La sociedad y el mundo del siglo XXI se han involucrado en una carrera frenética por el uso de la tecnología. La producción de aparatos electrónicos inteligentes va desde teléfonos celulares, pantallas, tablets y relojes hasta electrodomésticos, e incluso automóviles y casas están siendo dotados de una serie de elementos en aras de facilitar o simplificar las principales tareas de la vida humana.
La comunicación es uno de los aspectos más importantes de este modo acelerado de vida que se reproduce sin cesar en los albores de la presente centuria. Tener la posibilidad de conectarse a internet las 24 horas del día los 365 días del año es un buen parámetro para medir la brecha de desigualdad que persiste en las sociedades contemporáneas: las personas o sectores sociales que no tienen posibilidades de acceder a la red informática estarán siendo relegados y, eventualmente, caerán en rubros más amplios de marginalidad, atraso y falta de oportunidades.
Las tecnologías de la información y de la comunicación, potenciadas por el uso masivo de los llamados smartphones, se han vuelto imprescindibles para que las personas alrededor del mundo tengan contacto en tiempo real, aun cuando haya miles de kilómetros de distancia entre ellas. Asimismo, el acceso a información de todo tipo se encuentra al alcance de un solo dedo.
El vistazo simultáneo a diferentes sucesos y eventos que diariamente se presentan en distintas regiones o países ahora es posible; las y los usuarios de la red pueden tener conocimiento de todo ello en tan sólo minutos, sin necesidad de esperar a que los hechos sean reportados en los medios tradicionales de comunicación, como la televisión, la radio o los periódicos impresos.
Presenciamos un cambio importante en la forma como las personas interactúan y socializan por medio de las plataformas electrónicas. No obstante, la era digital no sólo está afectando la interacción entre sujetos individuales, sino que ya ha trastocado con éxito el desarrollo de las operaciones comerciales. Las redes sociales se utilizan de manera boyante para la promoción de un sinnúmero de negocios alrededor del mundo, y el mercado ha encontrado en la web su aliado más eficaz para motivar las transacciones económicas tanto pequeñas como de gran escala.
En México se ha vuelto muy común que, para la búsqueda de información relacionada con un producto o servicio, así como su adquisición, se utilice la plataforma de mensajería instantánea WhatsApp. Los envíos, cuando las compras son en línea, así como la trayectoria de las mercancías adquiridas pueden seguirse en tiempo real desde los teléfonos celulares, y quien realiza la compra tiene la posibilidad de comunicarse personalmente con la empresa de servicios de paquetería para preguntar por su producto, ya sea por medio de una llamada o a través de la misma plataforma.
Las redes sociales y los servicios de mensajería instantánea son cada vez más utilizados en el desarrollo de la vida cotidiana. El dueño de las plataformas Facebook, Instagram y WhatsApp perdió hace unos días aproximadamente 7 mil millones de dólares, debido al colapso que sufrieron sus aplicaciones de manera simultánea.
La caída de estos sistemas a escala global se presentó en México aproximadamente a las 10:30 a. m., hora del centro. Las y los usuarios comenzaron a reportar las fallas a través Twitter, mientras que otra plataforma de mensajería instantánea, Telegram, reportó saturación debido a que la gente migró a ella, para subsanar los problemas de comunicación que las aplicaciones del imperio Zuckerberg estaban generando.
Asimismo, las personas recurrieron a los mensajes de texto, vía telefonía celular y a las llamadas tradicionales como medio de comunicación primordial, como solían hacerlo hace 15 años. Al mismo tiempo, hubo una conciencia de la enorme dependencia que el día de hoy tenemos respecto al uso de las plataformas digitales para mantener la comunicación.
Las comunicaciones personales, laborales, familiares, escolares o de cualquier otra índole se vieron afectadas durante siete horas, aproximadamente. Y ante el desperfecto, surgen algunos cuestionamientos importantes: ¿se trató de un ciberataque?, y, en tal caso, ¿qué tan probable es que un problema similar pueda ocurrir nuevamente en el futuro inmediato? ¿Están realmente a salvo los datos del público usuario de estas plataformas, y cuáles serían las posibles consecuencias sociales, políticas y económicas, si esta seguridad se viera vulnerada?
El colapso de los servicios digitales, tan necesarios para el desarrollo de los quehaceres cotidianos en la mayor parte del mundo, anuncia probables escenarios catastróficos que podrían impactar la economía a escala global, lo que sin duda repercutiría sobradamente en la estabilidad de los países y sus poblaciones.
Pensar en una crisis de tal naturaleza y proporciones nos lleva a reflexionar no sólo acerca de la dependencia que como sociedad hemos desarrollado en torno a las redes sociales, sino respecto a una cuestión más grave: la dependencia tecnológica de sociedades enteras en todo el mundo hacia una sola empresa.
Sin duda, la experiencia del colapso global de esas redes sociales nos deja ver la importancia de diversificar nuestros esquemas de comunicación. Reconocer otras alternativas a nuestro alcance para atender cualquier eventualidad debe ser prioritario y, además, no debemos soslayar la importancia de adoptar todas las medidas de seguridad pertinentes para el manejo de los datos personales que brindamos al integrarnos a algunas de estas plataformas (aunque muchas veces éstas no dan ningún margen de reserva), pensando en su vulnerabilidad en caso de ciberataque o en función de los escándalos de filtración masiva de datos personales, a consecuencia de la especulación de algunos consorcios privados.
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