cárdenas

rosam.chavez@hotmail.com

Cada vez nos sorprenden más los psicópatas que atentan contra personas inocentes en crímenes de odio. Mostrar el horror en vivo de la masacre en Nueva Zelanda, hasta la Primera Ministra se negó a pronunciar el nombre de Brenton Harrison en el homenaje a las víctimas.

El terrorista, fue un australiano de 28 años, imputado por asesinato de 50 personas en dos mezquitas. Quien se iba a imaginar que un instructor de Fitness estuviera preparando unos de los ataques más cruentos de los últimos años.

El tiroteo fue transmitido en vivo por el propio sujeto que portaba una cámara de video en la cabeza que le permitió hacer un streaming, (grabación en vivo para las redes sociales) no solo del asesinato sino de los minutos previos así, como del auto en donde portaba un arsenal.

Parecía película de terror, desde que abre fuego en la mezquita de Al Noor indiscriminadamente contra los fieles y a su salida que sigue apuntando en la cabeza de inocentes por la calle.

De inmediato trataron de borrar el video en respeto a las víctimas, sin embargo, es imposible borrarlos en su totalidad. Me llegó por Whatsapp y no me atreví a compartirlo. El terror se repite. Siguiente ataque terrorista fue en Holanda con saldo de tres muertos y cinco heridos tiroteados dentro de un tranvía en Ultrech, ciudad cerca de Amsterdam que será sede de la vuelta ciclista en 2020; el autor fue un turco de 37 años, con un largo historial de antecedentes penales.

De nuevo se abre la polémica contra la venta de armas. El empresario que vendió las armas a Harrison el terrorista qua atacó las mezquitas en Nueva Zelanda, dice no sentirse responsable a pesar de que ya había vendido armas a otro terrorista, David Gray autor de la muerte de 13 personas, hace 19 años en Aramoana.

El empresario se defiende, argumentando que las armas no son el villano y hace la comparación con la venta de un automóvil y dice: “sabes que hay gente que va a morir, pero no dejas de comprarlo por enfrentarte a ese riesgo”.

La discusión sobre los terroristas se basa en varios temas que son el caldo de cultivo: la intolerancia a la ideología, las armas, la salud mental, incluso al Club de Iiradores en donde entrenaba el terrorista y los permisos para poder comprar armas desde los 16 años.

En todos los atentados hay un patrón similar al de los ataques en las escuelas de Estados Unidos. El atacante acumula sentimientos de frustración no resueltos, los autores de estos crímenes recurren a las armas como una forma de mostrar su virilidad y proyectar la imagen de guerreros.

Tras llevar a cabo los ataques hay muchos casos en los que para evitar el castigo deciden quitarse la vida.

Para entender el fenómeno de los atentados, llamado “Compulsión a la repetición” un concepto que Sigmund Freud definió para dar fundamento al impulso de los seres humanos de repetir actos y situaciones desagradables, incluso dolorosas.

La tendencia a repetir experiencias, actuaciones (acting-outs) se vuelve una necesidad “del yo” para controlar las tensiones excesivas y derivarlas por catarsis en sujetos con un aparato psíquico dañado por el abuso de drogas, situaciones familiares y sociales.

Los afectados repiten situaciones perversas introyectadas en su aparato psíquico, la pulsión inconsciente del sujeto dañado mentalmente, lo lleva a repetir más de lo mismo: una dinámica conflictual en la que interviene el principio del placer contra el principio de la realidad.

Mientras más se publican los atentados, el siguiente terrorista repetirá lo mismo con una variante para competir en llamar la atención y,  lo que nos toca hacer como ciudadanos responsables, es no compartir videos con imágenes de violencia para no incitar a su repetición porque la saturación en las redes no es inocua y tiene, por lo mismo,  efectos adversos.